El estribillo decía: “San Isidro labrador, quita el agua y pon el sol”. O al revés: “San Isidro Labrador, danos agua y quita el sol”. Al pobre santo le tocaba bandearse, mandando aguaceros en unas partes, y en otras, apretando el sol.

De San Isidro se sabe que fue un agricultor madrileño (es el patrono de Madrid), que cultivaba tierras ajenas, casado y con un hijo, sin estudios, pero de vida sana, dedicado a su hogar a su trabajo y a Dios.

Se cuenta que abandonaba su trabajo para irse a una ermita vecina a orar. Algunos compañeros de trabajo le fueron al propietario con el chisme de que Isidro era muy perezoso para el trabajo y abandonaba a sus bueyes, buena parte del día.

El patrón le siguió los pasos, le montó la perseguidera, y, en efecto, comprobó que Isidro abandonaba el trabajo con frecuencia. Lo raro era que los resultados del trabajo eran los mismos de los que no paraban de arar. Descubrió, entonces, algo milagroso: Mientras Isidro iba a la iglesia, los bueyes solos seguían arando, como obedeciendo a labriegos invisibles que los guiaban en el arado. Se corrió entonces la voz de que a Isidro lo ayudaban los ángeles. Después de muerto, este milagro, ratificado por testigos y el propio patrono, sirvió de base para iniciar su proceso de canonización.

Parece que fue el primer santo no religioso que llegó a los altares. Desde entonces, como ya dije, al santo le tocó la tarea de ayudar a los labriegos en verano y en invierno, en sequías y en inundaciones, en cultivos deshechos por falta o por sobreabundancia de agua.

Yo recuerdo las rogativas a san Isidro en Las Mercedes, mi pueblo de infancia. La imagen del santo era llevada en procesión por las calles, mientras la gente iba cantando las letanías. Y el santo o la fe hacían el milagro.

En otra oportunidad fui testigo de un hecho extraordinario, en Aguachica, Cesar: Estaba yo de visita donde el cura Eulises Gutiérrez Clavijo, en plena época de ardiente verano, que estaba secando los inmensos arrozales de la zona. Algunos campesinos fueron donde el padre a pedirle una rogativa. El padre los acompañó un domingo y yo me les pegué. Sacaron al santo, lo pasearon por los cultivos marchitos y tristes, y antes de que terminara el recorrido, se soltó un aguacero que les devolvió la vida a los arrozales. ¿Fe? ¿Milagro? ¿San Isidro? No lo sé, pero el hecho fue extraordinario.

En las regiones campesinas había otra costumbre religiosa, que involucraba a san Isidro. El Jueves del Corpus Cristi, el párroco hacía una procesión con el Santísimo por las calles del pueblo. Era una de las festividades de mayor solemnidad. Cantos, plegarias, pólvora y música acompañaban a la Custodia, de altar en altar. Pero en el centro de la plaza, el altar era para san Isidro, engalanado con productos del campo. Los más grandes racimos de plátano, las yucas más esplendorosas, ramas de café y de cacao sobrecargadas de frutos, ardillas, monos y jilgueros. Todo era vistoso. Todo era colorido. Todo era exageradamente hermoso. Se trataba de rendirle homenaje al Creador, pero sin olvidar al patrono san Isidro.

Eso era antes. La fe entró en crisis. Las fiestas se pasaron para los lunes. Los curas dejaron de usar sotana. A Dios lo sacaron de las escuelas. Y ya muy pocos se acuerdan de san Isidro.

Ahora sólo se habla del cambio climático, y el presidente Petro saca pecho, autonombrándose líder mundial en defensa de la naturaleza. ¡Y la naturaleza quemándose!

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De las rogativas

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30.01.2024

El estribillo decía: “San Isidro labrador, quita el agua y pon el sol”. O al revés: “San Isidro Labrador, danos agua y quita el sol”. Al pobre santo le tocaba bandearse, mandando aguaceros en unas partes, y en otras, apretando el sol.

De San Isidro se sabe que fue un agricultor madrileño (es el patrono de Madrid), que cultivaba tierras ajenas, casado y con un hijo, sin estudios, pero de vida sana, dedicado a su hogar a su trabajo y a Dios.

Se cuenta que abandonaba su trabajo para irse a una ermita vecina a orar. Algunos compañeros de trabajo le fueron al propietario con el chisme de que Isidro era muy perezoso para el trabajo y abandonaba a sus bueyes, buena parte del día.

El patrón le siguió los pasos, le montó la perseguidera, y, en efecto, comprobó que Isidro abandonaba el trabajo con frecuencia. Lo raro era que los resultados del trabajo eran los mismos de los que no paraban........

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