Pere Aragonès y Pedro Sánchez. / Reuters

Un refrán dice que el caso extremo expone la verdad del caso normal. Hoy España está en el límite. Es llevada a este punto por la elite directiva del PP, por la debilidad retórica de sus dirigentes y por la escasa persuasión de su discurso, forzado a una continua exasperación militante. Esta actitud es respondida por la guerrilla de Junts, su par desde hace más de una década. Esta actitud se alimenta por una línea editorial de periódicos y emisoras que multiplican las hipérboles y las exageraciones. El caso límite lo presenta la mayoría conservadora del CGPJ. Aquí se alcanza el nivel de símbolo. Ahí se esconde la trinchera institucional de una guerra que comenzó hace diez años. Algunos ya no saben vivir de otra manera.

Que una parte del sistema institucional español esté en esa trinchera, es una prueba de su inteligencia. Han perdido el gobierno de España justo por su estulticia. Y al no romper con la lógica de Vox, teje una venda espesa que le impide ver la realidad. Mientras, la mayor parte del electorado asiste con estoica paciencia dominado por una sensación: "Sabemos que habrá investidura. ¡Acabad de una vez!". Puede que no nos planteemos conscientemente la amnistía como la necesidad de acabar con una anomalía democrática, pero estamos cansados de situaciones cotidianas ridículas y bochornosas.

Cualquier persona desearía que las negociaciones para formar gobierno se hicieran en mejores circunstancias, sin un partido que vive en la esquizofrenia de despreciar al Estado con el que tiene que negociar. Pero el cansancio de la ciudadanía no partidista con la negociación no significa que no esté a favor de ella, sino que la enojan los regates cortos de los independentistas, hechos para los muy cafeteros de la independencia -ese 5% que votó en la última consulta de Puigdemont-. Estos no están tranquilos si no desprecian a la ciudadanía española. Lo sufrimos con serenidad, porque sabemos que es una compensación a su amargura. Le ofrecemos ese gozo generosamente. Nos importa lo sustantivo.

El beneficio de la amnistía lo es. Bolaños, que tiende a improvisar, dice que con ella las cosas escapan de la judicatura y vuelven a la política, de donde no tenían que haber salido. Hay que recordarle a Bolaños que las cosas no habrían ido a la judicatura si otros no se hubieran saltado la ley. La censura no debe dirigirse a los jueces, que mejor o peor han cumplido con su oficio juzgando o procesando a quienes violaron la ley. La censura se dirige a la mala política de Rajoy, que llevó al Estado al ridículo, a la debilidad y a la reacción desproporcionada, algo que sigue a la torpeza como el trueno al rayo.

Lo que la amnistía hace es recomponer la imagen de Estado democrático fuerte, seguro de sí mismo, que se permite la generosidad de decirle a los independentistas que no quiere destruirlos, ni coaccionarlos, ni bloquear el uso de sus derechos democráticos, y que no le teme al ideario independentista. El Estado debe tener la seguridad de que la ciudadanía catalana se sentirá más inclinada a vivir en su seno cuanto más pulcramente democrático sea y cuanto menos exagere su dimensión represiva.

Este es el interés general. No hay duda de que el independentismo, si quiere conservar el mínimo respeto ante el mundo que le queda, sabe que no puede volver al camino de la unilateralidad. Al Estado le cuesta muy poco neutralizar el contrafuero de una autonomía. Rajoy lo retrasó de forma torpe aquellos días y luego pudo haberlo hecho sin espectáculos estúpidos. El PP exagera el peligro de repetición, siguiendo la lógica con la que él mismo lo atizó en su día. ¿Recuperar la normalidad democrática es la destrucción de España? ¿Por qué no reflexionan sobre su imprudencia? El Estado español no ha recibido el apoyo de Europa para apresar a Puigdemont. ¿No ha entendido el PP el mensaje? ¿Y no es el interés del Estado que dejemos de hacer el ridículo ante nuestros socios, con exiliados protegidos por ellos en el corazón de Europa?

El interés general es que terminen las consecuencias de una nefasta política, que ha tenido que recurrir desde más de una década al poder judicial o al TC. Es verdad que una amnistía debería fundarse en un consenso más amplio, pues es una medida de Estado. Y es verdad que no debería beneficiar a un Gobierno o a una parte. Pero ¿qué pasa cuando unos partidos se enrocan en una trinchera represiva y su alternativa es profundizar una herida sin avistar el fin? ¿Cómo pedir colaboración a quien no está en condiciones de pensar en términos de Estado? ¿Qué pasa si tiene la aspiración, no soportada por la Constitución española, de que el independentismo no tenga posibilidades democráticas de defender sus ideas? ¿Qué pasa cuando se comprende el Estado como una hueste que, en una lógica belicista, debe derrotar y anular a parte de su ciudadanía?

Todos habríamos deseado una amnistía fruto de la generosidad y el sentido democrático de todos los actores del Estado, pero cuando eso no es posible, entonces la mejor parte ha de hacer pedagogía. Con serenidad y con firmeza. Pues sólo los ciegos se negarán a ver que lo que abre la amnistía, lo que establece el pacto suscrito que conocemos, es el debilitamiento del independentismo, el regreso de Puigdemont al autonomismo y la condonación de parte de la deuda general de las Autonomías.

QOSHE - Al límite - José Luis Villacañas
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Al límite

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06.11.2023

Pere Aragonès y Pedro Sánchez. / Reuters

Un refrán dice que el caso extremo expone la verdad del caso normal. Hoy España está en el límite. Es llevada a este punto por la elite directiva del PP, por la debilidad retórica de sus dirigentes y por la escasa persuasión de su discurso, forzado a una continua exasperación militante. Esta actitud es respondida por la guerrilla de Junts, su par desde hace más de una década. Esta actitud se alimenta por una línea editorial de periódicos y emisoras que multiplican las hipérboles y las exageraciones. El caso límite lo presenta la mayoría conservadora del CGPJ. Aquí se alcanza el nivel de símbolo. Ahí se esconde la trinchera institucional de una guerra que comenzó hace diez años. Algunos ya no saben vivir de otra manera.

Que una parte del sistema institucional español esté en esa trinchera, es una prueba de su inteligencia. Han perdido el gobierno de España justo por su estulticia. Y al no romper con la lógica de Vox, teje una venda espesa que le impide ver la realidad. Mientras, la mayor parte del electorado asiste con estoica paciencia dominado por una sensación: "Sabemos que habrá investidura. ¡Acabad de una vez!". Puede que no nos planteemos conscientemente la amnistía como la necesidad de acabar con una anomalía democrática, pero estamos cansados de situaciones........

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