La brecha salarial entre hombres y mujeres ha dejado de decrecer en España por primera vez en cinco años. Un informe del sindicato corporativo del funcionariado CSIF (poco sospechoso de radicalidades feministas o de cualquier tipo) indica que los trabajadores varones ganaron una media de 25.135 euros en 2022, unos 5.000 euros más por persona que las trabajadoras mujeres.

La brecha salarial de género es, por tanto, de un 19,89 %, lo que significa que, después de años de rebaja de la brecha salarial y consiguiente avance en la igualdad, ha vuelto a crecer, aun mínimamente, desde el 19.87 % reportado en 2021. Las mujeres siguen teniendo empleos más precarios, peor pagados y con condiciones de trabajo más insostenibles que los hombres, lo que ya es mucho decir en la España de la precariedad laboral ubicua.

La tasa de temporalidad en el empleo de las mujeres es del 19 %, mientras la de los hombres se sitúa en el 14,2 %. Además, hay el triple de mujeres que hombres, contratadas a tiempo parcial. El 93% de las personas que trabajan a tiempo parcial para cuidar a sus familiares son mujeres. A eso se une la persistente segregación sexual de los sectores del mercado de trabajo tradicionalmente feminizados: los sectores con mayoría femenina (limpiadoras, camareras de piso, cuidadoras de personas mayores, etc.) constituyen enormes bolsas de precariedad, en las que persiste tozudamente la tradicional división sexual del trabajo asalariado. Una persistencia que no tiene visos de cambiar. En los estudios medios, como la Formación Profesional, la segregación de género de los títulos formativos se mantiene incólume tras años de legislación igualitarista: hay títulos para mujeres y especialidades para hombres y muy pocas personas se atreven a iniciarse formativa y laboralmente en el territorio tradicional del otro género.

En el sector público, la brecha de género en los salarios se reduce al 8 %, pero el número de mujeres con contratos temporales es el doble que el de los hombres, mientras trabajan a tiempo parcial en el Estado el triple de mujeres que hombres. Esta situación es de muy difícil reversión mientras la Administración Pública no proceda a absorber la enorme bolsa de trabajo temporal que ha acumulado contra las órdenes expresas de las instituciones europeas.

Pero los efectos de la desigualdad de género sobre nuestra economía no se limitan a la precariedad salarial de millones de trabajadoras y a la extensión ubicua de condiciones de trabajo vejatorias o discriminatorias. La violencia de género y sexual le sale cara al Estado.

Un estudio reciente del Ministerio de Igualdad informa de que el coste para las arcas estatales de la violencia machista y sexual en España supera los 4.900 millones de euros anuales. Este importe se ha calculado sumando lo gastado en consultas médicas y psicológicas, costes policiales y judiciales, abogacía de oficio, bajas laborales, matrículas perdidas en instituciones educativas y abandonos e interrupciones del desempeño laboral de las víctimas.

Se trata de un 0,37 % del PIB, unos 104 euros por habitante de la nación española. El coste relacionado con el ámbito laboral (incapacidades temporales, pérdidas de jornadas de trabajo por ausencia no preavisada de la trabajadora, etc.) suma más de 1960 millones de euros anuales.

La fractura ideológica en el seno del movimiento feminista ha dificultado la construcción de alternativas viables para la organización y autodefensa de las mujeres trabajadoras. El ámbito de resistencia sindical (y de las plataformas “para-sindicales” creadas en sectores especialmente feminizados como las Kellys o las cuidadoras de personas mayores) precisa de un sindicalismo combativo y plenamente comprometido con la lucha por la igualdad, y de un movimiento feminista con la mirada puesta en las necesidades de las mujeres de la clase trabajadora, que no siempre coinciden con las demandas de las mujeres con posiciones económicamente privilegiadas.

Como indican Almudena Sánchez, Beatriz García, Marisa Pérez y Nuria Alabao, integrantes del colectivo feminista Cantoneras, en el primer número de la revista “Cuadernos de Estrategia” del Observatorio Metropolitano de Madrid:
“Que se generalicen los intereses de las feministas de clase media como los de “todas las mujeres” limita las potencialidades políticas de un feminismo de clase o de transformación que busque una redistribución radical de la riqueza y del poder”.

El debate en el seno del feminismo transformador está servido. En el sindicalismo combativo también deberíamos aceptar y alentar este debate. No nos debemos detener en la simple crítica del feminismo mainstream por “fragmentar” la lucha de la clase obrera y “disolver” sus tradiciones organizativas. Hay que abrir los espacios sindicales a la construcción teórica y práctica de un “feminismo de clase” que sea algo más que la repetición en bucle de consignas pretéritas, por muy adecuadas que nos parezcan. Escuchar y dejar construir autoorganización a quienes sufren las distintas opresiones, también en el ámbito sindical. Como dicen las compañeras del colectivo Cantoneras:
Nuestro feminismo se propugna “de clase” o, en otros términos, anticapitalista, sindicalista, feminismo de los sures o de las de abajo. Creemos que la apropiación política del feminismo, al modo en que hace el feminismo hegemónico de clase media, se vuelve más difícil cuando el feminismo es capaz de construirse en términos materiales. En este sentido, no queremos cuotas en los consejos de administración, sino acabar con las diferencias radicales de salario y en las condiciones de trabajo, en última instancia, abolir el trabajo asalariado. De otra parte, sólo desde un “feminismo situado” y desde los conflictos concretos -en el sindicalismo social, en las luchas de la vivienda, en las luchas laborales, etc.- podremos preservar nuestra autonomía como movimiento, dejar de trabajar para el feminismo hegemónico y adoptar su agenda como propia”.

Nos toca prestar atención y abrir espacios a las luchas y a la experimentación organizativa y teórica. La lucha contra la precariedad de la clase trabajadora no puede ignorar las penurias, necesidades e intereses de las mujeres.

José Luis Carretero Miramar para Kaosenlared

Imagen de portada: Las Kellys – Wikimedia Commons | Detalles de la licencia

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Brecha salarial de género y feminismo de clase

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19.02.2024

La brecha salarial entre hombres y mujeres ha dejado de decrecer en España por primera vez en cinco años. Un informe del sindicato corporativo del funcionariado CSIF (poco sospechoso de radicalidades feministas o de cualquier tipo) indica que los trabajadores varones ganaron una media de 25.135 euros en 2022, unos 5.000 euros más por persona que las trabajadoras mujeres.

La brecha salarial de género es, por tanto, de un 19,89 %, lo que significa que, después de años de rebaja de la brecha salarial y consiguiente avance en la igualdad, ha vuelto a crecer, aun mínimamente, desde el 19.87 % reportado en 2021. Las mujeres siguen teniendo empleos más precarios, peor pagados y con condiciones de trabajo más insostenibles que los hombres, lo que ya es mucho decir en la España de la precariedad laboral ubicua.

La tasa de temporalidad en el empleo de las mujeres es del 19 %, mientras la de los hombres se sitúa en el 14,2 %. Además, hay el triple de mujeres que hombres, contratadas a tiempo parcial. El 93% de las personas que trabajan a tiempo parcial para cuidar a sus familiares son mujeres. A eso se une la persistente segregación sexual de los sectores del mercado de trabajo tradicionalmente feminizados: los sectores con mayoría femenina (limpiadoras, camareras de piso, cuidadoras de personas mayores, etc.) constituyen enormes bolsas de precariedad, en las que persiste tozudamente la tradicional división sexual del trabajo asalariado. Una persistencia que no tiene visos de cambiar. En los estudios medios, como la Formación Profesional, la segregación de género de los títulos formativos se........

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