Más allá del entendimiento que tengamos sobre la “batalla cultural” y los mecanismos para promoverla –aspecto no trivial si es que defendemos los principios de la democracia liberal–, sería oportuno volver a la pregunta sobre ¿cuál sería el objetivo cultural que persigue el actual Gobierno?

Gran revuelo han generado las declaraciones del diputado Gonzalo Winter, quien analiza el “momento estratégico” del Gobierno y las correlaciones de fuerzas que estrían, enfrentándose en lo que él llamó la “disputa política e ideológica”. Es así como la oposición y sectores oficialistas asociados al Socialismo Democrático han manifestado reparos a su lectura y al llamado que hace, a abocarse a una “batalla cultural”.

Esto de la lucha cultural y sus efectos en la política ha sido estudiado y debatido profusamente en la literatura académica, siendo, tal vez, las contribuciones de Gramsci y Bourdieu las más reconocidas. Ambos se centraron en lo que Gramsci llamó la “hegemonía” y Bourdieu denominó “campos de dominación” como determinantes de la cultura, es decir, factores que influyen en la creación de ideas o significados. Para Gramsci, sin embargo, la hegemonía cultural, se lograría a través de una secuencia de “momentos” en una combinación de acciones de “fuerza” –es decir, independiente de la voluntad de los agentes políticos– y “consentimiento” para el desarrollo de una “conciencia” social. Para Bourdieu, por otro lado, la disputa cultural dependería en gran medida de las llamadas “estructuras de denominación”, las que producirían un determinado “habitus”, es decir, el proceso a través del cual se desarrolla la reproducción cultural y la naturalización de determinados comportamientos y valores, de ahí la importancia del Estado y las políticas públicas (paradójicamente, Winter hace mención a la situación de Argentina, donde Milei acaba de anunciar la prohibición del lenguaje inclusivo en la administración pública de Argentina).

Más allá del entendimiento que tengamos sobre la “batalla cultural” y los mecanismos para promoverla –aspecto, sin embargo, no trivial si es que defendemos los principios de la democracia liberal–, sería oportuno volver a la pregunta sobre ¿cuál sería el objetivo cultural que persigue el actual Gobierno?, aspecto que, asumo, no ha sido suficientemente aclarado todavía (pese a estar pronto a cumplirse dos años de Gobierno). En su intervención, Winter habla de “justicia social” como uno de los valores centrales que estarían inspirando las reformas que actualmente promueve el Gobierno (pensiones y pacto fiscal).

La justicia o equidad social (dar a cada uno lo suyo), es uno de los valores “universales” que han venido impulsando las fuerzas progresistas desde la Ilustración en el siglo XVIII, izquierda tradicional que, sin embargo, ha sido atacada fuertemente por esta “nueva izquierda”, la que, por lo pronto, negaría las ideas “modernas” de la antigua izquierda, como son el progreso y la universalidad.

La izquierda woke, como también se le suele llamar a la nueva izquierda peyorativamente por la derecha, ha sido retratada por diversos intelectuales en el último tiempo, siendo la perspectiva de Susan Neiman y su libro Izuierda ≠ Woke uno de los más sugerentes (viniendo, además, de una académica que se declara abiertamente de izquierda). Nieman describe cómo el compromiso con el universalismo, la firme distinción entre justicia y poder y la confianza en el progreso, han querido ser reemplazados por una política de identidad emancipadora (de ahí también el nombre de “izquierda lacaniana”), donde la movilización política se concentraría en características como la raza, el género y la orientación sexual, en vez de en las distinciones clásicas de clase, ideología o sistema económico, dejando fuera, entonces, las “batallas culturales” clásicas de la izquierda, como han sido la crítica al capitalismo (al menos su versión neoliberal) y sus efectos en la inequidad y concentración económica.

Los métodos de la izquierda woke han sido, a su vez, altamente cuestionados, en clave liberal, donde la cancelación y el boicot se habrían transformado en prácticas políticas que pretenderían ser normalizadas. Esta lógica tribal del enemigo/amigo sería propia además (según Neuman) de uno de los enemigos celebres de la democracia representativa e ideólogo nazi, Carl Schmitt.

¿Es nuestra nueva izquierda chilena una izquierda woke?, ¿es esa la cultura que quiere promover? Creo que no hay una “respuesta definitiva”. A ratos (sobre todo al inicio del Gobierno y hasta el plebiscito del 04 de septiembre tal vez) pareciera que esos eran los valores que se querían impulsar. La inclusión de mayores figuras de la “vieja izquierda” concertacionista antes proscrita y vilipendiada, la priorización de iniciativas que se conecten con el “sentido común” de la ciudadanía, proyectos tendientes a buscar derechos sociales universales como son las 40 horas o un sistema de pensiones más solidario, además de una intención declarada, sobre todo del Presidente, de buscar acuerdos con las distintas fuerzas políticas, podrían dar indicios de una renuncia definitiva a la cultura identitaria.

Con todo, la observación critica que hace el diputado, en cuanto a lo que él llama “el afán de acuerdos” como un fin de la gestión política del Ejecutivo, tendiente a lograr “progresos” incrementales, sostenibles y sobre todo posibles, nos hace dudar, sin embargo, de la firme decisión de volver la mirada hacia los valores universales de la izquierda y, sobre todo, de la factibilidad de un proyecto político de izquierda.

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La batalla cultural del Gobierno, pero ¿cuál batalla?

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07.03.2024

Más allá del entendimiento que tengamos sobre la “batalla cultural” y los mecanismos para promoverla –aspecto no trivial si es que defendemos los principios de la democracia liberal–, sería oportuno volver a la pregunta sobre ¿cuál sería el objetivo cultural que persigue el actual Gobierno?

Gran revuelo han generado las declaraciones del diputado Gonzalo Winter, quien analiza el “momento estratégico” del Gobierno y las correlaciones de fuerzas que estrían, enfrentándose en lo que él llamó la “disputa política e ideológica”. Es así como la oposición y sectores oficialistas asociados al Socialismo Democrático han manifestado reparos a su lectura y al llamado que hace, a abocarse a una “batalla cultural”.

Esto de la lucha cultural y sus efectos en la política ha sido estudiado y debatido profusamente en la literatura académica, siendo, tal vez, las contribuciones de Gramsci y Bourdieu las más reconocidas. Ambos se centraron en lo que Gramsci llamó la “hegemonía” y Bourdieu denominó “campos de dominación” como determinantes de la cultura, es decir, factores que influyen en la creación de ideas o significados. Para Gramsci, sin embargo, la hegemonía cultural, se lograría a través de una secuencia de “momentos” en una combinación de acciones de “fuerza” –es decir, independiente de la voluntad de los agentes políticos– y “consentimiento” para el desarrollo de........

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