Werner Herzog escribió y produjo ‘Fitzcarraldo’ (1982), su mejor película y ganadora del Premio de Cannes, con destacadas actuaciones del peculiar Klaus Kinski y la bella Claudia Cardinale. Este gran cinematógrafo alemán se embarcó en la aventura de filmar, en las selvas del Perú y Brasil, la recreación de la odisea operática de finales del siglo XIX del cauchero Carlos Fermín Fitzcarrald, nacido en Perú, pero de origen irlandés.

Se trataba no solo de llevar pianos a lomo de mula (como en la Antioquia colombiana de entonces), sino de lograr que el barco-vapor “Contamana” (de 30 toneladas) atravesara el Istmo imaginado por Fitzcarrald al conectar el río Madre de Dios con afluentes del Amazonas. Gracias a la “colaboración” de 300 indígenas, se conquistó el Istmo y, en 1913, se logró replicar en Iquitos (Perú) lo que Manaos (Brasil) había alcanzado en 1896: llevar la ópera a la selva. Estos empresarios pensaban entonces que una buena inversión de las utilidades de la explotación cauchera debía “sembrar opera” italiana-francesa en las selvas de América Latina.

El solo hecho de sobrevivir en plantaciones selváticas del caucho, durante 1880-1920, ya era suficiente atractivo novelesco, como lo atestiguan los 100-años de la publicación de la “La Vorágine” de José E. Rivera, de gran celebración en este 2024. Y también está la trascendental obra del “Sueño del Celta” de Vargas-Llosa (2010), cuyo protagonista Roger Casement, también de origen irlandés, llegaba a Iquitos en 1910 como Comisario Inglés para investigar las atrocidades contra la población indígena del Putumayo.

Pero la genialidad de Herzog consistió en combinar el desafío étnico-ambiental con la pasión por la ópera selvática, creando una dupla digna del empuje y excentricidad humana. El propio Herzog casi termina al borde de la quiebra y enfrentando la zozobra causada por la difícil personalidad de Kinski (en la vida real), siendo amenazado de muerte Kinski por la población indígena durante el rodaje.

Estas imágenes de opera selvática vinieron a mi memoria mientras me deleitaba con la bien lograda biografía de “Teresita Gómez” (2023), bajo la pluma de Beatriz H. Robledo. Resulta que Teresita fue criada por los porteros del Palacio de las Bellas Artes en Medellín. Pero por años fue gran incógnita averiguar cómo alguien con la triple desventaja de la época (pobre, mujer y negra) podía llegar a tener tantas habilidades musicales, incluyendo el “oído-absoluto” que solo grandes músicos poseen.

Pues bien, en el caso de Teresita resulta que le llegó su oído-absoluto por el ADN de su padre Pietro Mascheroni (… los porteros del Palacio eran sus padres adoptivos). Mascheroni había nacido en la ciudad de Belgrano-Italia, compositor destacado, uniéndose a la Compañía Musical de Adolfo Bracale en Milán. Este último había llegado a su cúspide en 1912, contando en su repertorio con apariciones del cantante Caruso, el pianista Rubinstein y la bailarina Pavlova.

Fue así como Mascheroni es nombrado director artístico de la Compañía Bracale en sus giras por América Latina y llegó por el río Magdalena vía Honda hacia Medellín en 1933, seguramente tratando de replicar el éxito reciente de Manaos e Iquitos en nuestra también selvática Colombia. Pero al menos aquí intentaban hacerlo aprovechando la existencia del teatro Junín.

Como era de esperarse, la rentabilidad de tal empresa operática era baja y con pocos potenciales clientes. Luego, para 1934, la empresa Bracale había quebrado y este fallecería en Bogotá. Sin embargo, Mascheroni se encariñó con Medellín, al recordarle su natal Belgrano, y optó por establecerse como director musical en el Palacio de Bellas Artes, poniendo gran empeño y efectividad en su pedagogía musical. La pianista italiana Luisa Manighetti era la esposa de Mascheroni, pero ella solo llegaría tras la declaratoria de quiebra y vendría a apoyarlo a inicios de los años 1940, dejando ella también un gran legado de pedagogía musical. Mascheroni fue víctima de su exitosa difusión radial en programas dominicales: la gente sí quería escuchar música clásica y la ópera, pero gratis.

Para entonces, un affaire de Mascheroni había dado vida a la magnífica Teresita (en 1943), heredando su oído-absoluto y pasión musical que retornaría grandes satisfacciones, pero en medio de dificultades económicas y discriminación racial. Invito entonces a los lectores a que sufran y deleiten la ardua vida de Teresita, bajo el gran relato de Beatriz Helena; pero no sin antes cerrar con una anécdota que une al Alemán Herzog y su personaje Fitzcarraldo con Teresita.

Resulta que el presidente Belisario nombró a Teresita cónsul en Berlín (abril de 1983) para desempeñarse como agregada cultural de Colombia ante Alemania. El embajador de la época pensó que había llegado la de los tintos y dudaba que siquiera pudiera leer; con gran tino ella le aclaró que ciertamente “música podía leer de corrido”. Pero su mensaje más profundos lo dio Teresita en su posesión ante el presidente Belisario, al decir que: … así como los pianos alemanes habían transitado hacia Colombia (como el de Aurelio Arturo) pasando por el Istmo de Panamá (antes de ser canal) hasta entrar por Tumaco y remontar montañas hacia Almaguer (…), con ese mismo empeño musical ella estaría devolviendo los pianos traídos desde Hamburgo a Medellín, pero bajo las notas musicales que venían transitando por siglos desde Bach hasta nuestro Adolfo Mejía (… “campanas al viento”).

QOSHE - Selvas operáticas, pianos y oído-absoluto - Sergio Clavijo
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Selvas operáticas, pianos y oído-absoluto

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11.03.2024

Werner Herzog escribió y produjo ‘Fitzcarraldo’ (1982), su mejor película y ganadora del Premio de Cannes, con destacadas actuaciones del peculiar Klaus Kinski y la bella Claudia Cardinale. Este gran cinematógrafo alemán se embarcó en la aventura de filmar, en las selvas del Perú y Brasil, la recreación de la odisea operática de finales del siglo XIX del cauchero Carlos Fermín Fitzcarrald, nacido en Perú, pero de origen irlandés.

Se trataba no solo de llevar pianos a lomo de mula (como en la Antioquia colombiana de entonces), sino de lograr que el barco-vapor “Contamana” (de 30 toneladas) atravesara el Istmo imaginado por Fitzcarrald al conectar el río Madre de Dios con afluentes del Amazonas. Gracias a la “colaboración” de 300 indígenas, se conquistó el Istmo y, en 1913, se logró replicar en Iquitos (Perú) lo que Manaos (Brasil) había alcanzado en 1896: llevar la ópera a la selva. Estos empresarios pensaban entonces que una buena inversión de las utilidades de la explotación cauchera debía “sembrar opera” italiana-francesa en las selvas de América Latina.

El solo hecho de sobrevivir en plantaciones selváticas del caucho, durante 1880-1920, ya era suficiente atractivo novelesco, como lo atestiguan los 100-años de la publicación de la “La Vorágine” de José E. Rivera, de gran celebración en este 2024. Y también está la trascendental........

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