Cuando se formó, en 1901, la United States Steel Corporation (USS) era la empresa más grande y rentable del planeta y su dueño, Andrew Carnegie, era el hombre más rico del mundo.

Con el acero que salió de sus plantas en Pittsburgh se construyeron los pozos petroleros y los grandes puentes, presas y rascacielos que identificaron a Estados Unidos como la primera potencia económica. Con ese acero se hicieron también los barcos, submarinos y aviones que les permitieron ganar la Segunda Guerra Mundial.

Por eso, la empresa se convirtió en el ícono de la industria americana, por arriba incluso de las automotrices. En la película El padrino II, un mafioso, exagerando mucho, le dice a Michael Corleone: “Somos más grandes que U.S. Steel”.

Después de la guerra, con Europa y Japón tratando de recuperarse, la USS dominaba el mercado mundial del acero. En los años 60, cuando la firma aún estaba dentro de las 10 empresas más importantes de la Unión Americana, compañías alemanas y japonesas empezaron a competirle fuertemente y pronto la superaron.

Para 1991 ya no aparecía entre las 30 grandes, que componen el índice industrial Dow Jones, y en 2014 salió del índice Standard & Poor’s de las 500 principales empresas estadounidenses. Hoy USS es apenas la productora de acero número 27 del mundo. De 340 mil empleados que llegó a tener en 1943, ahora funciona con 15 mil.

Algo similar sucedió con las otras siderúrgicas de ese país (Bethlehem, Inland, LTV y Nucor). Hoy ninguna está entre las quince principales productoras de acero del globo.

En la actualidad, la competencia del acero americano está en Asia. China representaba 3% del mercado mundial del acero en 1967; 14% en 1996; 34% en 2006. Hoy entrega mil millones de toneladas al año (54% de la producción mundial); India, 125 millones; Japón, 89 millones, y Corea del Sur, 66 millones. Estados Unidos, que en 1973 llegó a elaborar 137 millones, el año pasado únicamente produjo 80 millones (México, 18 millones).

La decadencia de la industria acerera americana se explica en gran parte por su retraso tecnológico. Mientras que europeos y asiáticos usan hornos de oxígeno o de arco eléctrico muy eficientes, ellos se conformaron con hacer altos hornos muy grandes, creyendo que saldrían adelante simplemente generando economías de escala.

Además de requerir mucha energía, esos métodos tienen emisiones de carbono muy altas, que los reguladores penalizan.

Los otros incluso instalaron “minifábricas” que sustituyen el mineral de hierro por chatarra automotriz (más barata) como materia prima.

Por eso funcionan con costos de producción elevados que les impiden exportar. De hecho, casi toda la producción se destina al mercado doméstico e incluso no alcanzan a cubrirlo. Importan 14% de sus necesidades (de Canadá, Brasil y México, principalmente).

El problema es que sus clientes tienen que desembolsar mil 142 dólares por tonelada métrica de acero laminado, mientras que las industrias consumidoras de Europa y China pagan 790 y 484 dólares, respectivamente. Eso resta competitividad a las industrias de la construcción, del equipo mecánico y automotriz. Ellos prefieren comprar acero importado, pero las políticas proteccionistas del gobierno lo impiden.

Donald Trump impuso tarifas de 25% al acero y al aluminio extranjero “para salvar los empleos estadounidenses”. No fue casual que el representante comercial que nombró, Robert Lighthizer, había sido abogado de USS en sus litigios con los japoneses.

Crítico de la política comercial de Trump, Joe Biden mantuvo los aranceles. Ambos, otra vez disputando la Presidencia, lo hicieron por razones políticas.

Los 137 mil trabajadores del acero representan pocos votos. Sin embargo, ellos viven en los estados que son clave en la elección de noviembre (Ohio, Pennsylvania, Michigan, Wisconsin), donde el margen para ganar es muy pequeño.

Entre las notas perdidas por los festejos decembrinos, salió la noticia de que Nippon Steel compró USS a un precio ridículo. Los sindicatos protestaron airadamente y congresistas de ambos partidos aseguran que van a intentar bloquear la venta por razones de seguridad nacional.

Los republicanos dicen que Nippon Steel está aprovechando los demasiado generosos incentivos de la política industrial de Biden. Él, por su parte, afirma que la transacción merece un serio escrutinio en vista de su potencial impacto en la confiabilidad de las cadenas de suministro.

Lo que no quieren reconocer es que sus acerías, por décadas sobreprotegidas, no se preocuparon por innovar y por mejorar su productividad.

QOSHE - Triste historia - Alejandro Gil Recasens
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Triste historia

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17.01.2024

Cuando se formó, en 1901, la United States Steel Corporation (USS) era la empresa más grande y rentable del planeta y su dueño, Andrew Carnegie, era el hombre más rico del mundo.

Con el acero que salió de sus plantas en Pittsburgh se construyeron los pozos petroleros y los grandes puentes, presas y rascacielos que identificaron a Estados Unidos como la primera potencia económica. Con ese acero se hicieron también los barcos, submarinos y aviones que les permitieron ganar la Segunda Guerra Mundial.

Por eso, la empresa se convirtió en el ícono de la industria americana, por arriba incluso de las automotrices. En la película El padrino II, un mafioso, exagerando mucho, le dice a Michael Corleone: “Somos más grandes que U.S. Steel”.

Después de la guerra, con Europa y Japón tratando de recuperarse, la USS dominaba el mercado mundial del acero. En los años 60, cuando la firma aún estaba dentro de las 10 empresas más importantes de la Unión Americana, compañías alemanas y japonesas empezaron a competirle fuertemente y pronto la superaron.

Para 1991 ya no aparecía entre las 30 grandes, que componen el índice industrial........

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