Este artículo forma parte de la revista #LaMarea99. Puedes conseguirla aquí.

La izquierda, decimos, pero ¿cuál sería el contenido concreto del concepto? Porque también decimos: las izquierdas. Y entonces, quizá, la descripción fuera más fácil, pues se trataría de ir dando sitio a todas aquellas formaciones políticas que reclaman tal denominación, desde el PSOE hasta la CNT pasando por Bildu, BNG, Izquierda Unida, Más Madrid, Podemos y, aun estando en dinámica de formación, ese Sumar con vocación de aglutinar y acaso centralizar la llamada «izquierda a la izquierda del PSOE», partido que, durante un tiempo vio negada o cuestionada su ubicación en la izquierda.

Cabría acoger la denominación que Enzo Traverso propone al entender la izquierda como el conjunto de «los movimientos que tratan de cambiar el mundo con el principio de igualdad en el centro de su programa». Unas izquierdas insertas en ese gran relato del movimiento de emancipación de la clase obrera donde, todavía hoy, cabe distinguir dos actitudes a la hora de enfrentarse al Capital: por un lado, las formaciones reformistas cuyas estrategias, aun cuestionando el capitalismo, se orientaban hacia el logro de una gestión más igualitaria del reparto de las plusvalías a las que el sistema da lugar, y otras, más radicales o revolucionarias, poniendo en cuestión la propiedad de los medios de producción de donde esas plusvalías se extraen.

Según Traverso, la caída del muro de Berlín y el posterior derrumbe de la URSS provocaron, o acentuaron, en las izquierdas europeas un «estado de desánimo» y de singular melancolía o abatimiento que, traducido a nuestro ámbito político, tuvo una primera versión –el desencanto– en los inicios de una Transición donde el pragmatismo cuasi neoliberal de los gobiernos del PSOE, la entrada en la OTAN y el ingreso en el Mercado Común oficializaban y parecían confirmar el fin de la lucha de clases; si bien, organizaciones como el Partido Comunista trataron, vía Izquierda Unida, de dar testimonio y presencia electoral a la memoria de una cultura marxista que había venido defendiendo propuestas de transformación o cambio radical.

15-M: la Revolución ha venido y nadie sabe cómo ha sido

El resurgimiento, entre nosotros, de los nuevos ánimos revolucionarios no pareció brotar de la entristecida tradición marxista, aun cuando su emergencia procede de un temblor en la infraestructura económica: la crisis de 2008. Ésta, al hipotecar y precarizar vidas y horizontes, dio lugar a una creciente e inesperada sacudida social que encontraría su clímax en las manifestaciones del 15-M, más próximas a la indignación que a la subversión, pero que alteran el campo político protagonizado por un bipartidismo donde, los programas y proyectos de los dos partidos hegemónicos, PP y PSOE, si bien flotaban en atmósferas culturales diferentes, en la práctica del día a día apenas introducían variaciones significativas de orden económico o social.

Aquellas inesperadas convulsiones, desde su espontaneidad de origen, fueron evolucionando y favoreciendo la creación de un espacio insólito que, al canalizar aquel «asalto a los cielos» que la indignación parecía hacer posible, acabaría por facilitar el nacimiento, entre otras iniciativas, de un partido, Podemos, donde, poco después y paradójicamente, irían a desembocar, ya en sede parlamentaria, aquellas consignas primigenias del «No nos representan», «Lo llaman democracia y no lo es» o «Nuestros sueños no caben en vuestras urnas». Así surgió en 2014, hace apenas una década, aquel Podemos que estuvo a punto de adelantar en escaños al PSOE para, más tarde, entrar en un proceso de decadencia y división que le llevaría hasta su minoritaria presencia en el actual parlamento, aunque sus escasos votos le concedan más relevancia de lo que los simples números podrían indicar.

Con todo, la experiencia de Podemos como ejemplo o prototipo de la izquierda permite rastrear muchas de las características de la corriente ideológica que, abandonando las claves del marxismo más tradicional, mantiene como objetivo aquel «cambiar el mundo con el principio de igualdad en el centro de su programa». Una experiencia que, más allá o más acá de Podemos, encontramos en el proyecto en marcha de Sumar, el movimiento que ahora tomaremos como paradigma de esa nueva izquierda.

