Está de fiesta. De celebración. Últimamente siempre tiene algo que celebrar. Se lo merece, grita mientras agita otra copa más. Los demás aplauden. Bailan, se abrazan, se ríen. Entre trago y trago tiene tiempo para animarse todavía más con pastillas que alguien ha traído. El cuerpo empieza a tambalearse un poco, pero él asegura que mantiene el control. Fuera la noche empieza tímidamente su retirada y les avisa que ya es hora de volver a casa. Salen. Los coches esperan. Busca la llave y encuentra en los bolsillos una pequeña duda. ¿Debería conducir? “Claro que sí”, le animan los demás, “no es para tanto, tú controlas”. E inmediatamente recupera esa euforia del que se cree invencible. Se sube y pisa el acelerador. Los demás lo ven marchar.

Diez minutos más tarde, todo es oscuro, una sacudida mueve el coche, escucha el impacto y el grito, pero decide seguir, aunque ya no sepa hacia dónde. En la acera hay un cuerpo y sangre. Dos personas lo han visto todo, escuchan una respiración ahogada, un susurro de ayuda. Miran el cuerpo atropellado y también deciden seguir. No quieren problemas. Cuando finalmente llega el equipo sanitario, ya no hay nada que se pueda hacer.

En esta historia, ¿quién es el culpable? ¿sólo uno, el conductor? ¿O también quienes le animaron a conducir y quienes optaron por mirar a otro lado y no prestaron ayuda? ¿Alguien señalaría a la víctima? ¿Alguien se atrevería a insinuar que aún no siendo culpa suya, tal vez debería haber intentado esquivar el golpe? Quiero pensar que la respuesta sería unánime: aunque sólo uno estaba al volante, todos los demás son también responsables importantes de la tragedia. Y la víctima sólo es eso, la víctima. Si además fuese conocida, si supiéramos su nombre, conociéramos su vida y en algún momento hasta hubiésemos compartido un saludo, su muerte, a buen seguro, nos parecería todavía más injusta y más dolorosa.

Si en vez de un grupo de amigos fuese un grupo de soldados que, embriagados de odio y órdenes de muerte, arrasaran hospitales, escuelas, calles y casas dejando tras de sí un rastro irreparable de cuerpos mutilados, inertes, de dolor y orfandades. Si fuésemos nosotros los que viéndolo todo, pasáramos de largo sin aflojar el paso por si acaso. ¿Pensaríamos que no somos responsables? ¿Acusaríamos a las víctimas de tener la culpa por no evitarlo? Cada día que pasa, el mundo contesta a estas preguntas de la manera más cruel en Palestina. Cada día que pasa, el mundo suma conductores ebrios de una mezcla de ignorancia y maldad, jaleados por quienes no se van a subir al coche y protegidos por el silencio de los demás, para atropellar a quien no esté en su fiesta. ¿Y todavía no vemos las responsabilidades, las nuestras y las de los otros?

QOSHE - Las responsabilidades - Sonia Torre
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Las responsabilidades

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20.11.2023

Está de fiesta. De celebración. Últimamente siempre tiene algo que celebrar. Se lo merece, grita mientras agita otra copa más. Los demás aplauden. Bailan, se abrazan, se ríen. Entre trago y trago tiene tiempo para animarse todavía más con pastillas que alguien ha traído. El cuerpo empieza a tambalearse un poco, pero él asegura que mantiene el control. Fuera la noche empieza tímidamente su retirada y les avisa que ya es hora de volver a casa. Salen. Los coches esperan. Busca la llave y encuentra en los bolsillos una pequeña duda. ¿Debería conducir? “Claro que sí”, le animan los demás, “no es para tanto, tú controlas”. E inmediatamente recupera esa euforia del que se cree........

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