¡Otra vez a las urnas! Lo que en algún momento podría haber significado una gran alegría e ilusión, hoy se mira, sin duda, con tedio y confusión. Tedio, por la excesiva repetición de comicios, muchos de ellos inconducentes; confusión, porque hay una incoherencia entre lo que se vota y el sentido de las campañas, entre el proceso constituyente y la presentación sobre el efecto de las opciones en disputa.

Existe tedio y confusión porque las promesas de una nueva Constitución, surgidas al calor de la revolución de octubre de 2019, no tendrán los efectos que anunciaron y es muy probable que después de cuatro años de movimientos en una u otra dirección –con la vieja o la nueva Constitución– Chile vuelva al punto de partida, con mucho derroche económico y de energías y con escasos logros visibles.

Cada proceso electoral es un momento para escuchar la manifestación de la decisión del pueblo sobre un determinado asunto. Así ocurre con las elecciones presidenciales o parlamentarias y con los comicios municipales que veremos nuevamente durante el 2024, así como para elegir a los representantes para preparar la nueva Carta Fundamental, proceso que se desarrolló en mayo de 2021 y se repitió en mayo de 2023. De igual manera ha ocurrido con los plebiscitos que se han repetido en los últimos años, para definir si los chilenos querían o no una nueva Constitución, si aceptaban la propuesta específica hecha por la Convención constituyente y hoy, 17 de diciembre, para ver si se manifiesta A favor o En contra del proyecto del Consejo.

Las elecciones no son la democracia, pero son un factor sin el cual no hay democracia. A este elemento se suman las libertades políticas, el pluralismo de partidos, la diversidad ideológica, la alternancia en el poder y otros tantos factores relevantes que permiten a una democracia funcionar, bien, regular o mal.

Sin embargo, no es posible agotar ahí la discusión y por lo mismo muchas veces se agregan otros aspectos que pueden ser relevantes a la hora de evaluar un sistema político: su real apertura a la competencia, la vigencia del estado de derecho, la continuidad institucional y la resolución pacífica de los conflictos políticos, entre otros.

Hay otros aspectos que, sin ser de la esencia de la democracia, contribuyen a su fortalecimiento, y por lo mismo no solo conviene tenerlos en cuenta, sino sobre todo hacerlos parte de la definición del desarrollo de una sociedad. Entre ellos destaca el desarrollo socioeconómico y su justa distribución, así como la eficiencia del sistema y de las instituciones para resolver los numerosos problemas que aquejan a la sociedad.

Estos últimos temas son cruciales, considerando que las malas condiciones de vida o la falta de oportunidades terminan alejando a las personas del régimen democrático, que les dice muy poco a los más pobres o más necesitados si, a la vez, no logra proporcionarles oportunidades de desarrollo material.

Por otra parte, el fracaso de los sucesivos gobiernos en la lucha contra la delincuencia, en la creación de empleo, en el mejoramiento de la educación o en la superación de los problemas en salud, termina por volverse contra la propia democracia y se convierte en un pasto muy fértil para el populismo.

A la larga, la democracia no puede encontrar su legitimidad solo en cuestiones doctrinarias –aunque ellas sean importantes–, sino que es preciso que el sistema, sus normas y políticas públicas, sus gobiernos y órganos legislativos, la administración de justicia y la policía, logren resolver adecuadamente los múltiples problemas que aquejan a la sociedad.

Tengo la impresión, por muchas razones, que estas elecciones solo resolverán muy relativamente el llamado problema “constitucional”, que era más bien un asunto “constituyente” y que fue levantado como la causa de todos los males en octubre y noviembre de 2019.

Desde entonces y hasta ahora han sido tantas las vueltas y cambios de opinión, los argumentos y contradicciones, que es difícil creer cuál es el diagnóstico que algunos van teniendo sobre la crisis chilena. ¿Se trata de un problema de instituciones o de gobiernos? ¿Faltan más recursos o estos están más administrados? ¿Se requieren más impuestos o una administración más seria de los dineros públicos? En fin, podrían hacerse muchas otras preguntas cuyas respuestas no son obvias precisamente por los múltiples cambios de opinión y de visiones que se han dado en un tiempo relativamente breve.

A la larga, casi toda la izquierda ha ido reconociendo –por convicción o por mero interés– que en Chile rige la Constitución de Ricardo Lagos (antes llamada de Pinochet o de la dictadura) y ha señalado que después hoy, 17 de diciembre, se acabarán las ínfulas constituyentes. No me parece que así vaya a ocurrir, pero al menos vale la pena tenerlo en la cabeza desde el punto de vista discursivo.

No obstante, a esta altura el problema es otro, referido a la ruptura de los vínculos sociales, a la disolución de ciertos principios básicos de progreso y a la decadencia en numerosos aspectos de la vida nacional, como la enseñanza, la salud estatal, la protección contra la delincuencia y el narcotráfico, el acceso a la vivienda y la falta de trabajo, que se consolidan con las situaciones de pobreza y estancamiento que sufren nuestras compatriotas.

Desde mañana lunes será necesario no solo pensar de manera más inteligente, sino que también será preciso hablar más claro. En el ámbito estatal, será necesario terminar con las explicaciones torpes o las normas mal elaboradas y las políticas públicas fracasadas y sin responsables claros. Para ello no se requiere simplemente un buen Gobierno, sino también una buena oposición. Esto no es que sea más dura, sino más nítida, comprensible y con resultados, con propuestas alternativas y capacidad de llegar a La Moneda.

Las elecciones son un ejercicio con numerosas ventajas, pero el de hoy, domingo 17 de diciembre, es un caso triste de desafección y aburrimiento. La recuperación de la confianza no llegará por casualidad, sino que requerirá resultados. Es probable que siga habiendo quienes disfruten con los procesos constituyentes, pero parece más claro que Chile necesita crecer, mejorar las condiciones de vida, abrir cauces al progreso y dejar atrás las discusiones que parecían tener la solución a todos los problemas y terminaron creando muchos otros para volver al punto de partida.

QOSHE - Elecciones y democracia - Alejandro San Francisco
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Elecciones y democracia

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17.12.2023

¡Otra vez a las urnas! Lo que en algún momento podría haber significado una gran alegría e ilusión, hoy se mira, sin duda, con tedio y confusión. Tedio, por la excesiva repetición de comicios, muchos de ellos inconducentes; confusión, porque hay una incoherencia entre lo que se vota y el sentido de las campañas, entre el proceso constituyente y la presentación sobre el efecto de las opciones en disputa.

Existe tedio y confusión porque las promesas de una nueva Constitución, surgidas al calor de la revolución de octubre de 2019, no tendrán los efectos que anunciaron y es muy probable que después de cuatro años de movimientos en una u otra dirección –con la vieja o la nueva Constitución– Chile vuelva al punto de partida, con mucho derroche económico y de energías y con escasos logros visibles.

Cada proceso electoral es un momento para escuchar la manifestación de la decisión del pueblo sobre un determinado asunto. Así ocurre con las elecciones presidenciales o parlamentarias y con los comicios municipales que veremos nuevamente durante el 2024, así como para elegir a los representantes para preparar la nueva Carta Fundamental, proceso que se desarrolló en mayo de 2021 y se repitió en mayo de 2023. De igual manera ha ocurrido con los plebiscitos que se han repetido en los últimos años, para definir si los chilenos querían o no una nueva Constitución, si aceptaban la propuesta específica hecha por la Convención constituyente y hoy, 17 de diciembre, para ver si se manifiesta A favor o En contra del proyecto del Consejo.

Las elecciones no son la democracia, pero son un factor........

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