En los antiguos tiempos, el “patrón” era el modelo a seguir. No existía una noción de lo que estaba bien o mal distinta de lo que en su calidad de tal hacía el patrón. Algo de esto subsiste en la expresión “patrón de conducta”. Pues la conducta esperable era la que encarnaba el patrón. De ahí que los comportamientos “apatronados” en aquellos que no eran patrones, sino subalternos, o parecían perfectamente legítimos por emular o bien se hacían vituperables por pretenciosos.

A Nietzsche le costó darlo a entender en el ambiente plebeyo de la Alemania de su tiempo. La idea de lo “noble” como lo “bueno”, no porque fuera propio de “buena persona” o “buena gente”, sino en razón de su “excelencia”, como cuando decimos: “ese gallo es bueno”, o sea “competente”, “prolijo”, “bien hecho”, no salta a la vista en cualquier lengua.

Los antecedentes contra el “patrón” encarnado son muchos. Lo encontramos, por ejemplo, ya en la “Antígona” de Sófocles cuando esta princesa interpela a su hermana Ismene para que la ayude a hacer lo correcto: “Vamos a ver ahora si eres realmente una noble o tienes el puro nombre nomás”. O en la “Electra” de Eurípides. En esta tragedia, el príncipe Orestes encuentra a su hermana Electra desposada a la fuerza con un humilde campesino. En lugar de exigir sus derechos conyugales, el campesino ha contribuido a preservar la virginidad de Electra. Y Orestes lo felicita, diciéndole: “Claramente eres más noble que los supuestos nobles del palacio”. Como se ve, en esta y aquella el patrón de conducta era valioso porque se le podía exigir al patrón. Es decir, ambos ya no calzaban a todo evento.

Pues es muy importante entender que “lo capital”, o dicho de otra manera, la cabeza que encontremos en la cúspide de cualquier jerarquía humana, no sea una reducida, como entre los indios Shuar se estilaba con las de sus enemigos, o una que rodó cruzada en su cuello por el filo de una máquina, como se hizo con patrones ya bastante inofensivos en la Revolución Francesa. Que la plebe se haya creído capaz de saber y poder decidir qué cabeza poner en su reemplazo, resulta hilarante. Con todo, sería justo admitir que la “vanguardia organizada del pueblo” fue la única doctrina política que se hizo cargo de este problema si bien de modo harto antojadizo por no decir burdamente imitativo. El liberalismo, por su parte, confió lo capital a una suma de millones de decisiones, en razón de lo cual su alianza con la democracia es coherente, aunque filosóficamente a veces endeble.

La pregunta vuelve a ser la misma: ¿podrá, ya sin patrón, subsistir un patrón de conducta? Y si llegara a encarnarse, ¿dará lugar a un patrón de conducta, a la larga, libre de patrones? Porque quedarse sin patrón y a la vez sin patrón de conducta es muy grave.

Posiblemente, las dictaduras latinoamericanas sean en buena parte una evocación plebeya de “lo capital”, ese gran patrón y patrón de conducta, que perdimos al deshacernos del rey, sus virreyes y gobernadores. Si esto fuera así, la cuestión es más preocupante.

Por Joaquín Trujillo, investigador CEP

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Columna de Joaquín Trujillo: Patrones de conducta

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13.03.2024

En los antiguos tiempos, el “patrón” era el modelo a seguir. No existía una noción de lo que estaba bien o mal distinta de lo que en su calidad de tal hacía el patrón. Algo de esto subsiste en la expresión “patrón de conducta”. Pues la conducta esperable era la que encarnaba el patrón. De ahí que los comportamientos “apatronados” en aquellos que no eran patrones, sino subalternos, o parecían perfectamente legítimos por emular o bien se hacían vituperables por pretenciosos.

A Nietzsche le costó darlo a entender en el ambiente plebeyo de la Alemania de su tiempo. La idea de lo “noble” como lo “bueno”, no porque fuera propio de “buena persona” o “buena gente”, sino en razón de su “excelencia”, como cuando decimos: “ese gallo es bueno”, o sea “competente”, “prolijo”,........

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