Pactar es hacer política. Los pactos resuelven conflictos, aparcan disensos, promueven la cooperación sobre objetivos compartidos. Nada vergonzante hay en encontrarse a medio pasillo. Hay virtud cívica en esa disposición política para priorizar, sostener, transformar o abandonar preferencias e intereses. Tampoco en la discreción del proceso o, incluso, del contenido de lo pactado. La intimidad puede modificar los incentivos del consenso: libera de costos, sincera a los actores sobre sus posiciones, facilita el equilibrio, aísla vetos. No hay política sin pactos, pero tampoco hay pactos útiles sin velos o cortinas. La confidencialidad también es patriótica.

La ética del pacto es lo que acomoda. Dime qué pactas y te diré quién eres. Los pactos de Coahuila son prueba plástica de la disonancia cognitiva que tiene en crisis al sistema de partidos de la transición mexicana. De esa distancia entre el comportamiento de las burocracias partidarias y las sensibilidades sociales. La alianza opositora se ha justificado en la necesidad de hilvanar una alternativa al riesgo inminente de restauración de la presidencia hegemónica. La coalición como un deber inexcusable, no como una forma de organización de los esfuerzos de la competencia o como un medio para optimizar la consecución de fines en la pluralidad ¿A cuántos críticos de las coaliciones sin propósito, narrativa o definiciones no se han quemado en leña verde? A esos escépticos de que la suma de huesos partidarios no hace un cuerpo político vigoroso para enderezar al país. Fuera de la coalición opositora sólo hay chairos, traidores, colaboracionistas o esquiroles. El mismo juego binario del obradorato pero en sentido inverso. Pero mientras exigen alineaciones ciegas y votos con la nariz tapada, pactan sin recato cuotas, cuates y componendas.

Los pactos de Coahuila son una patada en la espinilla a los miles de candidatos opositores que literalmente se van a jugar la vida en esta elección, empezando por Xóchitl Gálvez. En momentos de captura de las instituciones de la imparcialidad, de colonización facciosa de las autonomías y del Poder Judicial, la oposición firma el reparto partidario de chambas. ¿Con qué cara Xóchitl va a cuestionar en el debate electoral la imposición presidencial de Batres en la Corte y sus consecuencias? ¿Bajo qué condición de legitimidad se podrá asignar responsabilidades por el desmantelamiento nacional de la transparencia o de la fiscalización, si en los entretelones de la coalición opositora las benditas autonomías son fichas de intercambio? ¿Cómo sostener el argumento ético del mérito y la profesionalización cuando la fe pública, ese ancestral basamento de confianza y seguridad jurídicas que aplaca el conflicto sobre los derechos de propiedad, se negocia en paquetes de seis? ¿Cómo será creíble la opción del manejo escrupuloso y responsable de la hacienda pública en manos de partidos que se adjudican porcentajes de oficinas de recaudación y de gasto en infraestructura?

Si los pactos eran de por sí un desfiguro, su publicidad es verdaderamente demencial. Decía Hobbes que los pactos sólo se hacen valer con la espada. ¿Evidenciar la deshonra propia era el chicote para coaccionar el cumplimiento de lo pactado? ¿De persuadir al PRI de sostener su palabra? ¿Alguien en su sano juicio honraría ese papel?

La respuesta está, quizás, en que la inercia en la que se ha instalado el PAN desde hace tiempo, de ese círculo vicioso entre padrón y prebendas, ha hecho que sea más importante salvar cara ante los desahuciados de las candidaturas y de las posiciones, que el ejemplo cívico, la congruencia, la convicción o la posibilidad de triunfo. Cuidar antes al aspirante a notario, que a la aspirante presidencial.

Los pactos de Coahuila revelan lo que muchos no han entendido o no quieren entender, ni siquiera por su propia sobrevivencia. Pase lo que pase en 2024, México necesitará un PAN distinto en causas, virtud y organización. Un PAN de pactos dignos y palabra honorable que no necesite firma estampada.

QOSHE - Los pactos de Coahuila - Roberto Gil Zuarth
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Los pactos de Coahuila

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11.01.2024

Pactar es hacer política. Los pactos resuelven conflictos, aparcan disensos, promueven la cooperación sobre objetivos compartidos. Nada vergonzante hay en encontrarse a medio pasillo. Hay virtud cívica en esa disposición política para priorizar, sostener, transformar o abandonar preferencias e intereses. Tampoco en la discreción del proceso o, incluso, del contenido de lo pactado. La intimidad puede modificar los incentivos del consenso: libera de costos, sincera a los actores sobre sus posiciones, facilita el equilibrio, aísla vetos. No hay política sin pactos, pero tampoco hay pactos útiles sin velos o cortinas. La confidencialidad también es patriótica.

La ética del pacto es lo que acomoda. Dime qué pactas y te diré quién eres. Los pactos de Coahuila son prueba plástica de la disonancia cognitiva que tiene en crisis al sistema de partidos de la transición mexicana. De esa distancia entre el comportamiento de las burocracias partidarias y las sensibilidades sociales. La alianza opositora se........

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