A nadie se le oculta el carácter nacional, que sin tener que serlo, ha cubierto el manto de las elecciones en Galicia del próximo 18 de febrero. El propio Partido Popular de Galicia, asesorado por la dirección nacional de Génova 13, antaño muñidor de campañas en clave regional y que se investía de una aureola galleguista, en lo que puede ser un craso error de estrategia electoral, está fomentando ese discurso nacional intentando que toda la campaña gire a la Ley de Amnistía a los independentistas catalanes, a las “amistades peligrosas” de los socialistas con Bildu y ERC así como al sanchismo como fenómeno político pernicioso para España.

Un diseño de campaña en clave nacional dirigido desde Madrid que ahora, acosado por la demolición pésimamente descontrolada de las revelaciones de “reconciliación con Cataluña”, y oferta de indultos a Puigdemont y los suyos, explicitada por Feijóo a 16 periodistas, no solo le obliga al PP a dejar de lado lo autonómico y las cosas de comer de los gallegos, sino que le hace trizas la estrategia al tener que adoptar el PP una estrategia de desmentidos, aclaraciones y matizaciones ante la carga de profundidad que el propio partido ha puesto en la línea de flotación de las urnas del 18F, además de tener que gastar esfuerzos en que el patio de los barones y las subbaronías peperas no se agite y termine en revuelta.

Todo un cambio inicial provocado con relación a lo que han sido diseños de campaña anteriores con emisión de ideas fuerzas más cercanas a la política nacional que a la del terruño. Y, desde el sábado por la noche, todo un giro copernicano obligado y forzado por su metedura de pata ante 16 periodistas. Se trata de un juego peligroso si pensamos que los logros electorales de la derecha gallega, han venido de vender una idea de un PP supuestamente galleguista, el de Gerardo Fernández Albor (el médico instruido como piloto aéreo en Alemania tras estallar la Guerra Civil), discípulo del galleguismo de Ramón Piñeiro; el del discurso regionalista de último Fraga y los 2.000 gaiteros en la Plaza del Obradoiro; el del alcalde, presidente de Diputación, conselleiro, secretario general, diputado y empresario, José Cuiña que lo fue casi todo en Galicia hasta enero de 2006, en que definitivamente se frustró su ambición de ser el sucesor de Manuel Fraga. Un PP regional impostado con recordatorios impostados a Alvaro Cunqueiro y un galleguismo de “baja intensidad” aliñado de folklorismo. Un antifranquista procesado por el TOP, un tal Xosé Luís Barreiro Rivas, quiso impregnar a la entonces Alianza Popular de un galleguismo auténtico, pero aburrido, tuvo que dimitir siendo vicepresidente de la Xunta y dejó el partido. Acosado y denunciado por sus excompañeros de partido en "uno de los ajustes de cuentas más taimados que ha presenciado la transición española", en palabras de Vázquez Montalbán, terminó en los tribunales en un proceso más que dudoso y con olor a vendetta.

La elección de Alberto Núñez Feijóo como presidente de los populares gallegos dio al traste con esa línea regionalista que anteriores dirigentes marcaron. Y la posterior cooptación del mismo al liderazgo nacional del partido, opacó aún más ese galleguismo, ya residual, para extender el discurso españolista y contaminar al partido en Galicia. El pacto de Sánchez con los que Feijóo llama “enemigos de la libertad”, las negociaciones del PSOE con Junts y los intentos para aprobar una Ley de Amnistía más la actuación y entrada en el escenario de jueces irredentos y reaccionarios, hicieron el resto. El único guiño regionalista que se recuerda de Feijóo en el pasado, fue su paseo a bordo de un yate durante un plácido día de verano en un barco con el capo Marcial Dorado… el narcotráfico como signo de identidad nacional, debió pensar para justificar su amistad con Dorado.

El resultado es que hoy, el Partido Popular de Galicia no tiene nada de aquel antiguo galleguismo de botafumeiro, gaiteros y queimadas con falsas citas a Rosalía de Castro. A lo más que se acerca es a un paseo por una fiesta del marisco rodeado de militantes. Lo máximo que se visualiza exteriormente es por el despliegue de algunas banderas blancas y azules a sus citas de las manispijas de domingo cayetano con vermut en Chamberí contra la Ley de Amnistía, convocatorias que tras las revelaciones a los 16 periodistas son movilizaciones en peligro de extinción. Y a lo más que se muestra internamente en el partido, fue con el desembarco de la cohorte de asesores gallegos con despacho en Génova13, con Miguel Tellado a la cabeza. Una colección de gallegos impuestos por Feijóo no como respuesta a la morriña de su tierra, sino como un cortafuegos, una guardia de corps, signo de desconfianza y miedo a los killers que le rodean: Bendodo el vengativo, Díaz Ayuso la aspirante y todos los excasadistas reconvertidos en feijonianos de toda la vida, en las mismas horas que pidieron a Puigdemont para estudiar una posible aplicación de la amnistía.

Hoy el galleguismo de Alfonso Rueda, rodó, no existe. El galleguismo residual que le quedaba al PP voló por los sumideros de la historia. Hoy el Partido Popular de Galicia es una mera oficina del PP nacional que dice lo que el desayuno con argumentario de Madrid, le dicta. Una mera sucursal contra la ley de amnistía, el sanchismo, los filoetarras, el terrorismo, la dictadura neochavista y los okupas de la Moncloa. Hoy, el galleguismo del PP habla otra lengua, la del dictado partidista. Las urnas lo juzgarán el domingo y, a lo mejor, dinllo en galego.

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Del galleguismo folclórico de Feijóo al españolismo rancio de Rueda: la evolución del PP de Galicia

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13.02.2024

A nadie se le oculta el carácter nacional, que sin tener que serlo, ha cubierto el manto de las elecciones en Galicia del próximo 18 de febrero. El propio Partido Popular de Galicia, asesorado por la dirección nacional de Génova 13, antaño muñidor de campañas en clave regional y que se investía de una aureola galleguista, en lo que puede ser un craso error de estrategia electoral, está fomentando ese discurso nacional intentando que toda la campaña gire a la Ley de Amnistía a los independentistas catalanes, a las “amistades peligrosas” de los socialistas con Bildu y ERC así como al sanchismo como fenómeno político pernicioso para España.

Un diseño de campaña en clave nacional dirigido desde Madrid que ahora, acosado por la demolición pésimamente descontrolada de las revelaciones de “reconciliación con Cataluña”, y oferta de indultos a Puigdemont y los suyos, explicitada por Feijóo a 16 periodistas, no solo le obliga al PP a dejar de lado lo autonómico y las cosas de comer de los gallegos, sino que le hace trizas la estrategia al tener que adoptar el PP una estrategia de desmentidos, aclaraciones y matizaciones ante la carga de profundidad que el propio partido ha puesto en la línea de flotación de las urnas del 18F, además de tener que gastar esfuerzos en que el patio de los barones y las subbaronías peperas no se agite y termine en revuelta.

Todo un cambio inicial provocado con........

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