“Una calle bajo la luz dorada del atardecer, bordeada de autos quemados y edificios destrozados. Una docena de chicos, de entre ocho y dieciséis años, se saluda (...). La pelota entra en juego. Solo que no hay pelota”. Esta descripción de un partido de fútbol con sus coreografías, sus pases y sus cabezazos, pero sin balón, que inventaron los niños iraquíes para eludir la prohibición del fútbol en el Estado Islámico, hace parte del catálogo de la exposición ‘Juego de niñxs’, del artista belga Francis Alÿs, recientemente presentada en el Museo Universitario Arte Contemporáneo (Muac), de México. La escena, captada en Mosul (Irak), en 2017, tiene un final dramático: “Una ráfaga de disparos dispersa a los jugadores, y la calle se queda conteniendo la respiración”.

¿Cómo se las siguen arreglando los niños y las niñas para defender ese espacio de libertad, a salvo de las censuras, del dolor de la guerra, de la inequidad y de los controles adultos, que es la esencia del juego? A partir de una colección de imágenes de niños jugando en las calles del planeta, Alÿs lleva al espectador a revisitar fragmentos de esa imaginación colectiva que es patrimonio de todas las infancias. Y mientras recoge esos rituales sencillos como empujar un aro con un palo, saltar lazo, lanzar tapitas o jugar a la rayuela, a las estatuas o a las sillas musicales, su mirada traza una cartografía del mundo, con su dolor y sus conflictos, pero también con ese poder simbólico que puede ser una esperanza.

En una orilla, un niño tira piedritas al mar, como si intentara cruzar el océano que separa a las familias migrantes; en una ciudad, niños y niñas con tapabocas recrean una versión actualizada de “la lleva” en la que ser atrapado significa “contagiarse”, y así, la observación poética y respetuosa del artista ilumina esa esfera mágica del juego, que gira indiferente a la locura adulta, y que habla esa lengua del “hacer de cuenta” del que alguna vez todos hablamos.

En estos tiempos difíciles en los que nos vamos “acostumbrando”, a fuerza de repetición, al bombardeo mediático e indiscriminado de imágenes de niños víctimas de guerra, Francis Alÿs nos invita a detenernos para mirar a la infancia –y ver, desde la infancia, nuestra adultez–, y mirar también ese reflejo del mundo que se proyecta en las formas de representación que hacen los recién llegados. Lejos de la condescendencia o del efectismo, la mirada y la escucha atenta de esa lengua franca en la que se pueden entender todos los niños solo con empezar un juego revela las formas de la vida (y de la muerte) que les estamos ofreciendo. Si el juego es una representación del mundo, sería mucho pedir que los juegos y las relaciones infantiles estuvieran exentos de crueldad.

Mirar con atención a qué juegan los niños (o si pueden jugar sobre los escombros de esta realidad rota) podría ser el inicio de una conversación, no de un monólogo, y de una reflexión sobre cómo es posible imaginar la vida –otras formas de vida– en el planeta. Sin embargo, entre las redes virtuales con sus juegos en línea, los confinamientos, los guetos y las murallas que separan a las ciudades y los países, cada vez hay menos espacio compartido para entregarse a esa potencia del “hacer de cuenta” que conecta el cuerpo con la imaginación y a los niños y a las niñas con el mundo de la cultura y de la polis, y que es el sustrato de nuestra común humanidad. Si el juego está en vías de extinción, lo que, en el fondo, está en peligro de extinguirse es ese patrimonio común de la humanidad que late en el corazón de la infancia.

Más allá del estruendo de la destrucción, ahí está el juego de los niños para quien quiera oír y ver qué es lo que está en juego.

YOLANDA REYES

(Lea todas las columnas de Yolanda Reyes en EL TIEMPO aquí)

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Jugar en un planeta roto

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13.11.2023

“Una calle bajo la luz dorada del atardecer, bordeada de autos quemados y edificios destrozados. Una docena de chicos, de entre ocho y dieciséis años, se saluda (...). La pelota entra en juego. Solo que no hay pelota”. Esta descripción de un partido de fútbol con sus coreografías, sus pases y sus cabezazos, pero sin balón, que inventaron los niños iraquíes para eludir la prohibición del fútbol en el Estado Islámico, hace parte del catálogo de la exposición ‘Juego de niñxs’, del artista belga Francis Alÿs, recientemente presentada en el Museo Universitario Arte Contemporáneo (Muac), de México. La escena, captada en Mosul (Irak), en 2017, tiene un final dramático: “Una ráfaga de disparos dispersa a los jugadores, y la calle se queda conteniendo la respiración”.

¿Cómo se las siguen arreglando los niños y las niñas para defender ese espacio de libertad, a salvo de las censuras, del dolor de la guerra, de la inequidad y de los........

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