En el paisaje cambiante de la migración mexicana, observamos un dramático giro en las rutas y razones que mueven a nuestros connacionales, ya sea cruzando fronteras internacionales o desplazándose dentro de nuestras propias fronteras. Este fenómeno, que parece responder tanto a políticas externas como a dinámicas internas, está moldeando una nueva narrativa nacional.

La épica migratoria hacia el norte ha sido, por mucho tiempo, parte del imaginario mexicano. Sin embargo, recientes cambios están redibujando este mapa. Las políticas migratorias cada vez más estrictas de Estados Unidos, sumadas a una mejoría en las condiciones económicas de diversas regiones de México, han comenzado a disminuir este flujo histórico.

El riesgo del viaje, antes asumido casi como un rito de paso, ahora se calcula con mayor precaución. La historia de quienes retornan desilusionados, o peor aún, no retornan, resuena en las decisiones de potenciales migrantes. Así, lugares como Guanajuato y Jalisco están reteniendo más a sus jóvenes, quienes antes veían en el norte la única vía hacia el progreso.

En este contexto, surge un actor revitalizado: las asociaciones de oriundos. Estos grupos, formados por migrantes mexicanos en el extranjero, están invirtiendo en sus comunidades de origen de formas que antes parecían reservadas para gobiernos o grandes corporaciones. Estos esfuerzos no solo refuerzan la infraestructura local, sino que tejen una red de seguridad emocional y económica que disuade la migración por desesperación.

Un claro ejemplo es el estado de Zacatecas, donde nuevas escuelas y clínicas brotan gracias a las remesas convertidas en proyectos de desarrollo, mostrando que el vínculo con la tierra natal puede ser tan fuerte como el impulso de partir.

Paralelamente, un fenómeno menos visible pero igualmente significativo ocurre dentro de nuestras fronteras. La migración interna en México está alcanzando niveles que no se veían desde la época de la Revolución. La violencia en estados como Guerrero y Michoacán empuja a sus habitantes hacia oasis de calma y oportunidad como Querétaro y Yucatán.

Esta migración interna es una válvula de escape para muchos, pero también un síntoma de las profundas desigualdades que aún azotan nuestro país. Aquí también, las políticas deben ser sensibles y robustas, buscando equilibrar las oportunidades y asegurar que ningún mexicano necesite migrar para acceder a una vida digna y segura.

La migración, ya sea hacia horizontes externos o internos, es una narrativa de búsqueda y esperanza. Como país, la tarea que tenemos por delante es asegurar que esta búsqueda no se traduzca en desgarramiento, sino en construcción. Necesitamos políticas que no solo reaccionen a las migraciones, sino que comprendan y anticipen sus causas y efectos.

México está en un momento crucial. Podemos ser testigos pasivos de estos cambios o podemos ser los arquitectos de un nuevo paradigma migratorio. Uno que celebre la movilidad pero ancle su raíz en la equidad, la seguridad y la oportunidad para todos, sin importar en qué rincón de México hayan nacido nuestros compatriotas.

QOSHE - Más allá del norte: la nueva geografía de la migración mexicana - Nadine Cortés
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Más allá del norte: la nueva geografía de la migración mexicana

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16.04.2024

En el paisaje cambiante de la migración mexicana, observamos un dramático giro en las rutas y razones que mueven a nuestros connacionales, ya sea cruzando fronteras internacionales o desplazándose dentro de nuestras propias fronteras. Este fenómeno, que parece responder tanto a políticas externas como a dinámicas internas, está moldeando una nueva narrativa nacional.

La épica migratoria hacia el norte ha sido, por mucho tiempo, parte del imaginario mexicano. Sin embargo, recientes cambios están redibujando este mapa. Las políticas migratorias cada vez más estrictas de Estados Unidos, sumadas a una mejoría en las condiciones económicas de diversas regiones de México, han comenzado a disminuir este flujo histórico.

El riesgo del viaje, antes asumido casi como un rito........

© El Financiero


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