Pau Donés pasó 53 años en este mundo, pero su vida rindió como si hubiesen sido 530. Con raíces en el municipio ribagorzano de Montanuy, este artista barcelonés se distinguió de sus pares desde que aterrizó en el mundo de la música comercial. Era un tío listo; entendió a la primera los resortes de la industria en el momento en el que le tocó vivir, cuando el márquetin de guerrilla no podía ser la herramienta primordial para abrirse paso; el peso del ‘establsihment’ aún era muy grande (de otro modo, aún lo es) e internet estaba en mantillas como vehículo promocional.

No son pocos los zaragozanos que recuerdan haberle visto en su primer concierto en la ciudad, a mediados de los 90, en la añorada sala Morrissey; de hecho, la matemática hace imposible creer en tal conexión de memoria colectiva, ya que solo un puñado de personas fue a verle esa noche. Antes, sin internet, se iba a los sitios a ciegas: era cuestión de confianza pura en el criterio del programador. Aquella gente que se topó con Pau y su guitarra cantando ya esa ‘Flaca’ que le daría la fama tienen desde entonces una buena anécdota que contar cuando el cuñado dice “eso no es nada” o "qué va" en las reuniones familiares.

Pau Donés no fue un genio en la composición ni en la interpretación, y era consciente de ello; sin embargo, sabía maximizar su potencial en ambas áreas, y daba en la diana con frecuencia. Sí fue un comunicador nato, superdotado para colmar las expectativas de cada público; un creador de ambientes que se metía a la gente en el bolsillo con un gesto, una ocurrencia y canciones tan bonitas como “Agua” o, en el final de su camino vital, “Eso que tú me das”.

El autor de ‘Depende’ controlaba todo: en la parcela gráfica acumulaba la experiencia y el talento necesarios para saber por dónde quería ir, y estaba al tanto de cada detalle en la cadena productiva de Jarabe de Palo. También sabía ser implacable con quien trataba de tomarle el pelo o morder un pedazo de su pastel: durante una gira promocional en Puerto Rico, de emisora en emisora, se enteró de que una tienda del Viejo San Juan estaba vendiendo como artículo de importación el disco que acababa de distribuirse allá como novedad. Preguntó si había tiempo de llegar allá antes de la siguiente entrevista, se plantó en la tienda y le dijo al dueño que si seguía doblando alegremente el precio de venta al público le demandaría.

El diagnóstico de cáncer volteó sus planes, como ocurre a todo humano que de un día para otro se entera de que las alusiones a la espada de Damocles nunca pierden vigencia. Lo impresionante en el caso de Pau Donés fue el modo en el que afrontó la evolución de su enfermedad, el ejemplo de arrojo que marcó el último lustro de su vida; en vez de tirar de autoayuda barata o maldecir al universo, conductas irreprochables en esa situación si lo pide el cuerpo, se convirtió en apoyo universal para quienes sufrían su mismo destino, sustento anímico para los familiares de los enfermos y, como gesto postrero (ya lo había hecho Bowie cuatro años antes, cada uno en su liga), artista generoso que deja tras de sí un último disco diferente, brillante.

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Así era Pau Donés: sí, el de Jarabe de Palo

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23.03.2024

Pau Donés pasó 53 años en este mundo, pero su vida rindió como si hubiesen sido 530. Con raíces en el municipio ribagorzano de Montanuy, este artista barcelonés se distinguió de sus pares desde que aterrizó en el mundo de la música comercial. Era un tío listo; entendió a la primera los resortes de la industria en el momento en el que le tocó vivir, cuando el márquetin de guerrilla no podía ser la herramienta primordial para abrirse paso; el peso del ‘establsihment’ aún era muy grande (de otro modo, aún lo es) e internet estaba en mantillas como vehículo promocional.

No son pocos los zaragozanos que recuerdan haberle visto en su primer concierto en la ciudad, a mediados de los 90, en la añorada sala Morrissey; de hecho, la matemática hace imposible creer en tal conexión........

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