La empresa Open AI comenzó siendo un laboratorio sin ánimo de lucro y se ha convertido en un negocio con una incalculable rentabilidad. Las cautelas que aconsejaban una moratoria en el desarrollo de la inteligencia artificial (IA) se han visto desbordadas por esos intereses económicos.

Su incidencia en el sistema sanitario podría contribuir a despersonalizar servicios, prestaciones y cuidados, al suplantarnos y eliminar el decisivo factor humano. Cuesta concebir una atención sanitaria de ‘calidad’ desprovista de ‘calidez’.

No faltan quienes propenden a parapetarse tras unas pruebas diagnósticas de vanguardia para recomendar un determinado tratamiento. Un radiodiagnóstico puede tomarse como decisivo para prescribir una intervención quirúrgica, cuando en realidad el estudio clínico del paciente puede recomendar que se posponga a la espera de cómo evolucione la patología. Esta tendencia se daría más entre los nativos digitales, que parecen tener menos prevenciones morales que sus mayores frente al uso de la IA. Quizá porque no pueden comparar su entorno con la experiencia de haber vivido sin ese impacto.

El utilitarismo y la deontología nunca se presentan en estado puro. Pero sí cabe acentuar con mayor o menor intensidad una de las dos perspectivas. Como señala Ortega nuestro yo es indisociable de nuestras circunstancias. La salud es un asunto complejo que requiere acomodar unas u otras pautas a nuestras condiciones del momento. La medicina no es una ciencia exacta, porque nuestra maquinaria biológica tiene un comportamiento multifactorial, donde lo psicofísico se combina con incidencias medioambientales y socioculturales.

Un comportamiento ético no tiene que ser necesariamente ‘superogatorio’ y sobrepasar las obligaciones contraídas –como hizo el personal sanitario en la pandemia–, pero no puede caer en lo ‘subrogatorio’ endosando a otros la propia responsabilidad. Los hechos alternativos y sus datos ficticios podrían cambiar nuestra percepción del presente y hacernos revisar la memoria del pasado e incluso dudar de los recuerdos personales, determinando con ello el futuro. Como ahora delegamos nuestras relaciones personales en ese ‘alter ego’ digital que supone nuestro avatar cibernético, la realidad virtual podría suplantar a los acontecimientos efectivos, generando una suerte de psicosis colectiva, letal dentro del ámbito sanitario. Circulan ensayos clínicos ficticios inventados por la IA con todas las consecuencias que puede acarrear su fraudulenta credibilidad.

Quizá fuera conveniente añadir principios como estos: 1.- Nunca delegaré mi juicio clínico en una máquina por sofisticada que pueda ser. 2.- El diagnóstico y el tratamiento serán frutos de mi experiencia, mis estudios, los intercambios de criterio y la ineludible comunicación con los pacientes. 3.- Trataré holísticamente a mis pacientes como personas cuya dolencia debo abordar sin considerarlos un caso más en función de estadísticas o cálculos algorítmicos. 5.-Ninguna herramienta puede suplir el trato de un profesional sanitario. 6.- Conviene prestar atención a la posible dependencia que pueda originar el abuso de los dispositivos digitales, cuya eventual toxicidad también debería ser valorada como una grave amenaza contra la salud pública.

La IA y sus portentosas prestaciones podrían plantearnos una doble tentación. Por una parte, los enfermos más o menos imaginarios podrían propender a consultar compulsivamente a Chat GPT y explorar su sintomatología con toda comodidad. Esto les haría discutir los diagnósticos y desconfiar de unos médicos que a su juicio no podrían saber tanto como la inteligencia artificial. De otro lado, el personal sanitario también podría tener la tentación de confiar demasiado en la IA e incluso dudar de su propio criterio, al creer que los dictámenes cibernéticos tendrían menos sesgos, con el peligro de llegar a considerarlos infalibles.

Cuanto más consultemos la IA, más dependientes nos haremos de su presunta objetividad e iremos delegando más funciones. Puede afinar un radiodiagnóstico y posibilitar intervenciones inéditas. Pero esto no debe hacernos olvidar la primacía absoluta del factor humano. Una cosa es que un robot como Da Vinci facilite la tarea de los cirujanos y otra que pudiera llegar a reemplazarlos, como irá sucediendo en muchos otros puestos de trabajo.

Más vale prevenir que curar. Un buen consejo del médico de familia puede ser muchísimo más útil que un arsenal de medicamentos y atender al contexto cultural o socioeconómico también resulta crucial. Ahora que nos vamos concienciando sobre la importancia de nuestra salud mental, tan estigmatizada todavía, ¿alguien se imagina que podamos realizar ese tipo de consultas y seguimiento mediante una IA? Convendría reorientar nuestros primados. Vamos hipotecando nuestra memoria, nuestros deseos y nuestro comportamiento a lo que nos marcan dispositivos digitales, porque nos resulta cómodo no pensar ni decidir por cuenta propia. Pero no podemos delegar nuestra responsabilidad moral y pretender no rendir cuentas de nuestras acciones.

Antes de soñar con un mundo en que los robots nos asistan, deberíamos evitar que se roboticen los humanos y pierdan su capacidad emocional para la empatía. Un servicio asistencial de calidad requiere una calidez humana que no puede verse suplida por ningún robot. El problema es que la humanidad pueda deshumanizarse al automatizar y robotizar su comportamiento, sin hacer las consabidas excepciones a una regla o desacatar la presunta obediencia debida cuando esta nos obligue a infligir daños. La digitalización masiva supone una nueva era y debemos estar muy atentos para no perdernos en encrucijadas que van a condicionar el futuro. Es hora de no lamentarlo después. A la IA no hay que demonizarla, pero tampoco deificarla. Los dispositivos inteligentes que utilizamos todos los días nos advierten sobre su eventual abuso y debemos hacer un uso inteligente de los mismos.

Roberto R. Aramayo es profesor de Investigación en el Instituto de Filosofía del CSIC e historiador de las ideas morales y políticas

QOSHE - La inteligencia artificial y la sanidad - Roberto R. Aramayo
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La inteligencia artificial y la sanidad

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26.02.2024

La empresa Open AI comenzó siendo un laboratorio sin ánimo de lucro y se ha convertido en un negocio con una incalculable rentabilidad. Las cautelas que aconsejaban una moratoria en el desarrollo de la inteligencia artificial (IA) se han visto desbordadas por esos intereses económicos.

Su incidencia en el sistema sanitario podría contribuir a despersonalizar servicios, prestaciones y cuidados, al suplantarnos y eliminar el decisivo factor humano. Cuesta concebir una atención sanitaria de ‘calidad’ desprovista de ‘calidez’.

No faltan quienes propenden a parapetarse tras unas pruebas diagnósticas de vanguardia para recomendar un determinado tratamiento. Un radiodiagnóstico puede tomarse como decisivo para prescribir una intervención quirúrgica, cuando en realidad el estudio clínico del paciente puede recomendar que se posponga a la espera de cómo evolucione la patología. Esta tendencia se daría más entre los nativos digitales, que parecen tener menos prevenciones morales que sus mayores frente al uso de la IA. Quizá porque no pueden comparar su entorno con la experiencia de haber vivido sin ese impacto.

El utilitarismo y la deontología nunca se presentan en estado puro. Pero sí cabe acentuar con mayor o menor intensidad una de las dos perspectivas. Como señala Ortega nuestro yo es indisociable de nuestras circunstancias. La salud es un asunto complejo que requiere acomodar unas u otras pautas a nuestras condiciones del momento. La medicina no es una ciencia exacta, porque nuestra maquinaria........

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