La temporada decembrina es una época de evaluaciones y celebraciones. Fiel a la tradición, quiero repasar y celebrar los cincuenta y dos artículos que he escrito durante esta segunda etapa como columnista en El Espectador (la primera duró de julio de 1994 a noviembre del 95). Con tantos vínculos resaltados en rojo, esta columna lucirá como un vistoso árbol navideño.

Retomé el rol de opinador en junio del año pasado, al calor de la segunda vuelta presidencial, cuando el país se debatía entre elegir a un ingeniero o a un exguerrillero. Como se buscaba estigmatizar a Petro por su pasado guerrillero, en “De próceres y guerrilleros” invité a hacer un poco de memoria: “Antonio Nariño, Simón Bolívar, Camilo Torres, Policarpa Salavarrieta, Antonia Santos y Francisco José de Caldas fueron considerados, a mucho honor, facinerosos, guerrilleros y subversivos por oponerse al mal gobierno. Los comuneros de José Antonio Galán y los lanceros del Pantano de Vargas fueron la primera línea de la gesta independentista”.

Durante los siguientes sábados, en “Diario de campaña”, “Cambios de cambios” y “11′291.986 granos de arena”, sostuve una andanada proselitista que culminó con “Atenas Pei, líder de la oposición”, cuando, en la luna de miel con el poder, el único opositor de Petro parecía ser don Atenas Pei, el recalcitrante forista de El Espectador: “¿Por qué será que no se calla? ¿Por qué, así como a cada rato amaga, no cancela de una buena vez su suscripción y emigra a las páginas de Semana, El Colombiano o El Tiempo? La respuesta es simple: Atenas Pei nos necesita, necesita pensar a la enemiga, respirar por la herida”.

Después, en “Pandémica y terrestre”, “Ciber-realismo mágico” e “Idiotez Artificial”, abordé asuntos como la crisis ambiental, la histeria antiséptica y la reconfiguración y colonización cerebral que experimentamos con el desarrollo tecnológico: “el mundo se ha vuelto un inmenso quirófano esterilizado. Tiempo pandémico, de una normalidad manca en que nos saludamos con los puños y los codos, y si nos damos la mano, la frotamos cuanto antes con alcohol. Huéspedes de lo que nos queda, reclusos virtuales enredados, apantallados, emparedados, somos el rostro encubierto de una peste. La burbuja higiénica que nos absorbe es una patética extensión del individualismo en que vivimos”.

Emulando al cronista Luis Tejada, quien hace un siglo en este mismo periódico desgranaba sus “Gotas de tinta” registrando hechos anodinos o insólitos de la cotidianidad, en “Sin teclas no hay paraíso”, “El de las gafas”, “El agente secreto Diomedes Díaz”, “Hambre y circo” y “Dios afeite a la reina”, examiné el diario transcurrir con la lupa de una atenta subjetividad: “A decir verdad, aunque lustro mis nuevas gafas con el líquido antiempañante y las guardo en su estuche ceremonialmente, no me hago demasiadas ilusiones. En estos quince días ya les noto rayones en una esquina. Se irán acumulando. Entonces la mirada perderá nitidez. Y si no es eso, la aplanadora de la costumbre, el terigio del tiempo, los días que uno tras otro son la rutina irán desdibujando el prodigio”.

La realidad nacional, de la mano con novedades del gobierno entrante en campos como la cuestión agraria, la llegada de indígenas a altos cargos de la administración o la despenalización del cannabis, me motivó a escribir “Alfredo Molano revisitado”, “A propósito de la palabra indio”, “El diccionario Petro” y “Entrando en razón”: “La guerra contra las drogas es una política perversa que la aldea global ignorante y la patria boba se han encargado de alimentar. Dado el grado de irracionalidad y arbitrariedad que la sustenta, así como es de celebrar que en Colombia haya sido aprobado en segundo debate el proyecto para legalizar el uso recreativo del cannabis en adultos, también es de celebrar que en los Estados Unidos se quiera avanzar en firme hacia la despenalización”.

