No te lo perdonaré jamás, Manuel Ligero, jamás. Por tu culpa, me he sentido obligado a volver a ver ‘Barbie‘. La vi hace unos meses en un cine alemán casi vacío en el que retumbaban mis gemidos y lamentos provocados por el despropósito que estaba presenciando. Pero luego leí tu reseña elogiosa de la película. Y eres uno de los críticos que más respeto, siempre leo con interés tus reseñas. ¿Estaría tan equivocado? ¿Sería ‘Barbie’ un torpedo feminista en la línea de flotación del machismo y el capitalismo y yo no me había enterado? Decidí entonces hacer un ejercicio de humildad y volver a sentarme ante esa película que aborrecí. Y, por una vez, sigo sin estar de acuerdo contigo.

Dejaré de lado las constantes sonrisas empalagosas, las sobreactuaciones, la música indigesta, la estética que, por irónica que sea, hace daño en los ojos -hasta aquí todo exigencias del guion-, las detestables coreografías, la insoportable penúltima escena en la que se comprimen humanismo y feminismo en píldoras banales (debería haber un artículo del Código penal aplicable a una frase como «ser humano es incómodo y por eso existe el patriarcado»).
Dejemos todo esto de lado, que es mucho dejar, y vayamos al meollo político del asunto, única justificación posible para la tortura a la que nos somete la película.

Podemos resumirla diciendo que el mundo de fantasía de Barbilandia se empieza a tambalear el día que la realidad entra en él a través de la conciencia de la muerte. Al abandonar el espacio protegido de la perfección y de un consumo idealizado, Barbie se encuentra con que ni las mujeres dominan el mundo ni ella y las demás barbies lo han transformado como pensaban: el mundo -las mujeres- no le están agradecidas por haberlas hecho crecer intentando acercarse a un ideal imposible, que las llevaba a negarse y detestarse a sí mismas. Entonces Barbie descubre que la infelicidad existe y ella, tan empática como nosotros, descubre también el llanto.

Es verdad que el capitalismo y el machismo hacen su autocrítica; ¿no es gracioso que todos los hombres sean tontos y los empresarios, además, malvados? No, no mucho. Como escribió Mark Fischer en Realismo capitalista, «Una y otra vez, el villano de las películas de Hollywood resulta ser el «consorcio malvado». Lejos de socavar el realismo capitalista, este anticapitalismo gestual en realidad lo refuerza». Algo parecido podríamos decir del feminismo de Hollywood respecto al machismo.

Claro que la sátira está ahí: ‘Barbie’ es la perfecta consumidora fetichista que bebe un zumo que no existe, lo mismo que nosotros consumimos productos que, como tales, solo existen en nuestra imaginación: el coche que nos hace felices, el viaje que nos convierte en aventureros, la moda que nos transforma en individuos distintos del resto, la cultura que nos vuelve seres autónomos y conscientes. Y entendemos que Barbie no es mucho mejor que las muñecas que convertían a las niñas en madres y cuidadoras prematuras; Barbie es otra exigencia de perseguir un ideal imposible impuesta a la mujer. Y la madre que aparece por ahí con su hija enumera las exigencias inasumibles con las que tienen que crecer las mujeres (una pena que ya las supiésemos).

Pero el poder crítico y satírico de la película se diluye en cuanto nos damos cuenta de que nos están vendiendo el mundo ideal del liberalismo, sin conflictos ni tensiones, porque el mercado debe funcionar sin sobresaltos. No es que sea así solo en la realidad falsa del inicio; también en la nueva Barbilandia que queda tras la derrota de los hombres: allí no hay clases sociales (las empleadas de la limpieza siguen tan felices como al principio), dan igual tu color y tu cuerpo (que seas negra, obesa o vayas en silla de ruedas), todas pueden ser felices. La tolerancia es perfecta, como lo es la sororidad. La nueva Barbilandia es una utopía en la que todo se acepta salvo la rebelión.

Incluso el conflicto generacional planteado en el mundo real se diluye: la hija enfadada con su madre acaba admirándola porque, al final, ya sabemos, todas las madres son luchadoras y la familia es lo más importante, y esa mujer sumisa ocultaba a una leona. La mujer sometida, recepcionista en una empresa hipermasculinizada, era en su interior una rebelde.

Pero quizá el mensaje más terrible sea el de que los hombres se encuentran mal solo porque tienen una conciencia falsa de sí mismos. Solo con aceptarse y comprenderse serán capaces de liberarse de su machismo (una vez más, las estructuras sociales y económicas no pintan nada aquí). Y las barbies al final reconocen que han sido demasiado feministas: han ninguneado a los hombres y no los han invitado a sus fiestas, lo que ha vuelto machistas a los kens. Los pobres estaban sometidos a la dictadura del matriarcado y tuvieron que compensar con alcohol, coches y una virilidad impostada. ¿Nos suena?

Así, cuando Barbie vuelve al mundo real, todos se despiden dándole las gracias por cómo ha transformado Barbilandia. Todas y todos son felices, se acabaron los conflictos.

Pero, ¿de verdad vuelve Barbie al mundo real? Cuando intenta hacerse consciente de lo que es ser humano -eso tan incómodo- ve madres con niños, niños felices, escenas idílicas. No ve a niños en Gaza muriendo bajo las bombas ni a padres abusando de sus hijos. Y, por cómo va vestida, ya sabemos que la nueva Barbie no va a cuestionar la realidad a la que llega sino que será una mujer de éxito, la perfecta ejecutiva (eso sí, empoderada). No parece que haya aquí una crítica al capitalismo, sino a sus formas más obsoletas: mudar de piel para seguir creciendo y produciendo.

Sabemos que después del estreno de la película las ventas de las muñecas de Mattel, estancadas en los últimos tiempos, volvieron a aumentar. Los hombres y mujeres de su consejo de administración pueden estar tranquilos: el supuesto ataque contra el capitalismo lanzado por el feminismo de una superproducción le ha insuflado vida. Como siempre.

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QOSHE - Contra ‘Barbie’ - José Ovejero
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Contra ‘Barbie’

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12.02.2024

No te lo perdonaré jamás, Manuel Ligero, jamás. Por tu culpa, me he sentido obligado a volver a ver ‘Barbie‘. La vi hace unos meses en un cine alemán casi vacío en el que retumbaban mis gemidos y lamentos provocados por el despropósito que estaba presenciando. Pero luego leí tu reseña elogiosa de la película. Y eres uno de los críticos que más respeto, siempre leo con interés tus reseñas. ¿Estaría tan equivocado? ¿Sería ‘Barbie’ un torpedo feminista en la línea de flotación del machismo y el capitalismo y yo no me había enterado? Decidí entonces hacer un ejercicio de humildad y volver a sentarme ante esa película que aborrecí. Y, por una vez, sigo sin estar de acuerdo contigo.

Dejaré de lado las constantes sonrisas empalagosas, las sobreactuaciones, la música indigesta, la estética que, por irónica que sea, hace daño en los ojos -hasta aquí todo exigencias del guion-, las detestables coreografías, la insoportable penúltima escena en la que se comprimen humanismo y feminismo en píldoras banales (debería haber un artículo del Código penal aplicable a una frase como «ser humano es incómodo y por eso existe el patriarcado»).
Dejemos todo esto de lado, que es mucho dejar, y vayamos al meollo político del asunto, única justificación posible para la tortura a la que nos somete la película.

Podemos resumirla diciendo que el mundo de fantasía de Barbilandia se empieza a tambalear el día que la realidad entra en él a través de la conciencia de la........

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