En las semanas recientes, el presidente Petro ha retomado una de sus líneas narrativas predilectas ante su falta de resultados desde el poder. La premisa que fue casi una moda en su defensa durante su paso por la Alcaldía de Bogotá, que consistía en justificar los errores cometidos con el argumento de que “no lo dejan gobernar”, ha regresado al debate cotidiano en todos los rincones del país.

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Lo curioso del argumento, para comenzar, es que antes de llegar al poder, Petro pasó casi treinta años en distintos sectores de la oposición y se enfrentó desde posturas críticas a numerosos gobiernos que vinieron antes. En ese sentido, pocas personas conocen tanto el ejercicio de la oposición y los contrapesos institucionales como él, para ahora llegar a reducir de semejante manera un ejercicio político del cual fue una de las caras más visibles durante tantos años. Oponerse a un gobierno es un derecho por el cual nadie puede ser satanizado ni perseguido.

Pero lo más llamativo del regreso de esta moda narrativa es la indulgencia con la que sectores de la ciudadanía terminan ofreciéndole a Petro un beneficio que ningún otro presidente ha recibido: ser respaldado a pesar de liderar un mal gobierno. No deja de sorprender y de llenar de preguntas que para un sector que se ha caracterizado por su ejercicio de la crítica a lo largo de las décadas más recientes ahora resulte aceptable liderar desde los errores y fracasar, con el argumento de que “no dejan gobernar”.

Ningún buen gobierno en la historia de Colombia se ha construido sobre bases tan poco transformadoras de su propia realidad.

En una democracia a ningún líder lo dejarán gobernar libremente como ahora pretende Petro que ocurra con él, y que lo llevaría a ser una verdadera excepción histórica. Que lo diga Santos, que tuvo que sacar adelante un proceso de paz mientras el expresidente Uribe construía un partido político para atravesarse y oponerse de la manera más radical. Que lo diga Duque, que tuvo que enfrentarse a dos paros nacionales convocados por muchos de los que ahora gobiernan (en ese momento no les parecía tan mala idea eso de “no dejar gobernar”). Precisamente dirigir el rumbo de una nación se trata, en gran parte, de alcanzar acuerdos con sectores críticos y sobreponerse a los obstáculos que cada contexto trae, en vez de quedarse divagando sobre ellos.

Además, la realidad nos muestra que el panorama del gobierno está muy lejos de ser el de una presidencia bloqueada. Sectores tan diversos como las cortes, los partidos políticos e incluso los gremios empresariales han mostrado toda la disposición para sostener diálogos interinstitucionales y buscar canales para llegar a acuerdos con el Presidente, quien a su vez ha decidido asumir un discurso preocupantemente beligerante contra ellos cada vez que no hacen lo que les exige. Y a pesar de los momentos de furia presidencial, todas estas instituciones hasta la fecha han mantenido posturas diplomáticas y de búsqueda de soluciones, algo que al gobierno solo parece interesarle si se trata de que cumplan al pie de la letra sus antojos. La separación de poderes definitivamente no consiste en eso.

El país no va bien desde las perspectivas más importantes. Hace pocos días fue revelado que el crecimiento de la economía del país fue incluso inferior a los pronósticos más moderados y pesimistas, que predecían un crecimiento de 0,9 por ciento. Lejos de ofrecer un ambiente de confianza y estabilidad para el sector privado, el gobierno ha preferido un discurso de rivalidades que hace décadas se debieron superar. El presidente Petro sigue empeñado en buscar culpables y encontrar causas externas, en vez de plantear soluciones. De hecho, han sido muy pocas las veces en las que este gobierno ha preferido el camino de resolver o construir puentes para alcanzar resultados intersectoriales en vez de tomar el más fácil rumbo de la confrontación y el señalamiento. Imagínense ustedes navegar en un barco en medio de una tormenta y que el capitán de la nave dedique su viaje entero a señalar los más diversos orígenes de la tormenta, en vez de buscar llevar su barco y su tripulación a un puerto seguro. Nada define mejor la presidencia de Petro que esa hipotética escena.

Lo sorprendente de la coyuntura actual de Colombia es que Petro cuenta con un argumento a su favor de parte de quienes más lo apoyan. A diferencia de todos los presidentes de Colombia, a quienes sus electores y detractores les exigieron resultados y obras, y cuyos lugares en la historia dependían de sus logros para la posteridad, hay quienes le permiten equivocarse —o más aún, no hacer— con el argumento de que la oposición no lo dejó gobernar.

En horas tan difíciles como las que vive el país, de tensión y división desde la política hasta la sociedad, y de estancamiento en la economía, poco sirve buscar culpables y desatar nuevas peleas a diario. Ningún buen gobierno en la historia de Colombia se ha construido sobre bases tan poco transformadoras de su propia realidad. Cada vez queda más claro que Petro decide ocultar la falta de resultados de su mandato detrás del argumento de que no lo dejan gobernar. Lo grave es que algunos admitan esa excusa que a ningún otro gobernante se le aceptaría.

FERNANDO POSADA@fernandoposada_

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20.02.2024

En las semanas recientes, el presidente Petro ha retomado una de sus líneas narrativas predilectas ante su falta de resultados desde el poder. La premisa que fue casi una moda en su defensa durante su paso por la Alcaldía de Bogotá, que consistía en justificar los errores cometidos con el argumento de que “no lo dejan gobernar”, ha regresado al debate cotidiano en todos los rincones del país.

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Lo curioso del argumento, para comenzar, es que antes de llegar al poder, Petro pasó casi treinta años en distintos sectores de la oposición y se enfrentó desde posturas críticas a numerosos gobiernos que vinieron antes. En ese sentido, pocas personas conocen tanto el ejercicio de la oposición y los contrapesos institucionales como él, para ahora llegar a reducir de semejante manera un ejercicio político del cual fue una de las caras más visibles durante tantos años. Oponerse a un gobierno es un derecho por el cual nadie puede ser satanizado ni perseguido.

Pero lo más llamativo del regreso de esta moda narrativa es la indulgencia con la que sectores de la ciudadanía terminan ofreciéndole a Petro un beneficio que ningún otro presidente ha recibido: ser respaldado a pesar de liderar un mal gobierno. No deja de sorprender y de llenar de preguntas que para un........

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