La violencia persistente a lo largo de nuestra historia es imposible de soslayar. Columnas como “Pobre recluta muerto” y “Muerte bajo la lluvia de Orión”, esta última dedicada a reseñar un libro de crónicas de Róbinson Úsuga, narrador de la Comuna 13 en Medellín, les dieron voz a víctimas del conflicto, como la del autor del libro: “Han pasado veinte años, pero todavía hay mucho para contar porque el daño que causaron los actores armados fue inmenso. Ahora algunas personas que visitan Medellín en calidad de turistas piensan que la Comuna 13 es un parche de turismo, y sí, quizá también de resistencia. Pero para entender la resistencia tienen que leer las historias y la cotidianidad de esa violencia a la que tuvimos que sobrevivir”.

A raíz de la publicación de la biografía del Tigre Colombiano, y como testimonio del viaje que el legendario luchador hizo al país para el lanzamiento del libro, escribí “El regreso del Tigre Colombiano” y “Entrena como bestia, pelea como salvaje”. También en causa propia, en “Hasta la raíz” evoqué a mi madre en su morada de la urbanización Bosque Celeste: “Hace un año, el lunes 27 de septiembre en la mañana, iba rumbo al aeropuerto para lanzar en Medellín el libro de poemas El inmortal, cuando recibí la llamada contándome que habías fallecido, lo cual no tenía ni tiene ningún sentido: la madre de un inmortal no puede morir”.

El promisorio 2022 fue llegando a su fin, no sin darme algunas oportunidades de abordar el ámbito artístico. En “Una fan obnubilada” demandé a Ana Bejarano ante la doctora Ana María Polo por atreverse a afirmar que, junto a García Márquez, Shakira es “sin duda alguna, la artista más grande de la historia de Colombia”. En “El Madrileño: gran enlazador de mundos” y en “La reconquista española” di rienda suelta a mi admiración por el álbum “El Madrileño” del músico Antón Álvarez, más conocido como Pucho, Puchito o C. Tangana. Por último, en “Rubia”, discurrí acerca de la controvertida película que Andrew Dominik hizo acerca de la indeleble Marilyn Monroe.

Un mes después, el domingo 27 de noviembre, una noticia proveniente de Puerto Rico estremeció los cimientos de “En el camino”, conmoción que retomaré en la próxima entrega de esta retrospectiva.

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Cincuenta y dos columnas (I)

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09.12.2023

La temporada decembrina es una época de evaluaciones y celebraciones. Fiel a la tradición, quiero repasar y celebrar los cincuenta y dos artículos que he escrito durante esta segunda etapa como columnista en El Espectador (la primera duró de julio de 1994 a noviembre del 95). Con tantos vínculos resaltados en rojo, esta columna lucirá como un vistoso árbol navideño.

Retomé el rol de opinador en junio del año pasado, al calor de la segunda vuelta presidencial, cuando el país se debatía entre elegir a un ingeniero o a un exguerrillero. Como se buscaba estigmatizar a Petro por su pasado guerrillero, en “De próceres y guerrilleros” invité a hacer un poco de memoria: “Antonio Nariño, Simón Bolívar, Camilo Torres, Policarpa Salavarrieta, Antonia Santos y Francisco José de Caldas fueron considerados, a mucho honor, facinerosos, guerrilleros y subversivos por oponerse al mal gobierno. Los comuneros de José Antonio Galán y los lanceros del Pantano de Vargas fueron la primera línea de la gesta independentista”.

Durante los siguientes sábados, en “Diario de campaña”, “Cambios de cambios” y “11′291.986 granos de arena”, sostuve una andanada proselitista que culminó con “Atenas Pei, líder de la oposición”, cuando, en la luna de miel con el poder, el único opositor de Petro parecía ser don Atenas Pei, el recalcitrante forista de El Espectador: “¿Por qué será que no se calla? ¿Por qué, así como a cada rato amaga, no cancela de una buena vez su suscripción y emigra a las páginas de Semana, El Colombiano o El Tiempo?........

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