El presidente ha vuelto a proponer que la coalición del Pacto Histórico se convierta en un partido político. La procuradora de inmediato declaró que se trataba de una indebida intervención en política, como si el jefe del primer gobierno de izquierda en la historia de Colombia no tuviera el derecho —y el deber— de pensar en el futuro de la izquierda.

Por ignorancia o peor, por mala fe, son muchos los que dicen que esta propuesta de Petro es el primer paso para hacerse reelegir e incluso lo comparan con Maduro, con Bukele, con Uribe o con la larga serie de presidentes que en América Latina se atornillan al poder. Pues no: para revivir la reelección se necesita un plebiscito o un acto legislativo, se necesita entonces la popularidad de un Uribe o un Bukele o, en su defecto, el control del Congreso de un Cardoso o un Maduro. Pero la popularidad de Petro ha caído al 38 % y la bancada oficialista en el Congreso es una minoría: sencillamente es imposible que Petro se reelija.

Precisamente el fracaso de Petro es la razón más fuerte —y más legitima— para buscar la organización duradera de la izquierda. Más allá de los errores y defectos que se pueden imputar a su gestión, este gobierno se estrelló contra el orden conservador de Colombia, que es el más resistente de América Latina: todo un orden político, económico y social diseñado para impedir los cambios drásticos y permitir, cuando más, los ajustes gradualistas. Es un sistema de reparto y cooptación de todos los que tengan capacidad de presionar; un sistema que atiende intereses particulares, pero no puede atender a las mayorías desorganizadas. Los políticos representan esos intereses particulares, y por eso no tenemos partidos sino federaciones movedizas de parlamentarios y consultas populares para escoger los candidatos a la presidencia.

El Pacto Histórico es otra federación de intereses dispersos, donde 15 partiditos y 12 movimientos convergieron para elegir a Gustavo Petro y presentar listas unificadas al Congreso. Pero los intereses particulares volvieron a imponerse, y en las elecciones locales del año pasado esos partidos o movimientos presentaron 2.452 listas, mientras que el Pacto como tal presentó apenas 90. Hay diferencias doctrinarias, fragmentación de las bases, cálculos electorales, rivalidades y vanidades que –paradójicamente– hacen que el Pacto Histórico sea otra expresión u otro conducto del orden conservador de Colombia o, para ser más precisos, del clientelismo con un discurso de izquierda.

Para llevar a cabo reformas ambiciosas se necesita gran fuerza política; la frustración y el fracaso de este gobierno de izquierda se deben sobre todo a que no tiene esa fuerza. Por eso sigue faltando un partido duradero que trabaje por las mayorías excluidas en lugar del archipiélago de pequeños grupitos de activistas. Esa tarea por supuesto es difícil: implica derrotar la lógica implacable del orden conservador que mantiene las cosas como están y hoy tiene maniatado al presidente. Una tarea que por lo mismo va más allá de Petro y, cómo no, comienza por hacer que el partido de Petro no sea el partido de Gustavo Petro.

* Director de la revista digital Razón Pública.

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El partido de Petro

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11.02.2024

El presidente ha vuelto a proponer que la coalición del Pacto Histórico se convierta en un partido político. La procuradora de inmediato declaró que se trataba de una indebida intervención en política, como si el jefe del primer gobierno de izquierda en la historia de Colombia no tuviera el derecho —y el deber— de pensar en el futuro de la izquierda.

Por ignorancia o peor, por mala fe, son muchos los que dicen que esta propuesta de Petro es el primer paso para hacerse reelegir e incluso lo comparan con Maduro, con Bukele, con Uribe o con la larga serie de presidentes que en América Latina se atornillan al poder. Pues no: para revivir la reelección se necesita un plebiscito o un acto legislativo, se necesita entonces la popularidad de un Uribe o un Bukele o, en su defecto, el control del........

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