En el gélido frío de Oslo, Noruega, un pergamino se desdoblará el diez de diciembre en el año dos mil veinticinco, sellando un pacto con la discordia.

El Nobel de la Paz, el faro prometido para la fraternidad, se posó en manos de Corina Machado. Pero para muchos, este brillo es un espejismo, una luz que contradice el testamento de Alfred Nobel, aquel sueño de 1895 tejido con hilos de esperanza humana. El inventor, el alquimista del poder, había dictado un ideal: honrar a quien desarme el rencor, quien reduzca el acero de los ejércitos y siembre el diálogo entre naciones. ¡Abolición!, clamaba el espíritu del legado Nobel. ¿Qué eco respondía desde el trópico? Se escuchaba el clamor de la líder venezolana, no por tregua,........

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