Para seguir decorando este árbol de hipervínculos, retomo la panorámica de las cincuenta y dos columnas que he escrito durante el camino desde junio del año pasado en El Espectador.

En “La última victoria del Tigre Colombiano”, publicada el sábado 3 de diciembre, despedí al legendario Bill Martínez, máximo exponente de la lucha libre colombiana de todos los tiempos. A sus 92 años, el Tigre vino a Bogotá en noviembre, asistió al lanzamiento de su biografía y luego regresó a Puerto Rico, donde falleció dos semanas después. Durante seis años trabajé hombro a hombro con él reconstruyendo su vida, y después de incontables tropiezos, el fruto de nuestra labor es Entrena como bestia, pelea como salvaje, un libro de 375 páginas y 110 fotografías que pretende librar del olvido su fabulosa existencia. Misión cumplida, querido Bill, me honra haber secundado tu victoria definitiva.

Del viaje al cielo del Tigre, en “Yoga” pasé a reseñar el libro homónimo de Emmanuel Carrère que es un viaje de ida y vuelta al infierno de la depresión, en el que se entremezclan el género autobiográfico, la novela, el ensayo, la crónica y la poesía. A la semana siguiente, cerré el 2022 con “La locura mundialista”, donde, tras deliberar espumosamente con el poeta William Rouge sobre la “maradonización” de Messi y la “messitamorfosis” del equipo albiceleste, me atreví a anticipar el triunfo de la selección argentina.

En enero de 2023, devastado por el guayabo posnavideño, resolví continuar publicando la columna no semanal, sino quincenalmente, y, en “Año nuevo, ¿vida nueva?”, propuse que la reforma laboral incluyera unas vacaciones para poder descansar de las vacaciones: “De este modo, el año comenzaría en febrero, y así podríamos retomar la normalidad menos revolcados por el furor decembrino”.

Tal como en el 2022 terminé opinando sobre la música de Shakira, Totó La Momposina, C. Tangana, Queen y los Sex Pistols, el 2023 me motivó a escribir “El acordeón ilustre del juglar Gregorio Uribe”, “Pa’l bailador” —sobre el concierto de leyendas de la salsa en Bogotá— y “Natalia Lafourcade: arte sublime más allá del pop”. En el ámbito televisivo, gracias a “La primera vez”, la serie juvenil transmitida por Netflix, logré algo inaudito: experimentar “Mi primera vez con Dago García”.

Desde mi perspectiva de poeta y crítico, en textos como “Voces sobre el Carro” —sobre el extraordinario poema así titulado del Nobel sueco Harry Martinson—, “De fotógrafos y biógrafos (I)” —sobre El Chino. La vida del fotógrafo personal de Pablo Escobar, escrita por Alfonso Buitrago—, “De fotógrafos y biógrafos (II)” —sobre El ojo de dios: la historia del fotoperiodista Henry Agudelo, escrita por Róbinson Úsuga—, y “De exquisita lengua y luenga barba” —sobre Calor residual, el volumen de crónicas y ensayos culinarios del súbitamente fallecido Karim Ganem Maloof—, he querido ponderar y dar a conocer obras que considero dignas de atención.

En marzo, como lo referí en “Lío de faldas”, al recién nombrado decano de economía de la Universidad del Rosario se le vino el mundo encima por su brillante idea de incluir una cita de carácter machista en su discurso de posesión. En abril, a quien se le vino el mundo encima fue a mí, por atreverme a escribir “Un exlibris para el maestro”, un homenaje a mi mentor, el maestro de literatura, poeta y crítico David Jiménez. En mayo, retomé mi vena futurista en “Cyborg Galán Casanova”, donde procuré volver a ilustrar cómo nuestra mente “ha sido, está siendo y continuará siendo colonizada, moldeada, reconfigurada y manipulada por las nuevas tecnologías”.

En junio, me fue imposible abstraerme del docudrama nacional y, a raíz del pleito Sarabia versus Benedetti, describí un guion de burdo “Realismo pánico”: “El canciller tilda de drogadicto al exembajador. La congresista progre tilda de sirvienta a la niñera. La niñera vuela a Venezuela con el exembajador. La exjefa de gabinete afirma que en todo momento protegió firmemente la institucionalidad. El presidente reprocha que no se han parado a pensar qué más podría haber hecho una joven mujer recién parida al perder siete mil dólares”. Luego, a propósito del reconocimiento del campesinado como sujeto de especial protección constitucional y del cuarto hundimiento en el Congreso del proyecto de ley destinado a regular el cannabis de uso adulto en Colombia —¡ya van cinco!—, escribí “Duro p’al campesino” y “Retroceder nunca, rendirse jamás 5″.

