*Invitamos a nuestros columnistas a contarnos de las ideas que defendieron y que, ahora, perciben de manera diferente. Esta columna es parte del especial #CambiéDeOpinión.

Yo no había sido capaz de atender el ejercicio que El Espectador nos propuso a los columnistas: escribir una columna que se titulara “Cambié de opinión sobre…”. Durante días me hice un examen de conciencia y concluí que mis opiniones políticas han sido las mismas desde la época de la universidad. Así que me dije: paso de agache. Pero en la madrugada del 24 de diciembre aterricé en Buenos Aires en compañía de mi hijo Federico. Salimos del aeropuerto, tomamos un taxi y, contrariamente a lo que esperaba, el taxista se mostró complacido con que en la presidencia estuviera Javier Milei, ese candidato vulgar que en campaña parecía un loco de atar; que dijo que en su gobierno iba a aumentar el precio de los antidiarreicos “porque los políticos iban a estar cagados”; que recorría las plazas públicas alzando una motosierra como símbolo de lo que iba a recortar; que prometía quemar el Banco Central y erradicar el socialismo de la humanidad, y que llegó hasta decir que el papa, argentino, era “el representante del maligno en la tierra”. Pues bien, nuestro taxista afirmaba que tenía esperanzas de que ese señor solucionara la corrupción y la crisis económica brutal que, por culpa de una sucesión de gobiernos desastrosos, la mayoría de la era Kirchner, está padeciendo un país tan rico como Argentina.

La historia se repitió la tarde del 24: esta vez nos tocó una taxista viuda que añoraba ahorrar para viajar a Estados Unidos a ver a su hijo. “Nunca, como hoy, la Argentina había tocado fondo”, dijo. Y agregó que tenía confianza en lo que estaba haciendo Milei, a pesar de que era consciente de que lo que vendría sería duro. Y lo mismo nos han dicho otras seis o siete personas con las que hemos conversado, salvo un solo taxista que se mostró molesto porque Milei subió el precio de la gasolina.

Y es que este presidente, que apenas lleva 20 días en el gobierno, de inmediato promulgó el Decreto de Necesidad y Urgencia (DNU), con el que derogó cerca de 300 medidas que, aunque aparentemente beneficiaban a la gente, acabaron perjudicándola, empobreciéndola y bloqueando, con la ineficiencia, la corrupción y el exceso de burocratismo, la posibilidad de hacer cosas en el país. Además, había toda clase de subsidios que se pagaban con emisión, lo que ahondaba el déficit fiscal y disparaba los precios, hasta el punto de que este año va a cerrar con una inflación de más del 170 %.

Con el DNU, Milei eliminó doce ministerios; derogó leyes que obstaculizaban el libre mercado, como la ley de arrendamientos; acabó con otras que obligaban a la gente a pedirle permiso al Gobierno para muchas actividades, como importar o exportar; acabó con los controles de precios; hizo lo necesario para que solo reine la ley del libre mercado; ordenó que se eliminen muchos carros usados por funcionarios del Estado (no más en el Ministerio de Economía se devolverán 600); redujo los salarios de los empleados de los poderes Legislativo y Ejecutivo y renunció a su sueldo de presidente, el cual rifa entre los que se inscriban en el sorteo, medidas todas que les hacen sentir a los argentinos que se está luchando contra el burocratismo, la corrupción y el despilfarro.

Obviamente, el famoso DNU está siendo demandado y, probablemente, muchos de sus puntos no pasen el control de constitucionalidad.

Pero si Milei logra, en un tiempo razonable, que la inflación ceda y la situación de la gente mejore, ese señor tan loco podría llegar a ser un buen presidente.

Feliz año.

www.patricialarasalive.com, @patricialarasa

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Cambié de opinión sobre Javier Milei

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29.12.2023

*Invitamos a nuestros columnistas a contarnos de las ideas que defendieron y que, ahora, perciben de manera diferente. Esta columna es parte del especial #CambiéDeOpinión.

Yo no había sido capaz de atender el ejercicio que El Espectador nos propuso a los columnistas: escribir una columna que se titulara “Cambié de opinión sobre…”. Durante días me hice un examen de conciencia y concluí que mis opiniones políticas han sido las mismas desde la época de la universidad. Así que me dije: paso de agache. Pero en la madrugada del 24 de diciembre aterricé en Buenos Aires en compañía de mi hijo Federico. Salimos del aeropuerto, tomamos un taxi y, contrariamente a lo que esperaba, el taxista se mostró complacido con que en la presidencia estuviera Javier Milei, ese candidato vulgar que en campaña parecía un loco de atar; que dijo que en su gobierno iba a aumentar el precio de los antidiarreicos........

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