Emergencia
Los talluditos recordarán sin mucho esfuerzo, cuando en el país apenas había coches ni grandes fábricas, los estíos tórridos de hace cincuenta años, en los que las temperaturas en ascenso no daban tregua; cuando las labores y faenas duras se ejecutaban de buena mañana, por la fresca; la siesta era obligatoria, y salir de casa antes de media tarde oscilaba entre lo heroico y la temeridad.
Año sí y año también, sobre Barcelona llovían por esa época borrascas cargadas de polvo procedente del Sahara, tiñendo la Ciudad Condal de color arena. Había tormentas que en las vaguadas y poblaciones de vega baja como la alicantina Rojales -con una zanja de medio metro para canalizar el río Segura-, acababan invariablemente anegadas.
En Galicia descargaban rayos y centellas entre el remate del mes de julio y el inicio de agosto, como un soplo de aire fresco entre verbena y verbena. Un simple par de chaparrones para que los turistas -en su mayoría emigrantes de descanso en la patria chica en compañía de........
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