No recuerda bien si era tarde de tormenta o de sol cegador. No consigue acordarse si lo último fue el beso o las palabras o cuándo comenzó a llorar su hermana. Los detalles se vuelven borrosos con los años, a pesar de los intentos por mantenerlos intactos. Tenía 8 años. No ha conseguido retener con nitidez aquel escenario, pero sí las sensaciones que antes y ahora se le han pegado a la piel. Siente el abrazo de cada noche de su padre. Huele la comida puesta en la mesa cuando venían los abuelos. Escucha a sus padres hablar. Se ve a sí mismo jugando feliz. Y después llegó ese día que pierde color como una gastada fotografía, pero que conserva imborrable el dolor de la despedida y el amargo sabor de la tristeza.

Recuerda como antes de irse, su padre le hablaba, como si fuese un cuento, de un lugar mejor, de una casa más bonita, de una escuela más grande, de amigos nuevos, de juguetes a estrenar. Tiene memorizadas las palabras que se repetían en la minúscula cocina con gran euforia: futuro, esperanza, una vida nueva, seguridad, oportunidades, trabajo, esfuerzo, nuevos comienzos. Tampoco ha olvidado las que se decían susurradas, conteniendo la rabia y las lágrimas: escapar, miseria, desesperación, huida, miedo, explotación, muerte. Todas ellas fueron las que empujaron a su padre a tomar la decisión de salir en busca de un mejor porvenir para todos. Hizo frente a todos los temores, acalló malos presagios y, tras prometer un rápido reencuentro, se fue.

Entonces llegó el silencio. La ausencia. La falta de noticias. Las lágrimas de su madre. La necesidad de saber. Las llamadas, las plegarias, las súplicas. Vinieron eternos meses de recorridos por administraciones, organizaciones, casas, rogando conocer qué había pasado. Encontraron indiferencia ante su pérdida, escucharon malas palabras e insultos, aparecieron los secretos y se amontonaron las deudas. El silencio del mundo siguió ensordecedor y comprendieron que a nadie le importaba el derrumbamiento que los sepultaba en vida.

Ahora tiene 16 años. Se engaña con la posibilidad de que su padre esté vivo. Madura la idea de salir a buscarlo y poder encontrar, al menos, esa vida diferente que les prometió. Lo hace mientras mira una arrugada foto que le dejó antes de irse. Se ve a un joven sonriente al lado de la estatua de un hombre con una maleta. En el reverso está escrito: “Hermano, vente. Aquí hay más oportunidades. Y mira, dedican plazas a sus emigrantes. Cómo no nos van a acoger, somos como ellos”.

(Hasta septiembre de 2023, 2.357 migrantes han muerto o desaparecido en las aguas del Mediterráneo en su camino hacia Europa, según datos del proyecto Missing Migrants de la Organización Internacional para las Migraciones. No nos avergonzamos lo suficiente.)

QOSHE - Sin vuelta - Sonia Torre
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Sin vuelta

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06.11.2023

No recuerda bien si era tarde de tormenta o de sol cegador. No consigue acordarse si lo último fue el beso o las palabras o cuándo comenzó a llorar su hermana. Los detalles se vuelven borrosos con los años, a pesar de los intentos por mantenerlos intactos. Tenía 8 años. No ha conseguido retener con nitidez aquel escenario, pero sí las sensaciones que antes y ahora se le han pegado a la piel. Siente el abrazo de cada noche de su padre. Huele la comida puesta en la mesa cuando venían los abuelos. Escucha a sus padres hablar. Se ve a sí mismo jugando feliz. Y después llegó ese día que pierde color como una gastada fotografía, pero que conserva imborrable el dolor de la despedida y el........

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