En un mundo en el que no nos podemos poner de acuerdo en casi nada, hay algo en lo que sí hay consenso: la ruta para un desarrollo sostenible. Al margen de hacia donde se mueva la brújula de los gobiernos, hay una agenda que nadie cuestiona relacionada con los 17 ODS de la ONU. Eso no es menor pues, de algún modo, es un lenguaje común entre lo público, lo privado y la sociedad civil.

Sin embargo, también es cierto que hay muchas fachas alrededor de la sostenibilidad, falsas conceptualizaciones y un largo camino por recorrer. Una de ellas tiene que ver con pensar que, para ser sostenible, lo principal es ser un buen samaritano, un salvador, un filántropo.

Si bien sobre todas las mesas de discusión está la obligación de adoptar una conciencia en pro del desarrollo sostenible, no hay una cultura del todo desarrollada y, con la colaboración de Andrea Pradilla, directora para América Latina del Global Reporting Iniciative (GRI), se citan algunos de los detonantes que así lo determinan, particulamente en América Latina:

Un primer problema es la poca habilidad de nuestra cultura para conversar con quien es diferente, lo que provoca que el reconocimiento otorgado por el otro sea normalmente violento y luego las soluciones no ocurran necesariamente desde el consenso. Por lo tanto, resulta complejo para todos los países de la región generar una visión compartida de bienestar y desarrollo de largo plazo, al tiempo que la sociedad civil manifiesta altos niveles de desconfianza hacia el sistema.

El siguiente factor es que hay empresas que no se reconocen como un actor de desarrollo y sus grupos de interés no las reconocen como tal.

Así, para romper con ese mindset, es necesario entender que los problemas alrededor del desarrollo son en sí mismos muy complejos, no pueden ser solucionados por un único actor y algunos requieren de una colaboración radical.

“Una visión moderrna dice que la empresa está en el centro, pero también es parte de una sociedad y ésta opera dentro de un planeta, por lo que hasta en tanto no se descubra otro planeta no hay más”, explica Andrea Pradilla. “Por lo tanto, estamos vinculados con todo lo que pase y hay una relación de doble vía para las empresas pues son actores que contribuyen de manera positiva o negativa con el desarrollo sostenible”.

En algunos Consejos de Administración de México, sostiene la directora para América Latina del GRI, domina una mentalidad en la que se confunde sostenibilidad con filantropía. Frente a eso, hay una cultura basada en que la sostenibilidad se logra con el dinero que sobra y solo así sé es un buen ciudadano corporativo, cuando en realidad se requiere de una estrategia de negocio que coloque a las empresas como corresponsables del desarrollo sostenible.

Sí, la sostenibilidad significa maximizar valor pero, también, atarla al core de la operación y, sobre todo, midiendo los impactos que en algún momento influirán en la facturación o, en un caso extremo, determinarán que una empresa salga del mercado.

Por eso, para evitar que la sostenibiidad sea una narrativa mainstream, es fundamental medir, documentar, regenerar y socializar sus impactos.

“Cuando tu haces sostenibilidad, tienes la tentación humana de querer contar únicamente lo bueno, pero si se cuenta con un estandar te obligas a hacerte preguntas que de otra manera no te harías. A través de preguntas difíciles detonas cambios dentro de una organización porque generas conciencia sobre la importancia del desarrollo sosteible. Es la oportunidad de pensarse desde las métricas y detonar cambios dentro de las organizaciones”, afirma Andrea Pradilla.

Con ello, ser más verde y ser más social genera confianza y construye reputación, pero cuidado con pensar en la sostenibilidad solo para ganar el reconocimiento de los grupos de interés; la reputacion aumenta, pero la ruta correcta es que este intangible tenga un valor como resutado de gestionar los impactos.

Dicho todo lo anterior, el mensaje clave de esta hstoria es el siguiente: en materia de sostenibilidad no interesa qué hacen las empresas con la plata que les sobra sino cómo hacen la plata que ganan. Con la filantropía no vamos a solucionar los problemas de desarrollo sostenible, pero tampoco las empresas tendrán un crecimiento de largo plazo.

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Bajo la mirada de Andrea Pradilla, hay cuatro tipos de empresas frente a la sostenibilidad:

Primero, están aquellas que deciden embarcarse en la sostenibilidad aún sin tenerlo todo resuelto. De esas no hay muchas pero son líderes, disruptivas, abiertas al fracaso y normalmente muy millennials. Luego están las que van detrás de las disruptoras. Le siguen las rezagadas, que dicen que esto con ellas no es hasta que enfrentan la presión de hacerlo. El cuarto grupo es el negacionista, con liderazgos inflexibles de pensamiento y resistentes al cambio (por fortuna, para éstas ya están las regulaciones que las obligan sí o sí a repensar sus modelos de operación).

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Nota del editor: Jonathán Torres es socio director de BeGood, Atelier de Reputación y Storydoing; periodista de negocios, consultor de medios, exdirector editorial de Forbes Media Latam. Síguelo en LinkedIn y en Twitter como @jtorresescobedo . Las opiniones publicadas en esta columna pertenecen exclusivamente al autor.

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#Entrelíneas| La sostenibilidad no es filantropía

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27.11.2023

En un mundo en el que no nos podemos poner de acuerdo en casi nada, hay algo en lo que sí hay consenso: la ruta para un desarrollo sostenible. Al margen de hacia donde se mueva la brújula de los gobiernos, hay una agenda que nadie cuestiona relacionada con los 17 ODS de la ONU. Eso no es menor pues, de algún modo, es un lenguaje común entre lo público, lo privado y la sociedad civil.

Sin embargo, también es cierto que hay muchas fachas alrededor de la sostenibilidad, falsas conceptualizaciones y un largo camino por recorrer. Una de ellas tiene que ver con pensar que, para ser sostenible, lo principal es ser un buen samaritano, un salvador, un filántropo.

Si bien sobre todas las mesas de discusión está la obligación de adoptar una conciencia en pro del desarrollo sostenible, no hay una cultura del todo desarrollada y, con la colaboración de Andrea Pradilla, directora para América Latina del Global Reporting Iniciative (GRI), se citan algunos de los detonantes que así lo determinan, particulamente en América Latina:

Un primer problema es la poca habilidad de nuestra cultura para conversar con quien es diferente, lo que provoca que el reconocimiento otorgado por el otro sea normalmente violento y luego las soluciones no ocurran necesariamente desde el consenso. Por lo tanto, resulta complejo para todos los países de la región generar una visión........

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