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Entre la cruz y la media luna

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14.11.2025


Siempre me ha parecido fascinante cómo el cristianismo introdujo la idea de que todas las personas son iguales ante Dios. Esa afirmación, tan sencilla y radical, fue el germen de lo que siglos después se convertiría en la noción jurídica de dignidad humana.

La idea de que cada ser humano tiene un valor intrínseco, nace de una visión teológica que colocó al individuo —no al Estado, ni al emperador— en el centro de la moral.

Considero que los Derechos Humanos son herederos de un cristianismo humanista, aunque hayan sido secularizados en el discurso moderno. La Declaración Universal de 1948, con toda su laicidad, sigue respirando esa raíz: el reconocimiento de la dignidad como principio absoluto, no dependiente del mérito, la raza o la condición. Es, en el fondo, una traducción jurídica de aquella enseñanza evangélica: “Ama a tu prójimo como a ti mismo.”

Sin embargo, el contraste surge cuando el islam aparece en el debate público contemporáneo como una tradición “incompatible” con........

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