La derrota política del presidente Gustavo Petro, de su Gobierno y del Pacto Histórico el pasado domingo, es inocultable. Los gobernantes y políticos no suelen reconocer descalabros, pero de ahí a las cuentas alegres que rondan la mente nublada y fantasiosa del primer mandatario, hay un trecho. El régimen está contra las cuerdas, pero no se debe bajar la guardia: faltan el grueso de los asaltos y no desistirá en su obsesión de imponer en el país el socialismo.

La mayoría de los nuevos alcaldes, empezando por los de las cinco principales ciudades e igual con los gobernadores, creen en la democracia liberal, en la seguridad, la economía de mercado fundada en la iniciativa privada y la reducción de la pobreza y la inequidad a partir de la generación de riqueza. Es decir, independiente del espectro político en el que se les clasifique -bastante simplista por decir lo menos- es evidente que no son de izquierda.

Pero, los alcaldes y gobernadores que no comulgan con el régimen no la tendrán fácil. El Presidente va a privilegiar a los adeptos a su causa y va a condicionar el apoyo de su Gobierno en razón a su tono y grado de genuflexión; debilitará a sus opositores con la mirada puesta en las presidenciales. Se verán entre le espada y la pared pues muchas de sus iniciativas dependen de la voluntad de un centralismo que opera como catapulta o guillotina.

Alcancé a pensar que el presidente Petro haría un alto en el camino y reconsideraría algunas de sus políticas; que pese a lo avanzado de su mandato buscaría un acuerdo nacional pero de verdad y no la pantomima que desempolva cuando le conviene. Pero no. No lo hará pese al rechazo mayoritario recibido en las urnas. Lo preocupante es que contará para ello con varios partidos y congresistas, y el silencio cómplice de muchos en el sector privado.

El país aguarda a ver entonces el comportamiento del Partido Conservador, el Liberal y el de Unidad Nacional, tradicionalmente ajenos a la ideología del Gobierno. Si bien estos lograron reposicionarse en las pasadas elecciones, los colombianos no son bajitos de punto y saben que esos partidos -y algunos de los Verdes- son corresponsables de la debacle y que, de no ser por ellos, las iniciativas estatizantes no habrían avanzado.

Muchos ciudadanos alcanzamos a ilusionarnos cuando el expresidente César Gaviria, el senador Efraín Cepeda y la entonces presidenta de la U, Dilian Francisca Toro, hablaban de líneas rojas y azules. Decían que no se cruzarían. No ha sido así; han privilegiado sus intereses clientelistas. Cómo hacen de falta líderes de palabra, y congresistas y políticos que enaltezcan la vocación pública en lugar de envilecerla y convertirla en mercancía.

Si lo dicho no fuese motivo de alarma, en el sector privado existen visiones disímiles sobre cómo sobrevivir a un gobierno que aborrece la economía de mercado. Petro ha sido hábil en dividir a los empresarios y gremios, restándoles fuerza. Más de uno, similar a los congresistas que tanto critican, parecieran tener precio. La historia dictaminará si estuvieron a la altura de las circunstancias y si la tibieza predominante fue una buena consejera.

Es lo que hay y lo que se nos viene: un presidente ególatra incapaz de entender o aceptar que el país le pide a gritos un giro pues no comparte el modelo que quiere imponer, varios partidos y congresistas prostituidos, nuevos alcaldes y gobernadores en la encrucijada, y un sector privado desunido. En buena hora subsisten políticos, partidos y congresistas coherentes, y empresarios, académicos y periodistas sin temor ni mordaza. Y lo más importante: una ciudadanía inconforme dispuesta a defender a Colombia y su democracia.

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Lo que se nos viene

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07.11.2023

La derrota política del presidente Gustavo Petro, de su Gobierno y del Pacto Histórico el pasado domingo, es inocultable. Los gobernantes y políticos no suelen reconocer descalabros, pero de ahí a las cuentas alegres que rondan la mente nublada y fantasiosa del primer mandatario, hay un trecho. El régimen está contra las cuerdas, pero no se debe bajar la guardia: faltan el grueso de los asaltos y no desistirá en su obsesión de imponer en el país el socialismo.

La mayoría de los nuevos alcaldes, empezando por los de las cinco principales ciudades e igual con los gobernadores, creen en la democracia liberal, en la seguridad, la economía de mercado fundada en la iniciativa privada y la reducción de la pobreza y la inequidad a partir de la generación de riqueza. Es decir, independiente del espectro político en el que se les clasifique -bastante simplista por decir lo menos- es evidente que no son de izquierda.

Pero, los........

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