El club del libro de la isla griega de Hydra fue presentado por vez primera en el verano del 2021. Por casi un siglo, la escena literaria de esta isla ha incluido al poeta Gyorgos Seferis en busca de la verdad helénica, a Charmin Clift en busca de autenticidad, a Henry Miller en busca de la luz, a Gregory Corso en busca de una conciencia más despierta, a Deborah Levy en busca de perspectiva, y a Leonard Cohen en busca de su voz.

“Hydra da generosamente”, dijo alguna vez Dimitrios Antonitsis a su amigo y miembro del club John Hickey, “pero también quita de una manera brutal”. Yin y Yang, como diría la escritora de ciencia ficción Ursula K. Le Guin, quien si bien no fue una habitante de esta isla, lo sabía todo acerca de esos componentes de la utopía. Utopía y amistad fueron, precisamente, los temas del primer y segundo año del club. “El resultado de nuestro ejercicio común de lectura profunda fue el concentrarnos no solamente en la relación entre los escritores y artistas”, nos cuenta Hickey, “sino también en el aspecto relacional del espacio que compartimos con el público”.

¿Cómo llamar a ese espacio? No se lo encuentra en un sitio en particular, y entonces cabe llamarlo utopía, pero da lugar. Ese lugar al que el no lugar da lugar es lo que llamamos el espacio público. Y tiene al menos dos elementos. Uno es como el Yin de Ursula Le Guin, paciente mas, no pasivo. Presto a recibir, en el sentido del regalo que es precioso e inapreciable, simbólico como en el intercambio de arras, y es público puesto que manifiesta el momento de la alteridad, que es la condición fundamental para que el regalo sea un regalo, dado que en verdad uno no puede regalarse algo a uno mismo. Se trata entonces del fundamento del bien común y la reciprocidad.

El otro elemento es expansivo y defensivo, tiende a repeler a aquellos que ve como enemigos y reacciona frente a estos y ante el riesgo con celeridad. De manera usual se los encuentra juntos, pero resulta clave distinguirlos para poder descifrar el dilema ético al que nos enfrenta toda situación política y social. Pues el énfasis en el segundo elemento resulta en el tipo de utopía que busca imponernos el Gran Inquisidor.

Cuando aquellos y aquellas que forjan relaciones de alianza y amistad proponen que su voz común sea el fundamento constituyente de la sociedad, el Gran Inquisidor reacciona diciendo que existe ya un procedimiento para que tenga lugar la asamblea constituyente y que solo ese principio es válido. Con lo cual olvida, por supuesto, que la anterior asamblea tuvo lugar precisamente porque no había lugar para ella, y, entonces, hizo a un lado el procedimiento, la burocracia, y la mirada eternamente pesimista de quienes confunden la justicia con la letra puesta de la ley. Y cuando aquellos proponen reforma, o se manifiestan su voz en una consulta, aquel reacciona diciendo que ya el procedimiento y las normas han dictaminado el nombramiento de alguien diferente al elegido por voz de los comunes y el fin de la reforma. Así que ni reforma ni revolución.

El Gran Inquisidor congela lo que existe, como si de una foto fija se tratase, y declara a esa frialdad el fin de la historia y el logro del progreso. También lo llama democracia, para guardar las apariencias. La apariencia de democracia, por supuesto. Hickey distribuyó entre los miembros del club del libro de Hydra copias de la Utopia de Thomas More, y presentó a manera de regalo la posición de Gyorgos Seferis, el gran poeta que pregunta. ¿Por qué han venido aquí? ¿Cómo llegaron? ¿Qué buscan? Constituir no es lo mismo que producir una receta o el plano arquitectónico del lugar a construir como si en la sociedad y en la historia fuese posible predecir el destino y garantizar su arribo. Se parece más bien a una secuencia de pasos. Como en la poesía y en la música. Ello quiere decir que siempre será necesario que todos juntos demos un paso más. Y ese paso siempre tiene lugar en la oscuridad, en el vacío. Pues el futuro permanece abierto y por ello nadie puede teorizar que nuestros esfuerzos hoy son inútiles a la hora de construir un espacio común más justo, más igualitario, más ecológico. Es ejemplar la lección ética y política que nos da el club del libro de ese no lugar llamado Hydra.

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Hydra

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10.04.2024

El club del libro de la isla griega de Hydra fue presentado por vez primera en el verano del 2021. Por casi un siglo, la escena literaria de esta isla ha incluido al poeta Gyorgos Seferis en busca de la verdad helénica, a Charmin Clift en busca de autenticidad, a Henry Miller en busca de la luz, a Gregory Corso en busca de una conciencia más despierta, a Deborah Levy en busca de perspectiva, y a Leonard Cohen en busca de su voz.

“Hydra da generosamente”, dijo alguna vez Dimitrios Antonitsis a su amigo y miembro del club John Hickey, “pero también quita de una manera brutal”. Yin y Yang, como diría la escritora de ciencia ficción Ursula K. Le Guin, quien si bien no fue una habitante de esta isla, lo sabía todo acerca de esos componentes de la utopía. Utopía y amistad fueron, precisamente, los temas del primer y segundo año del club. “El resultado de nuestro ejercicio común de lectura profunda fue el concentrarnos no solamente en la relación entre los escritores y artistas”, nos cuenta Hickey, “sino también en el aspecto relacional del espacio que compartimos con el público”.

¿Cómo llamar a ese espacio? No se lo encuentra en un sitio en particular, y entonces cabe llamarlo utopía, pero da........

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