No hubo sorpresa. La tormenta perfecta que lleva años desencadenándose en Europa, con mucho más que un empujoncito por parte de Vladimir Putin, rompió el domingo sus nubes negras sobre nuestras cabezas, y negras fueron también las aguas que nos derramó. Llovieron sobre el Parlamento Europeo, a cántaros, las aguas negras que habían depositado en las urnas quienes no las utilizan para escoger representantes sino para ciscarse en el mundo moderno de raíz ilustrada. Cayeron con fuerza las aguas negras del nuevo fascismo que, apenas actualizado en lo formal, reedita los años veinte y treinta del siglo de nuestros abuelos. Inundaron nuestra civilización las aguas negras del conspiracionismo más delirante y de la factoría de bulos más obscena, haciéndose, sólo en España, con tres escaños. Las aguas negras anegaron unas urnas convertidas en cloacas por quienes se han hartado de la alternancia entre opuestos, del contraste civilizado de pareceres, del gobierno limitado, del imperio de la ley, de la movilidad social, de la igualdad formal entre individuos, de la emancipación de las mujeres y de las minorías, del pluralismo político, de la laicidad y, sobre todo, de la libertad en todos sus ámbitos y dimensiones.

Si no aceptamos la distorsión exterior que aplican a nuestro sistema de gobernanza las potencias exteriores mediante chantajes como el energético........

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