Valga recordar que, al plantear sus «raíces», la organización dirigida por Yolanda Díaz señala que «el movimiento 15-M de 2011, junto con las huelgas generales convocadas por los sindicatos contra la reforma laboral y del sistema de pensiones, fueron la fuerza impulsora de dicho proceso, al que además otorgaron un sentido ideológico inequívocamente igualitarista, democratizante y antioligárquico». Nada extraño si se considera el papel relevante que en estas nuevas izquierdas obtienen las teorías del populismo de Laclau y Chantal Mouffe o las fuertes discusiones que alrededor del concepto de valor en Marx tienen lugar en el campo de un posmarxismo que ve inútil su aplicación en marcos sociales donde el sector servicios ocupa más del 60% de la actividad económica, y donde la complicidad creciente del mundo del trabajo pone en cuestión el peso y el papel del proletariado en tanto sujeto revolucionario.

¿Propiedad, clase, proletariado?

Escoger al «movimiento Sumar» como exponente representativo de aquello que la izquierda actual presupone incorpora un grado de simplificación o insuficiencia bastante arriesgado del que debo disculparme. Sería suficiente con asomarse al Manifiesto Programa elaborado recientemente por la Federación madrileña del PCE y comprobar la utilización de conceptos como lucha de clases, marxismo-leninismo, explotación, confrontación capital-trabajo, conciencia de clase, superación del sistema capitalista o propiedad de los medios de producción, para preguntarse cómo, asumiendo tales categorías, la larga tradición comunista puede integrarse en la dinámica de una organización en cuya ponencia la palabra propiedad solo aparece dos veces, el concepto de clase social ninguna, y las referencias a los desposeídos y subalternos parecen ocupar el lugar del proletariado en las tradiciones marxistas de emancipación.

Considero, sin embargo, pertinente y válida, por representativa, para nuestros propósitos esta elección de Sumar como espejo del Estado, disposición y expresión de esa izquierda progresista que propone «construir un ciclo virtuoso (?) de reformas profundas, estructurales», impulsa la libertad en favor de la soberanía individual y quiere en definitiva «contribuir a crear un lugar de participación amable y democrático», donde el feminismo, la ecología, la cuestión de los cuidados, el laborismo del siglo XXI (?), la lucha por un nuevo paradigma de libertad e igualdad, el desafío plurinacional, el reequilibrio territorial, la justicia social y climática, la Declaración Universal de los Derechos Humanos o la atención a las nuevas tecnologías conformarían un todo transversal «con el objetivo fundamental de producir sociedad, hacer el país que necesitamos articulando un movimiento popular amplio, plural y arraigado en la sociedad».

¿Una izquierda amable? No, gracias

Ahora bien, todos estos buenos propósitos que la nueva izquierda propone –«Una nueva cultura política que pueda permitirse ser amable, pueda permitirse ser acogedora y que a la vez haga esfuerzos por convertir esos principios en hechos, no en palabras»–, en la realidad concreta política y social, apenas tienen un alcance que vaya mucho más allá de la batalla por la ocupación dominante en el espacio electoral, aunque, cierto también, que en todo ese conjunto de organizaciones, desde el PSOE a Sumar pasando por Izquierda Unida, no faltan declaraciones donde las metas electoralistas, la toma de los poderes ejecutivo y legislativo y la entrada en las instituciones públicas, autonomías, diputaciones, ayuntamientos, se verían complementadas por la actividad «en las calles». Y no faltan testimonios –mareas, manifestaciones, mítines, repartos– de tal actividad, si bien no deja de ser llamativo que, al respecto, esa izquierda no haya derogado la famosa Ley Mordaza, que fue promulgada por la derecha en el poder, precisamente, para poner estrechos límites a cualquier posible acción de masas.

Curioso y sorprendente es que la amabilidad –«Una nueva cultura política no para vencer, sino para habitar»– y la paciencia –«Que el poco a poco de cada día sea una transformación enorme»– elegidas como táctica /marketing para la arribada al poder por la vía electoral se está proponiendo cuando la derecha, que nunca ha sufrido momentos de melancolía, ha puesto en marcha un cuadro de acciones en las que no duda en asaltar calles, amenazar sedes de partido, atrancar autopistas y carreteras o batallar en juzgados y demás instituciones a su alcance, hasta un punto que toma aires de enfrentamiento civil. Ante situaciones semejantes, cabe preguntarse si la amabilidad democrática, el poco a poco, el marketing editorial y las reconversiones semánticas pueden resultar fuerza suficiente para garantizar ese amable avance hacia la igualdad si se dieran circunstancias contrarias a esa «conversación» democrática en la que se nos propone participar.

