Ginés de Pasamonte tiene el raro privilegio de aparecer tanto en la primera como en la segunda parte de las aventuras de don Quijote. De entre los galeotes condenados, este va especialmente provisto de cadenas; y por cierto, que no es exagerada prevención. Es orgulloso y tiene una actitud desafiante, su mirada amenazadora desprende un fuego como el que sólo existe en las calderas del Infierno. Ufano de su valía, ha compuesto un libro con la historia de su vida. Con él superará a las demás historias y biografías de otros malhechores que por ahí circulan. Y así como don Quijote quiere ser un caballero que adelante al célebre Amadís, Pasamonte, por su parte, desea eclipsar la fama del Lazarillo, y ser el pícaro más grande sobre la Tierra. Aún dominado y sometido por los hierros que lo doblegan, inspira miedo. Pobre de aquel que se burle de Ginés, llamándolo Ginesillo, quizá no viva para ver otro día. Cuando, al fin, se desprende de sus cadenas, reacciona como la serpiente que cantan las fábulas, aquella que yerta de frío, atacó al incauto caminante que la había encontrado, y a la que había devuelto el calor y la vida acercándola a su pecho. Ambos reptiles se alzan contra su benefactor. El mundo no se ha hecho para honrar a los buenos samaritanos, sino para castigarlos. Con todo, el malvado tiene más de diablo burlón que de asesino despiadado. No quita las vidas, pero bien que roba la espada a don Quijote y el asno a Sancho.

Pasará el tiempo hasta que los caminos del Campeón de la Mancha y de Ginés de Pasamonte se vuelvan a cruzar. Don Quijote, semejante a sí mismo, coherente con su locura, continúa buscando aventuras. Pero Pasamonte ha cambiado de aspecto y de profesión. A pesar del enorme peso que atribuía a sus hazañas, ha renunciado a las promesas de la fama. Ahora, este príncipe del fraude y de los engaños, se hace llamar ‘maese Pedro’. Entretiene a todos con un mono adivino, que por oscuras artes mágicas, conoce los secretos de quienes allí se congregan. La expectación es grande, a todos asombra la pericia del simio, encaramado al hombro de maese Pedro, en actitud de susurrarle al oído las respuestas a las preguntas que el público hace. Reina la sorpresa por el inexplicable conocimiento del que son capaces los demonios, sometidos por la mano experta del hechicero. De la misma opinión son Sancho y don Quijote, que inmersos en la atmósfera mágica y enrarecida, no reconocen al farsante.

Un pequeño grupo le acompaña ofreciendo graciosos espectáculos. Maese Pedro es el responsable de un teatrito de marionetas con el que recorre caminos y ventas, para representar historias de nobles caballeros y damas raptadas, que acaban encerradas en altas torres de la España mora, y que eran rescatadas con grandes esfuerzos. A todos hechizan las voces que da un joven trujamán que cuenta las historias. Resulta difícil no acordarse aquí de la alegre hechicería del entremés cervantino El Retablo de las Maravillas. Con una existencia que aparentemente está marcada por la oscuridad de las potencias sobrenaturales que le rodean, no debe extrañar que algunos hayan querido ver (sin pruebas suficientes) en el pérfido Ginesillo a un personaje real, y casi homónimo, llamado Jerónimo de Pasamonte, contemporáneo de Cervantes, soldado como él, y que dejó un libro sobre su vida, en el cual cuenta el mucho sufrimiento que padeció por culpa de trasgos, malos fantasmas y hechiceras.

A despecho del astuto mentiroso, su magia falsa se volvió prodigiosamente verdadera delante de don Quijote, cuando este vio cómo aquellas hostiles marionetas perseguían a un esforzado caballero y su dama. Llevado de todo su ímpetu justiciero, se lanzó arma en mano contra la morisca tropa, destrozando sus cuerpos de barro y cortando los hilos de los que tiraban manos ocultas. Liberó así a la triste Melisendra, salvó al valiente Gaiferos, y arruinó, de paso, el sustento del embaucador, echándole unas monedas a cambio, y ajustando cuentas de aquel primer encuentro. Seguía la voz natural de su locura, que no otorgaba al demoníaco Pasamonte siquiera el leve honor de un reconocimiento pasajero.

QOSHE - El extraordinario caso de Pasamonte - José Antonio Molina Gómez
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El extraordinario caso de Pasamonte

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02.02.2024

Ginés de Pasamonte tiene el raro privilegio de aparecer tanto en la primera como en la segunda parte de las aventuras de don Quijote. De entre los galeotes condenados, este va especialmente provisto de cadenas; y por cierto, que no es exagerada prevención. Es orgulloso y tiene una actitud desafiante, su mirada amenazadora desprende un fuego como el que sólo existe en las calderas del Infierno. Ufano de su valía, ha compuesto un libro con la historia de su vida. Con él superará a las demás historias y biografías de otros malhechores que por ahí circulan. Y así como don Quijote quiere ser un caballero que adelante al célebre Amadís, Pasamonte, por su parte, desea eclipsar la fama del Lazarillo, y ser el pícaro más grande sobre la Tierra. Aún dominado y sometido por los hierros que lo doblegan, inspira miedo. Pobre de aquel que se burle de Ginés, llamándolo Ginesillo, quizá no viva para ver otro día. Cuando, al fin, se desprende de sus cadenas, reacciona como la serpiente que cantan las fábulas, aquella que yerta de........

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