También en tónica de polémica coyuntura, en “Entereza, ligereza, vileza y tristeza” y “Grietas olímpicas en la casa Char” abordé el escándalo suscitado por el intento de censura al libro La Costa Nostra, la investigación de Laura Ardila sobre la controvertida historia del clan político más poderoso de Colombia. El dos de septiembre, en “Falsos positivos de Duque, Molano y Zapateiro”, señalé su responsabilidad por defender un operativo del Ejército en el Putumayo que terminó en masacre, sin haberse retractado nunca de las falsedades que dijeron sobre las víctimas.

En octubre, el horror en Israel y la Franja de Gaza se sumó al de la guerra en Ucrania. Retomando un poema de Harry Martinson, y parafraseando el tango “Cambalache”, en “Muerte profanada” hice un reporte de la barbarie: “Que el mundo fue y será una porquería, en el 510 y en el 2000 también, lo dijo Enrique Santos Discépolo en 1934, y se quedó corto. Si el siglo XX fue un despliegue de maldad insolente, el XXI no se le quiere quedar atrás. Entre tanto, ahíta de muerte a domicilio, la horrorizada audiencia planetaria sigue el minuto a minuto de la muerte profanada”.

Quince días después, invocando la consigna de Saint John-Perse de que a la poesía le corresponde ser la mala conciencia de su tiempo, en “Muerte profanada (II)” cité, entre otros, al palestino Mahmud Darwish, al israelí Yehuda Amijái, a los gringos Ginsberg y Sandburg, a la iraquí Saba Jasim y al poeta de Sierra Morena Tatafway Mani Tumoe: “Si los fusiles pudieran hacernos crecer/ seríamos gigantes pavoneándonos./ Pero/ la inflación se atora como una espina de pescado/ en nuestra garganta/ y de la tierra sigue brotando hambre”.

Vamos llegando al final del presente año, y de esta retrospectiva. Así como en su momento quise despedirme del Tigre Colombiano y del amigo Karim Ganem, el 11 de noviembre dediqué la columna “Maruja Vieira (1922-2023)” a la memoria de la centenaria poeta manizalita.

Por último, el 25 de noviembre, justificado por el sonero mayor Ismael Rivera, quien en la canción “Lo último en la avenida” le dice a su amigo Kako: “Estamos en un tiempo tan miserable, que si uno no se alaba no hay quien lo alabe”, en “Poesía ácida y expandida (II)” reincidí en la indelicadeza de redactar en causa propia al invitar a las presentaciones del dueto Poesía Ácida en su tour Hierba mala nunca muere 1995-2023.

Quiero agradecer la atención de quienes han seguido “En el camino” durante estas cincuenta y dos columnas, y les pido que, tal como hemos atiborrado este árbol de hipervínculos para ustedes, relean los textos y cuelguen sus comentarios a la manera de rutilantes pompas navideñas.

CODA

Retomaré “En el camino” el próximo año, al regresar del Hay Festival en Jericó.

QOSHE - Cincuenta y dos columnas (II) - John Galán Casanova
menu_open
Columnists Actual . Favourites . Archive
We use cookies to provide some features and experiences in QOSHE

More information  .  Close
Aa Aa Aa
- A +

Cincuenta y dos columnas (II)

5 44
23.12.2023

Para seguir decorando este árbol de hipervínculos, retomo la panorámica de las cincuenta y dos columnas que he escrito durante el camino desde junio del año pasado en El Espectador.

En “La última victoria del Tigre Colombiano”, publicada el sábado 3 de diciembre, despedí al legendario Bill Martínez, máximo exponente de la lucha libre colombiana de todos los tiempos. A sus 92 años, el Tigre vino a Bogotá en noviembre, asistió al lanzamiento de su biografía y luego regresó a Puerto Rico, donde falleció dos semanas después. Durante seis años trabajé hombro a hombro con él reconstruyendo su vida, y después de incontables tropiezos, el fruto de nuestra labor es Entrena como bestia, pelea como salvaje, un libro de 375 páginas y 110 fotografías que pretende librar del olvido su fabulosa existencia. Misión cumplida, querido Bill, me honra haber secundado tu victoria definitiva.

Del viaje al cielo del Tigre, en “Yoga” pasé a reseñar el libro homónimo de Emmanuel Carrère que es un viaje de ida y vuelta al infierno de la depresión, en el que se entremezclan el género autobiográfico, la novela, el ensayo, la crónica y la poesía. A la semana siguiente, cerré el 2022 con “La locura mundialista”, donde, tras deliberar espumosamente con el poeta William Rouge sobre la “maradonización” de Messi y la “messitamorfosis” del equipo albiceleste, me atreví a anticipar el triunfo de la selección argentina.

En enero de 2023, devastado por el guayabo posnavideño, resolví continuar publicando la columna no semanal, sino quincenalmente, y, en “Año nuevo, ¿vida nueva?”, propuse que la reforma laboral incluyera unas vacaciones para poder descansar de las vacaciones: “De este modo, el año comenzaría en febrero, y así podríamos retomar la normalidad menos revolcados por el furor decembrino”.

Tal como en el 2022 terminé........

© El Espectador


Get it on Google Play