Esta nueva izquierda insiste en decirnos que no hay que mirar hacia el pasado, pero, sinceramente, uno mira hacia atrás y recuerda los chantajes «democráticos» de la UE a Syriza, o el sangriento derrumbe de la vía democrática del Chile de Allende. Ganar el Parlamento con «vocación de destruir las relaciones capitalistas de producción» (PCM), desarrollar «de forma sistemática procesos de democracia deliberativa en las iniciativas de alto impacto en la acción de gobierno» (PSOE), «empujar por un ciclo virtuoso de transformaciones que alteren la correlación de fuerzas, democratizando el Estado y la economía, así como generando más confianza de los subalternos en sus propias fuerzas» (Sumar), no nos parecen propósitos y estrategias suficientes para arrebatar el Poder a los actuales dueños de nuestras vidas, de nuestros salarios. La izquierda, incluso la amable si tal cosa fuera posible, también debe estar orientada al combate tanto en términos estratégicos como tácticos. Estaría bien deliberar sobre esto.

La entrada ¿Qué hace una izquierda como tú con un capitalismo como este? se publicó primero en lamarea.com.

QOSHE - ¿Qué hace una izquierda como tú con un capitalismo como este? - Constantino Bértolo
menu_open
Columnists Actual . Favourites . Archive
We use cookies to provide some features and experiences in QOSHE

More information  .  Close
Aa Aa Aa
- A +

¿Qué hace una izquierda como tú con un capitalismo como este?

5 1
22.03.2024

Este artículo forma parte de la revista #LaMarea99. Puedes conseguirla aquí.

La izquierda, decimos, pero ¿cuál sería el contenido concreto del concepto? Porque también decimos: las izquierdas. Y entonces, quizá, la descripción fuera más fácil, pues se trataría de ir dando sitio a todas aquellas formaciones políticas que reclaman tal denominación, desde el PSOE hasta la CNT pasando por Bildu, BNG, Izquierda Unida, Más Madrid, Podemos y, aun estando en dinámica de formación, ese Sumar con vocación de aglutinar y acaso centralizar la llamada «izquierda a la izquierda del PSOE», partido que, durante un tiempo vio negada o cuestionada su ubicación en la izquierda.

Cabría acoger la denominación que Enzo Traverso propone al entender la izquierda como el conjunto de «los movimientos que tratan de cambiar el mundo con el principio de igualdad en el centro de su programa». Unas izquierdas insertas en ese gran relato del movimiento de emancipación de la clase obrera donde, todavía hoy, cabe distinguir dos actitudes a la hora de enfrentarse al Capital: por un lado, las formaciones reformistas cuyas estrategias, aun cuestionando el capitalismo, se orientaban hacia el logro de una gestión más igualitaria del reparto de las plusvalías a las que el sistema da lugar, y otras, más radicales o revolucionarias, poniendo en cuestión la propiedad de los medios de producción de donde esas plusvalías se extraen.

Según Traverso, la caída del muro de Berlín y el posterior derrumbe de la URSS provocaron, o acentuaron, en las izquierdas europeas un «estado de desánimo» y de singular melancolía o abatimiento que, traducido a nuestro ámbito político, tuvo una primera versión –el desencanto– en los inicios de una Transición donde el pragmatismo cuasi neoliberal de los gobiernos del PSOE, la entrada en la OTAN y el ingreso en el Mercado Común oficializaban y parecían confirmar el fin de la lucha de clases; si bien, organizaciones como el Partido Comunista trataron, vía Izquierda Unida, de dar testimonio y presencia electoral a la memoria de una cultura marxista que había venido defendiendo propuestas de transformación o cambio radical.

15-M: la Revolución ha venido y nadie sabe cómo ha sido

El resurgimiento, entre nosotros, de los nuevos ánimos revolucionarios no pareció brotar de la entristecida tradición marxista, aun cuando su emergencia procede de un temblor en la infraestructura económica: la crisis de 2008. Ésta, al hipotecar y precarizar vidas y horizontes, dio lugar a una creciente e inesperada sacudida social que encontraría su........

© La Marea


Get it on Google Play