La pedagogía política es una dimensión fundamental de la vida en sociedad. Y a veces se la descuida. En general, los partidos políticos la confunden con sus agitaciones y apostolados que, en no pocos casos, son de valor, pero que de ninguna manera reemplazan esta educación.

Esta pedagogía tampoco dice relación forzosamente con lo que se denomina los deberes políticos de la ciudadanía. Pueden existir grupos que, después de una reflexión profunda, decidan abstenerse de participar de cualquier asunto político, y no por eso habrá que considerarlos tontos, ignorantes o locos. Tradiciones clásicas de la filosofía y la religión han practicado, por ejemplo, la neutralidad más radical, sin dejarse tentar por aquellos acontecimientos en los que la política reclama pronunciamientos invocando los motivos más altos.

El escepticismo es una escuela política.

Hay momentos en que la política se vuelve tan compleja, tan de recovecos, que incluso la indiferencia política puede ser una forma de pedagogía. Quienes viven de la política siempre querrán atrapar en ella al mayor número, no para hacerlo participar, sino para salir victoriosos en la medición de fuerzas.

Una tradición que se remonta a Aristófanes nos recuerda que los que entienden esas complejidades políticas, por ese solo hecho, ya han caido en su trampa. Lo que conviene, dice esta tradición, es no entender nada.

La cuestión, sin embargo, es que la inmunología del no enterarse puede también conducir a trampas. Todas aquellas que se tienden a incautos que se dejan persuadir por altisonancias antipoliticas.

En nuestro caso, hemos pasado de una gran revuelta en el 2019 a un proceso constituyente o constitucional que ha tenido dos etapas. En la primera, fracasa un signo; y en la segunda, el signo contrario tendrá que, si no ganar, al menos demostrar que despierta menos antipatías que su adversario.

Algunos, muy astutos y recelosos, dicen entenderlo todo; otros, también astutos y recelosos, alegan no entender nada. Como fuere, la pedagogía política no consiste en hacerlos entender o confiarse, sino en que consigan distancias que puedan llamarse saludables.

Porque la vida toma distancia… siempre. Ya se elevan en el cielo los dumbos, esos elefantes pesados, monstruos de orejas gigantes, que supuestamente jamás podrían volar. Con lo que queda demostrado que la sobredosis política puede terminar haciendo volar elefantes

Como en el final de la película animada de Walt Disney de 1941, todos los animales del circo, payasos incluidos, que al principio ridiculizaban al elefante tan raro como feo, se declaran sus adeptos, bailan al son de su música, y nadie sabe explicar en qué consistían sus previos conflictos.

En una pieza de Aristófanes sucede eso. Un hombre vuela montado sobre un escarabajo que deja caer heces sobre el mundo. Pues la vida suele zamarrear los ensimismamientos políticos con sucesos tan inverosímiles como ciertos, en los que las coordenadas quedan superadas por objetos voladores que la pedagogía política harto ha identificado.

Por Joaquín Trujillo, investigador del CEP

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Columna de Joaquín Trujillo: Dumbo y la pedagogía política

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22.11.2023

La pedagogía política es una dimensión fundamental de la vida en sociedad. Y a veces se la descuida. En general, los partidos políticos la confunden con sus agitaciones y apostolados que, en no pocos casos, son de valor, pero que de ninguna manera reemplazan esta educación.

Esta pedagogía tampoco dice relación forzosamente con lo que se denomina los deberes políticos de la ciudadanía. Pueden existir grupos que, después de una reflexión profunda, decidan abstenerse de participar de cualquier asunto político, y no por eso habrá que considerarlos tontos, ignorantes o locos. Tradiciones clásicas de la filosofía y la religión han practicado, por ejemplo, la neutralidad más radical, sin dejarse tentar por aquellos acontecimientos en los que la política reclama pronunciamientos invocando los motivos........

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