No hay poeta que dure cien años ni cuerpo que lo resista. Pero poetas longevos como Nicanor Parra, Ida Vitale y Maruja Vieira se las arreglaron para transgredir, vaya usted a saber cómo, el viejo y conocido refrán.

La poesía suele otorgar a quien la cultiva la edad de las lecturas que emprenda. Leer la Ilíada te otorga veintinueve siglos; el libro de Job, el Eclesiastés o el Cantar de los Cantares, veintiséis; el Tao Te Ching, veinticinco; veintisiete el Bhagavad-gītā y ocho el Cantar de mio Cid. Así, uno lee, envejece y acumula arrugas y estrías en los párpados. La última vez que hice la cuenta, yo iba en 14′287.893′850.128 años, en el caso de Maruja la cifra tuvo que ser mayor.

Más de la mitad de esa cifra astronómica, sesenta y tres de sus cien años biológicos, ella los consagró a preservar su contacto con el también poeta José María Vivas, su marido y padre de su única hija, fallecido ocho meses después de la boda. “Cuando el poeta Vivas se abrió del parche de la vida, su ‘dulce enemiga’ estaba embarazada de Ana Mercedes. Si todo esto no es surrealista, que me devuelvan la plata”, escribió en 2009 el columnista Óscar Domínguez al celebrar las bodas de oro de esas nupcias de nunca acabar.

Nunca contempló casarse otra vez. Decía que según el cálculo de probabilidades no se podía encontrar dos veces la perfección. De modo que, aunque en un principio se creyó sola, dedico sus días a sublimar la presencia del ausente: “Por la orilla del río/ camino lentamente, buscándote./ Estás aquí, lo sé. He venido/ con la certeza de encontrarte./ Aquí estás, en la huella de luz/ sobre la piedra,/ en la canción lejana,/ en la torre encendida de la tarde”.

Poemas como “Umbral” y “El jardín de la muerte” anticipan su reencuentro con Vivas Balcázar en la posteridad: “Estarás aguardando/ en el umbral./ Tú y nadie más/ bajo la luz final”. “La muerte es un jardín/ con rosas amarillas./ Allí no estaré sola nunca./ Alguien me espera”.

Mientras llegaba ese momento, se dedicó a vivir y sobrevivir cien años de soledad y solidaridad. A los ochenta y cinco, descaradamente viva, acusó el desgaste con desgarrada sutileza: “No son nuestros ojos, es la luz que se debilita/ cuando queremos leer./ No son nuestros oídos, es la voz de los otros/ lo que ya no tiene sonido./ Son las calles las que se han vuelto/ demasiado largas y las escaleras demasiado altas”.

El 28 de octubre pasado, de madrugada, su hija compartió dos versos de Maruja para anunciar su deceso: “La muerte en nuestra casa cumplió su fiel palabra./ Todo fue tan sencillo como el partir de un barco”. Desde entonces, como reza su poema escrito a la muerte de su amigo Álvaro Sanclemente, “Una pequeña línea/ bajo tu nombre intacto/ une tu nacimiento/ con tu muerte”. En este caso, la leyenda dirá: Maruja Vieira (1922-2023). Y se podría añadir la última estrofa de su “Nostalgia de Arcinaín Muñoz”: “Nube, cielo,/ palmeras, garzas,/ ahora para siempre/ la extrañan”.

Aunque se presume con quién andará, su domicilio es incierto: “El sobre dice: A Maruja Vieira, poeta.// Habrá que devolverlo,/ con un letrero grande que diga: Dirección desconocida”.

¿Y el mundo? ¿Qué hay del mágico y cruento mundo que respiró, amó y recreó durante más de un siglo? Eso lo contempló en tres versos: “Todavía/ rueda el mundo al vacío,/ desprendido y errante”.

QOSHE - Maruja Vieira (1922-2023) - John Galán Casanova
menu_open
Columnists Actual . Favourites . Archive
We use cookies to provide some features and experiences in QOSHE

More information  .  Close
Aa Aa Aa
- A +

Maruja Vieira (1922-2023)

3 1
11.11.2023

No hay poeta que dure cien años ni cuerpo que lo resista. Pero poetas longevos como Nicanor Parra, Ida Vitale y Maruja Vieira se las arreglaron para transgredir, vaya usted a saber cómo, el viejo y conocido refrán.

La poesía suele otorgar a quien la cultiva la edad de las lecturas que emprenda. Leer la Ilíada te otorga veintinueve siglos; el libro de Job, el Eclesiastés o el Cantar de los Cantares, veintiséis; el Tao Te Ching, veinticinco; veintisiete el Bhagavad-gītā y ocho el Cantar de mio Cid. Así, uno lee, envejece y acumula arrugas y estrías en los párpados. La última vez que hice la cuenta, yo iba en 14′287.893′850.128 años, en el caso de Maruja la cifra tuvo que ser mayor.

Más de la mitad de esa cifra astronómica, sesenta y tres de sus cien años biológicos, ella los consagró a........

© El Espectador


Get it on Google Play