Carácter, sin duda, es uno de los rasgos que definen un liderazgo. Si hay un personaje que hoy ejerza un rol absoluto en sus filas es el presidente exiliado, Carles Puigdemont. Tanto, que incluso siendo formalmente un simple afiliado, decide discrecionalmente en todo aquello que considera pertinente. Tanto si la cuestión es de calado, investidura de Pedro Sánchez o quien encabeza una lista electoral, como en cuestiones menos relevantes ni que tengan notables repercusiones personales.

La decisión de tumbar la amnistía al lado de VOX y PP no es una decisión ni consensuada ni debatida en ninguna Ejecutiva. Es una decisión personalísima gestada en el seno de una corte integrada por un selecto grupo de amigos y colaboradores. Pero no es ninguna novedad. Siempre ha sido así. Por eso, un conocido influencer convergente define a menudo la praxis de Puigdemont como la de un lobo solitario. También fue así con la decisión de querer hacer saltar por los aires el Govern de Aragonès. Aunque en aquella ocasión se tuviera que arremangar y tuviera que advertir a todo el mundo que si no se atendía a sus razones, haría saltar la banca.

Carácter que también lo lleva a tolerar pocos matices y a un cierto maniqueísmo. O estás conmigo (oro, incienso y mirra) o contra mí (ya te puedes ir calzando). Generoso con su entorno de confianza e implacable con quien le lleva la contraria. Premia la lealtad personal (todo su entorno directo está bien o muy bien situado) y castiga con severidad (ostracismo) la discrepancia. Ya se pueden arrancar los ojos en su partido —aquí el "su" se tiene que subrayar— en peleas fratricidas, que él ni se inmuta. Nada. No está por estas bagatelas y juega con una sólida posición: ni unos ni otros osan llevarle la contraria en nada. Hace y deshace, hará y deshará.

En Ginebra hacía mucho tiempo que comprendían que el juez de la Audiencia Nacional tenía en el punto de mira Tsunami Democràtic y la acusación de terrorismo, pero hasta que la corte de Waterloo no se dio cuenta de que también podían recibir, se negaron a mover ficha

Cuando Puigdemont aceptó de la investidura de Pedro Sánchez, asumió de un día para el otro lo que había reprobado hasta la extenuación —durante seis años— casi hasta desgañitarse. Era una decisión tanto personal como personalista. Y cuando la decisión se comunicó aquella misma mañana a la dirección de Junts (Ejecutiva), no solo no se debatió nada, es que se procedió a interrumpir la Ejecutiva y mandar a todo el mundo a casa porque simultáneamente la prensa estaba publicando el sí de los siete diputados de Junts a Sánchez. Lo que Waterloo atribuyó a una filtración interna. Nadie osó decir ni mu, evidencia más que notable de la autoridad que ejerce el presidente desde Waterloo.

El rechazo a la ley de amnistía ha venido precedido, además, de un ejercicio de soberbia superlativa. En noviembre, Turull mantenía ufano que la ley era inmejorable —porque atribuía a Waterloo buena parte de su redacción. Si lo hacía con tanta vehemencia era para descartar los retoques que pretendían los republicanos. Desde Ginebra advertían la posibilidad de que hubiera escapes porque el juez García-Castellon era un hombre creativo. En Ginebra hacía mucho tiempo que comprendían que el juez de la Audiencia Nacional tenía en el punto de mira Tsunami Democràtic y la acusación de terrorismo, pero hasta que la corte de Waterloo no se dio cuenta de que también podían recibir, se negaron a mover ficha. Y como suele pasar cuando se actúa a base de ramalazos personales, se pasa del blanco al negro acelerando en cada curva.

La ley de amnistía se aprobará finalmente porque no hacerlo dejaría a la intemperie a la inmensa mayoría de los potenciales beneficiarios. Y no habrá —cómo no ha habido— ningún pago por adelantado, ni ninguna garantía de que un juez no haga lo imposible para saltársela. Este es un riesgo que no se desvanecerá. Ni ahora, ni mañana con la ley aprobada.

Y se aprobará la ley porque no hacerlo sería inmensamente peor y con consecuencias imprevisibles. También por una cuestión ética y de sentido colectivo y de país. Si de verdad eso no iba de soluciones personales —mantra de guerra de Waterloo para despreciar los indultos— no se puede mantener este rechazo que viene precedido de un ataque de tremolina tanto personal como personalista. Y si la consecuencia es que uno y una (o desdichadamente unos cuantos) quedaran inicialmente fuera por las maniobras judiciales, mientras la mayor parte de los afectados se beneficia, la ley de amnistía seguiría igualmente siendo, en una justa ponderación, un paso adelante.

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Genio y figura

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04.02.2024

Carácter, sin duda, es uno de los rasgos que definen un liderazgo. Si hay un personaje que hoy ejerza un rol absoluto en sus filas es el presidente exiliado, Carles Puigdemont. Tanto, que incluso siendo formalmente un simple afiliado, decide discrecionalmente en todo aquello que considera pertinente. Tanto si la cuestión es de calado, investidura de Pedro Sánchez o quien encabeza una lista electoral, como en cuestiones menos relevantes ni que tengan notables repercusiones personales.

La decisión de tumbar la amnistía al lado de VOX y PP no es una decisión ni consensuada ni debatida en ninguna Ejecutiva. Es una decisión personalísima gestada en el seno de una corte integrada por un selecto grupo de amigos y colaboradores. Pero no es ninguna novedad. Siempre ha sido así. Por eso, un conocido influencer convergente define a menudo la praxis de Puigdemont como la de un lobo solitario. También fue así con la decisión de querer hacer saltar por los aires el Govern de Aragonès. Aunque en aquella ocasión se tuviera que arremangar y tuviera que advertir a todo el mundo que si no se atendía a sus razones, haría saltar la........

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