Hace un año, por la época de Ramadán, estuve en territorios árabes, en Marruecos. Los fieles en la mezquita oraban con bondad, y en los montes Atlas, gente buena escarbaba la tierra para sobrevivir. En una barraca observé a un árabe y un judío negociando amistosamente unas baratijas –Marruecos es de los pocos países árabes que han reconocido el Estado de Israel–. Viéndolos tuve la ilusión de una paz posible... Un mes más tarde, el terremoto en aquel mismo lugar convirtió el alimento de las cabras en tierra y las casas, en escombros.

Seis meses después, la invasión terrorista de Hamás a Israel, que acabó en cuestión de horas con la vida de 1.500 civiles y niños, con tal brutalidad que no fui capaz de ver las imágenes que comentaban en la televisión. Israel respondió en su deber de defender a su población. Su ofensiva suma, según informes, 28.000 muertos en Gaza (los muertos y los sufrimientos de los israelíes ya nadie los está contando), en acciones bélicas que han sido cuestionadas mundialmente y aun en territorio judío, que tiene en su interior también un terrible sufrimiento hoy mismo y opiniones totalmente divididas sobre esta estrategia de su gobierno.

Lo que ocurre es un golpe mortal a la paz y una ratificación de que solo una negociación es posible. Por cada muerto de lado y lado, ¿cuántos enemigos nacen, crecen y se reproducen en ambas fronteras? Detrás de Hamás hay otros grupos terroristas que nunca han aceptado la existencia de Israel y que asesinaron a Anwar El Sadat por haberlo reconocido como Estado.

Y dentro de Israel también ha habido extremistas que asesinaron a Isaac Rabin por acusarlo de devolver o ceder territorios a Palestina. No es cierto que Israel no quiera la paz, aunque sí es cierto que su política expansionista ha sido cuestionable, así busquen seguridad en las fronteras y así afirmen que los territorios ganados han sido fruto de triunfos en guerras iniciadas por los árabes. Allí hay que hacer acuerdos.

He estado del lado de las mujeres árabes que luchan por sus libertades frente a gobiernos que las oprimen, sin que los organismos del mundo hagan nada por ellas. Ponerme en la cabeza aquel rollo de tela –símbolo por excelencia de los árabes– para subirme a un camello en Marruecos fue una aventura, no una traición a mis principios y mucho menos a Israel, país que admiro profundamente, porque en él habitan seres maravillosos que están ligados a nuestra historia y a nuestra sangre, que han dado al mundo conocimientos, brillantez y ejemplo de amor a su tierra.

No soy de las personas que cambian de ideología por moda, ni por acontecimientos mediáticos y mucho menos por seguir estereotipos. No soy de izquierda ni de ultraderecha, gracias a Dios. En este texto trato al máximo de ser objetiva, aunque sé que hay dos bandos opuestos que tienen suficientes argumentos para atacarme. Pero no perdamos de vista que hay una prensa mundial de izquierda que ve necesaria la invasión a Ucrania y apoya a dictadores que están envenenando la prensa libre, como ocurre en Rusia, y que se empeña en hacer ver a Israel como el malo de la película y el culpable de todo. Las cosas no son así.

Muchos en el mundo, y más entre nuestros jóvenes, expresan un odio irracional hacia los judíos, pero cuando se les pregunta por qué, se limitan a frases de cajón estúpidas: “son usureros”, “son ventajosos”. Yo respondo; usureros, tacaños y ventajosos hay en todas partes. Pero les cuento, hace poco murió un amigo judío y le dejó su casa y una renta a la empleada que lo cuidó y cuidó a su mamá. ¿Cuántos colombianos, franceses, rusos hacen eso? ¿Cuántos pagan un salario justo y dan un alojamiento digno a estas mujeres? ¿Qué ha hecho nuestra cultura por erradicar esos estereotipos de odio? Nuestros jóvenes están informados a medias.

Palestina ha sido de árabes y judíos ancestralmente y debe seguirlo siendo. Los organismos internacionales crearon un Estado judío que venía de un Holocausto nunca visto en la historia reciente y que debe estar vivo en la memoria del mundo para que no se repita. ¿A quién le convienen los renaceres antisemitas? Israel tiene todo el derecho a existir. El pueblo palestino, igual. He estado en Israel y en el Líbano en plena guerra. He estudiado este conflicto y creo que la forma como Israel lo está llevando hoy es un terrible paso atrás.

No es cierto que quiera destruir al pueblo palestino sino a un Hamás que no da tregua y se toma la vocería de su pueblo sufrido, al que sí le convendría la paz con su vecino Israel. En la dirigencia Israelí hay desesperación. Pero, a mi juicio, Israel les está dando argumentos a sus enemigos de siempre con sus actuaciones que afectan la población civil de manera tan cruel. Es cierto que los Estados árabes no han ayudado a los palestinos históricamente y en cambio los han utilizado como símbolo. No han fortalecido un Estado en ellos para que los gobierne. Han apoyado el terrorismo y asesinado a firmantes de paz con Israel.

Ojalá la ONU remonte su debilidad y aproveche este momento histórico para crear un equipo negociador mixto en género, en nacionalidad, en cultura, en ideología. La gran verdad es que Abraham es un antepasado común de árabes y judíos, que su historia está ligada a estas tierras, así Hamás y muchos estados árabes no quieran aceptarlo –solo los Emiratos Árabes, Marruecos y Baréin lo han hecho–.

Los palestinos están divididos en su propio territorio, e Israel está también en problemas de unidad frente a las acciones del partido de derecha en sus 75 años de historia. Hay que parar esta guerra antes de que escale y tener fe en una solución salomónica que cree fronteras seguras y en paz.

Lo que está en juego es la seguridad del mundo. Hay que negociar un acuerdo inicial de cese del fuego antes de que se cumpla el fatídico presagio de que Trump llegue a la presidencia de Estados Unidos. Esto sí nos llevaría a una guerra total

QOSHE - Israel, ¿el malo de la película? - Sonia Gómez Gómez
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Israel, ¿el malo de la película?

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27.03.2024
Hace un año, por la época de Ramadán, estuve en territorios árabes, en Marruecos. Los fieles en la mezquita oraban con bondad, y en los montes Atlas, gente buena escarbaba la tierra para sobrevivir. En una barraca observé a un árabe y un judío negociando amistosamente unas baratijas –Marruecos es de los pocos países árabes que han reconocido el Estado de Israel–. Viéndolos tuve la ilusión de una paz posible... Un mes más tarde, el terremoto en aquel mismo lugar convirtió el alimento de las cabras en tierra y las casas, en escombros.

Seis meses después, la invasión terrorista de Hamás a Israel, que acabó en cuestión de horas con la vida de 1.500 civiles y niños, con tal brutalidad que no fui capaz de ver las imágenes que comentaban en la televisión. Israel respondió en su deber de defender a su población. Su ofensiva suma, según informes, 28.000 muertos en Gaza (los muertos y los sufrimientos de los israelíes ya nadie los está contando), en acciones bélicas que han sido cuestionadas mundialmente y aun en territorio judío, que tiene en su interior también un terrible sufrimiento hoy mismo y opiniones totalmente divididas sobre esta estrategia de su gobierno.

Lo que ocurre es un golpe mortal a la paz y una ratificación de que solo una negociación es posible. Por cada muerto de lado y lado, ¿cuántos enemigos nacen, crecen y se reproducen en ambas fronteras? Detrás de Hamás hay otros grupos terroristas que nunca han aceptado la existencia de........

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