Hace poco más de un año el país entero observaba con expectativa lo que prometía ser un capítulo de apuesta por la paz negociada. Por primera vez en la historia de Colombia, un presidente que había hecho parte de un proceso de reincorporación a la vida civil llegaba a sentarse en una mesa de diálogo con grupos armados ilegales. La experiencia personal del Presidente, que décadas después de haberse alzado en armas llegaba al poder desde la vía institucional, ofrecía una garantía de paz y un mensaje favorable para que los grupos armados apostaran por la negociación en este nuevo cuatrienio.

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La expectativa frente a una prometedora temporada de paz no era repentina. Durante su campaña a la presidencia, Gustavo Petro dijo que en los primeros tres meses de su mandato desde la vía negociada acabaría con el ELN. Se trataba de un giro hacia la defensa del proceso de paz que representaba un notable cambio luego de la elección de Iván Duque, quien había sido uno de los principales críticos del acuerdo en los debates previos al plebiscito. De manera hábil, el candidato Petro logró enviar el mensaje de que votar por él era votar en defensa del acuerdo con las Farc y de nuevos diálogos con otros grupos, hacia lo que llamaría más adelante la ‘paz total’.

Pero quince meses después de su llegada al poder, el panorama es completamente distinto. Si bien el camino de la muy ambiciosa agenda de paz del gobierno actual lo ha pretendido abarcar todo, no ha logrado aterrizar en una estrategia con orden y método. Luego de muchas expectativas, los diálogos con los diferentes grupos armados ilegales no han logrado un progreso notable y, en cambio, en las regiones donde éstos operan han mostrado permanentes señales de fortalecimiento. Y la esperanza de paz que aún en los tiempos más oscuros ha definido a los colombianos se ha disminuido ante la grave escalada en materia de secuestros, extorsiones y ataques diarios a la fuerza pública que denotan muy poca voluntad de paz por parte de grupos como el ELN.

Las noticias de los últimos quince meses evidencian a diario que los grupos ilegales han dado todas las señales de tomarse las diferentes negociaciones actuales sin una gota de compromiso.

El momento que enfrenta el país en materia de paz y de orden público muestra desde la cruda realidad que los grupos ilegales perciben la evidente confusión y falta de organización en las conversaciones de paz y las han decidido aprovechar para su beneficio. Mientras el gobierno habla de una ambiciosa y universal ‘paz total’, es muy poca la claridad que existe sobre las diferencias entre los beneficios que recibirán las guerrillas con historial de discursos políticos –si es que alguna vez los tuvieron– y grupos armados dedicados a las economías ilegales.

Si algo nos ha enseñado la larga y compleja historia de la construcción de paz en Colombia es que la voluntad de paz de parte de un gobierno sirve de muy poco si no viene acompañada por una estrategia sólida y metódica de paz. Y aunque el equipo de paz del gobierno que prometía avanzar en pasos mayúsculos hacia la paz debió haber sido el primero en aprender esa lección de la historia, todo apunta a que a estas alturas aún no ha sido debidamente comprendida. El tema no termina ahí: no solo la línea de la paz total ha carecido de metodología y resultados, sino también ha llevado a un grave descuido de los logros del acuerdo de paz y ha entregado un estatus lleno de riesgos a quienes incumplieron el acuerdo inicial.

Las noticias de los últimos quince meses evidencian a diario que los grupos ilegales han dado todas las señales de tomarse las diferentes negociaciones actuales sin una gota de compromiso, en gran parte debido a la falta de metodología y de hoja de ruta. Es aquí cuando debe recordarse que además de las palabras y los gestos de paz, las negociaciones en cualquier lugar del mundo requieren agendas concretas y canales de comunicación establecidos de manera conjunta, así como también voces que permanentemente llamen al orden en las mesas de diálogo y que motiven a llegar a acuerdos ‘a las buenas’ en tiempos establecidos. Donde más debería mostrar rigor el gobierno es donde más se ha visto una falta total de claridad y de rumbo.

De fondo el asunto conduce a una conclusión decepcionante. Hace dos años, en medio de la campaña, muchos argumentaban que los grupos ilegales en este cuatrienio encontrarían una oportunidad inédita para negociar desde condiciones más favorables con un gobierno cuyo líder hizo parte de las filas de una guerrilla y se benefició de un acuerdo de paz. Y, sin embargo, el resultado parece ser lo contrario, con una mezcla de confusión en la agenda de negociaciones y de descuido de la política de seguridad nacional. Para esta época, Colombia enfrenta una enorme paradoja: el gobierno liderado por un excombatiente reincorporado, que para muchos ofrecería una historia de vida y un contundente mensaje que los grupos ilegales no podrían evitar aprovechar, ha sido definido por la ineficacia y el desorden en su voluntad de conseguir nuevos acuerdos de paz. Quienes creemos en el camino de la paz para Colombia aún esperamos que desde el rigor y la estrategia estas fallas sean resueltas con urgencia.

FERNANDO POSADA

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El laberinto de la ‘paz total’

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18.11.2023

Hace poco más de un año el país entero observaba con expectativa lo que prometía ser un capítulo de apuesta por la paz negociada. Por primera vez en la historia de Colombia, un presidente que había hecho parte de un proceso de reincorporación a la vida civil llegaba a sentarse en una mesa de diálogo con grupos armados ilegales. La experiencia personal del Presidente, que décadas después de haberse alzado en armas llegaba al poder desde la vía institucional, ofrecía una garantía de paz y un mensaje favorable para que los grupos armados apostaran por la negociación en este nuevo cuatrienio.

(También le puede interesar: Aterrizar de la victoria)

La expectativa frente a una prometedora temporada de paz no era repentina. Durante su campaña a la presidencia, Gustavo Petro dijo que en los primeros tres meses de su mandato desde la vía negociada acabaría con el ELN. Se trataba de un giro hacia la defensa del proceso de paz que representaba un notable cambio luego de la elección de Iván Duque, quien había sido uno de los principales críticos del acuerdo en los debates previos al plebiscito. De manera hábil, el candidato Petro logró enviar el mensaje de que votar por él era votar en defensa del acuerdo con las Farc y de nuevos diálogos con otros grupos, hacia lo que llamaría más adelante la ‘paz........

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