Esquilmar presentes arruina futuros. Esto hay que tenerlo claro cuando se dirigen actividades humanas. Dirigir es imaginar futuros; el presente solo se administra.

Las lesiones reiteradas de jugadores importantes indican que algo no se hace bien. No es humano que un futbolista juegue tantos partidos porque no son máquinas. Los grandes clubes exigen a sus profesionales básicos rendir a tope durante más de cincuenta partidos por temporada, a los que hay que sumar otra media decena, como mínimo, con sus selecciones nacionales.

¿Cuál fue el error cuando hace años se dirigió este futuro? Pues el mismo que seguimos cometiendo ahora: subordinarlo todo al Dios dinero. Así, los clubes e instituciones futbolísticas engordan cada día sus estructuras hasta crear monstruos que necesitan engullir cada vez más recursos económicos. Una alocada espiral que solo conduce al desastre por no tener en cuenta la materia prima de la que está hecha este deporte: los jugadores, con sus propias limitaciones humanas. Exigir a un profesional que juegue a tope seis partidos de media al mes es un disparate mayúsculo. Porque a las enormes tensiones físicas que supone este juego de velocidad y contacto hay que unir el desgaste emocional competitivo, más los desarreglos de todo tipo que conllevan los continuos y a veces larguísimos desplazamientos. Un coctel perfecto donde las articulaciones y el resto del aparato locomotor son las primeras víctimas, y la mente, como reservorio y memoria de lo vivido, el depósito final de cuantas grietas y frustraciones deportivas o personales, grandes o pequeñas, comporta una existencia acelerada.

Federación, UEFA y FIFA se han convertido en laboratorios de ideas que afloran por doquier competiciones nuevas o reformadas, unidas por el denominador común de aumentar partidos cada temporada. ¿El fondo de la cuestión? Conseguir cada año más dinero procedente de la tarta televisiva y publicitaria mundial, compitiendo entre ellas mismas y con el resto de una oferta de entretenimiento cada vez más atrayente, diversa y sofisticada. ¿Resultado? Pues una progresión endiablada de los partidos que los buenos futbolistas -quienes atraen la atención mayoritaria- deben afrontar. De jugar cuarenta o cincuenta partidos anuales hemos pasado a frisar los sesenta con picos de setenta. Ligas y copas domésticas, más continentales y mundiales de clubes y selecciones, aparte de amistosos y partidos de pretemporada paulatinamente más parecidos a duelos en la cumbre. Un rosario endiablado de exigencias de todo tipo que engorda año a año por la insaciable demanda de dinero de los monstruos administrativos que se han creado, aparte de por egocentrismos recurrentes de sus dirigentes. Y aquí no se escapa nadie.

En España tenemos el mejor ejemplo. Federación, Liga de Fútbol Profesional y clubes relevantes peleando por lo mismo: el Dios dinero. ¿Método? Todo vale en esta desbocada carrera hacia un futuro engañoso. Nuevos formatos competitivos (Supercopa de España), nuevos formatos organizativos (nueva Champions y Superliga), gestión de derechos en pugna constante y desacuerdos abiertos (disputas Liga-Federación, Real Madrid y Barça-Federación y Liga). Todos tras el becerro de oro imaginado con el señuelo de un futuro cada vez más imperfecto y engañoso, con argumentos, medias verdades y eufemismos al gusto de cada interlocutor tras sus intereses personales e institucionales.

Mientras, el aficionado se pega a la pantalla como los antiguos romanos al pan y circo, prácticamente todos los días de la semana en plena temporada, y los futbolistas de más y menos postín hacen cola en quirófanos, enfermerías, rehabilitadores físicos y mentales, etc. ¿Es el futuro que queremos?

Quizá sea el momento de reglamentar límites para que sea menos oscuro. Que los artistas de este negocio jueguen menos de cinco partidos al mes, lo que marcaría la cifra de cincuenta por temporada oficial, sería el primero. Tanto de clubes como de selecciones.

Y en esa limitación habría que analizar algo realmente asombroso. Resulta que tanto UEFA como FIFA alumbran competiciones contando con que la mano de obra, los jugadores, los paguen los clubes. Con negocios así, hace relojes de madera cualquiera.

Y a los clubes habría que decirles que menos despachos y más jugadores en el césped. Porque, para tanto trote, plantillas deportivas más amplias y menos encorbatados con denominaciones funcionales anglosajonas y cuentos de pitiminí. En el fútbol actual, cualquier mindundi es experto en no se sabe bien qué. Por no hablar de sueldos y mamandurrias escalofriantes en las instituciones que lo gobiernan.

Límites irrebasables, con garlopa carpintera, tijeras de esquila y sexadores de pollos como los de antes (homenaje al inolvidable Luis Aragonés).

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'Límites para que haya futuro', por José Luis Ortín

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20.11.2023

Esquilmar presentes arruina futuros. Esto hay que tenerlo claro cuando se dirigen actividades humanas. Dirigir es imaginar futuros; el presente solo se administra.

Las lesiones reiteradas de jugadores importantes indican que algo no se hace bien. No es humano que un futbolista juegue tantos partidos porque no son máquinas. Los grandes clubes exigen a sus profesionales básicos rendir a tope durante más de cincuenta partidos por temporada, a los que hay que sumar otra media decena, como mínimo, con sus selecciones nacionales.

¿Cuál fue el error cuando hace años se dirigió este futuro? Pues el mismo que seguimos cometiendo ahora: subordinarlo todo al Dios dinero. Así, los clubes e instituciones futbolísticas engordan cada día sus estructuras hasta crear monstruos que necesitan engullir cada vez más recursos económicos. Una alocada espiral que solo conduce al desastre por no tener en cuenta la materia prima de la que está hecha este deporte: los jugadores, con sus propias limitaciones humanas. Exigir a un profesional que juegue a tope seis partidos de media al mes es un disparate mayúsculo. Porque a las enormes tensiones físicas que supone este juego de velocidad y contacto hay........

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