Por haberse criado rodeada de músicos, pintores, actores y bailarinas en el Palacio de Bellas de Artes de Medellín, se ha dicho que la vida de Teresita Gómez parece un cuento de hadas. Una versión de “La bella y la bestia”, donde la bella es la niña que hace de la música el norte de su vida, y la bestia, el cetáceo de media tonelada, ochenta y ocho teclas y una cola de dos metros que la niña convierte en un barco para navegar por el mundo y en un sarcófago para llamar sus fantasmas.

Escuché por primera vez las interpretaciones al piano de Teresita en Envigado, a mediados de los noventa, tras visitar a la bailarina Lindaria Espinosa, quien aquel día me confió un casete titulado Teresa Gómez a Colombia. Atardecía cuando nos despedimos y me dispuse a bajar la Loma del Chocho. Desprevenido, sin presentir el milagro, puse a rodar el lado B en el walkman y en el acto los primeros compases de la danza “Malvaloca”, del maestro Luis A. Calvo, se adueñaron del paisaje y me obligaron a detenerme, estremecido por descubrir una música capaz de fundir con tal intensidad la gravedad y el regocijo.

Mi caso es el mismo de un público de varias generaciones que ha tenido oportunidad de acceder a la obra de ignorados compositores colombianos gracias a la divulgación que Tere ha hecho durante décadas. Ella, que creció entre el arrabal del barrio La Toma y el refine de Bellas Artes, fue la primera concertista de piano con la sensibilidad para reivindicar el valor de nuestros creadores y contrariar el prejuicio de no incluir piezas colombianas en el repertorio clásico. Así rescató una música auténtica, nacida de la entraña popular, que nos conmueve e identifica.

He vuelto a repasar los intermezzos de Calvo, los bambucos de Luis Antonio Escobar y Adolfo Mejía, los trozos de Uribe Holguín, los pasillos de Carlos Vieco, Fulgencio García y Morales Pino, los valses de Gonzalo Vidal y las acuarelas de Jorge Andrés Arbeláez para acompañar la lectura de Teresita Gómez. Música, toda una vida, la biografía donde Beatriz Helena Robledo lleva a cabo un minucioso recuento de los primeros ochenta años de la visionaria pianista paisa.

De las manos de su apasionada y fascinante protagonista, el libro registra la evolución de la música académica en el país. Contextualiza, por ejemplo, esa tensión que se dio entre la enseñanza de la música clásica europea y la música de compositores colombianos, que hizo que Uribe Holguín desterrara los bambucos y pasillos del Conservatorio Nacional a comienzos del siglo XX, obligando a que su contradictor Antonio María Valencia se desplazara a Cali, donde fundó el conservatorio que hoy lleva su nombre.

Tere asumió una posición irreductible ante esta disputa. El tenor Diver Higuita, su colega y amigo del alma, lo explica con claridad en la biografía: “Teresita fue la primera que tuvo un recital en la Luis Ángel Arango tocando colombianos, o sea, es la primera que se atreve a tocar colombianos en esa sala, que es como el tope de la música de cámara colombiana, ¿cierto?, y donde solo cabían Mozart, Schubert, Brahms, Skriabin, etc. Entonces Teresita lo que hizo fue dar un golpe en la mesa muy importante porque lo que hace es tocar esos compositores y demostrar que ella también sabe de Bach, y también conoce a Brahms, y también conoce a Beethoven y a Mozart, pero ama a sus compositores nacionales. Y empieza a grabar, grabaciones muy relevantes, de gran importancia en la cultura discográfica de nuestros compositores”.

Internarse en las 429 páginas de la vida y obra de Tere es recorrer el rutilante y pedregoso camino de una aprendiz, intérprete y maestra fuera de serie. Una artista que encontró en la música un vehículo para acercarse a los demás y a sí misma, y que se entregó al piano como una necesidad interior, consciente de que le brindaba la única oportunidad de ser libre. Por eso salía a batirse como un toro en cada presentación, y por eso, ya septuagenaria, le dijo a su amigo Cristóbal Peláez: “¡Carajo, yo soy un toro que merece ser indultado! ¡Me indultan o nada! A esta edad, a estas horas de la vida, no voy a claudicar”.

El reto de abarcar una existencia tan intensa como extensa era grande, pero Beatriz Helena Robledo supo armar el retrato en clave de piano de una figura que, en palabras de su biógrafa, “ha logrado armonizar opuestos tan radicales como negra-blanca, pobre-rica, adoptada-legítima, oculta-visible, y ha trascendido estas tensiones gracias a su camino espiritual y a la Unidad de la que está tan convencida y que ha aprendido e interiorizado en sus prácticas de yoga y zen”.

En buena hora, Beatriz Helena ha escrito un libro necesario sobre una abrecaminos y correcaminos excepcional, cuya maestra vida constituye un himno a la belleza, la prodigalidad y la resistencia.

FE DE ERRATAS

Por una travesura del destino, en la biografía se cita un borrador del poema “La casa de Prado 98″ como si hubiera sido escrito por Vladimir, el hijo de Tere, y no por mí, su amigo, que lo publiqué en Árbol talado.

CODA

El domingo 21 de enero, a las once y media en el teatro Santamaría, Teresita y su biógrafa conversarán con Paola Mejía durante el Hay Festival de Jericó.

QOSHE - Toda una vida de música - John Galán Casanova
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Toda una vida de música

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20.01.2024

Por haberse criado rodeada de músicos, pintores, actores y bailarinas en el Palacio de Bellas de Artes de Medellín, se ha dicho que la vida de Teresita Gómez parece un cuento de hadas. Una versión de “La bella y la bestia”, donde la bella es la niña que hace de la música el norte de su vida, y la bestia, el cetáceo de media tonelada, ochenta y ocho teclas y una cola de dos metros que la niña convierte en un barco para navegar por el mundo y en un sarcófago para llamar sus fantasmas.

Escuché por primera vez las interpretaciones al piano de Teresita en Envigado, a mediados de los noventa, tras visitar a la bailarina Lindaria Espinosa, quien aquel día me confió un casete titulado Teresa Gómez a Colombia. Atardecía cuando nos despedimos y me dispuse a bajar la Loma del Chocho. Desprevenido, sin presentir el milagro, puse a rodar el lado B en el walkman y en el acto los primeros compases de la danza “Malvaloca”, del maestro Luis A. Calvo, se adueñaron del paisaje y me obligaron a detenerme, estremecido por descubrir una música capaz de fundir con tal intensidad la gravedad y el regocijo.

Mi caso es el mismo de un público de varias generaciones que ha tenido oportunidad de acceder a la obra de ignorados compositores colombianos gracias a la divulgación que Tere ha hecho durante........

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