Se inauguró el 10 de agosto de 1938, un año antes del inicio de la Segunda Guerra Mundial, cuando las tropas nazis invadieron las tierras polacas.

Mi padre me contaba que de niño frecuentaba la finca de Don Nemesio Camacho para volar cometas en los potreros y recolectar cerezas, ciruelas y peras de los árboles.

Pero un escenario deportivo era requerido por la Atenas suramericana, alias Bogotá, para responder a las crecientes necesidades de una ciudad que emergía entre las montañas, el clima frío, los guantes y los sombreros de copa.

Los cerros orientales fueron testigos de su construcción y de su aparición con una capacidad de 10.000 espectadores y un propósito original de albergar unos juegos bolivarianos.

Una década después se convertiría en el anfitrión del torneo profesional del fútbol colombiano que daba inicio en 1948 con el Independiente Santa Fe como el primer campeón.

Luego tuvo el privilegio de presenciar la era de El Dorado, viendo correr por su grama a jugadores estelares como Di Stefano, Pedernera, Cossi y Rossi, entre otros. Un equipo millonario de leyenda que hoy sigue en el imaginario colectivo de nuestra historia.

Vinieron los 60 con Panzutto, Perazzo y Securalac entre otros dioses mundiales de la pelota.

Y llegaron los 70 y ahí mis primeros registros de infancia para ir a ver clásicos, acompañado por mi padre y mi hermano. Recuerdos imborrables que aún me abrazan de manera sagrada poniendo la ruana sobre el frío cemento para sentarse, comiendo paletas, chicharrón y observando a la gente fumar Pielroja, tomar tinto de greca y escuchar el transistor.

Si de niño canté en la ducha a Emilio José, en El Campín canté a todo pulmón el himno de Colombia. Gracias al estadio me lo aprendí para siempre y con alta emoción.

Entraron los 80 y desde esa década asistí religiosamente cada miércoles y cada domingo con mis amigos de adolescencia.

Vi desfilar a Gottardi, Barberón, Funes, Willington, Convertí, Pandolfi, Calimenio, Vivalda, Navarro Montoya, Iguarán y Ómar Pérez, entre muchos otros.

El olor a boñiga de caballo de Policía en su exterior contrastaba con el color mágico del césped verde al interior, generando un estado de hipnosis sensorial difícil de olvidar y de explicar, tal vez como el aroma de la persona amada.

Vi a la Selección Colombia salir campeona de la copa América por primera y única vez. Vi tanto y sentí mucho al mismo tiempo.

Ahora el estadio Nemesio Camacho El Campín será demolido y debo aceptar que siento que mis recuerdos también se demolerán.

Un ataque de nostalgia me invade y aunque acepto el poder de la evolución, también admiro el valor de la historia. Los templos se mantienen y se preservan.

Por ahora miro con complicidad los mismos cerros orientales y comparto con ellos mi tristeza.

Descanse en paz estadio Nemesio Camacho El Campín.

Nunca te olvidaremos.

QOSHE - Descanse en paz - Juan Carlos Ortiz
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Descanse en paz

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19.02.2024

Se inauguró el 10 de agosto de 1938, un año antes del inicio de la Segunda Guerra Mundial, cuando las tropas nazis invadieron las tierras polacas.

Mi padre me contaba que de niño frecuentaba la finca de Don Nemesio Camacho para volar cometas en los potreros y recolectar cerezas, ciruelas y peras de los árboles.

Pero un escenario deportivo era requerido por la Atenas suramericana, alias Bogotá, para responder a las crecientes necesidades de una ciudad que emergía entre las montañas, el clima frío, los guantes y los sombreros de copa.

Los cerros orientales fueron testigos de su construcción y de su aparición con una capacidad de 10.000 espectadores y un propósito original de albergar unos juegos........

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