Guerra por allá, guerra por aquí. Las guerras no dan tregua en este mundo cundido de odios. Los fabricantes de fusiles, cascos, tanques y misiles andan en feria de ganancias exorbitantes. Otro tanto los que confeccionan uniformes, antes verdes, ahora amarillos-arena.

Todos los soldados son iguales, con sus botas altas y blindadas en cuero, sus pedazos de caras sin identidad. No importa si la guerra es allá o acá, de invasores o invadidos, de masacradores o masacrados. El mundo está uniformado de rencores y todos formulan como excusa una historia de siglos o de milenios, cuando sus antepasados vivían en idilio.

La guerra está instalada en las cabezas y en las vísceras, no solo de los combatientes, sino de la población que dicen representar. Por eso la lucha se libra también en las ciudades, en los barrios, en el transporte público, en el lenguaje de todos los días.

Poco a poco, las familias se encierran en sí mismas, los amigos se reducen al máximo, los encuentros y tertulias van siendo antiguallas a las que se les huye. Más vale no salir a la calle, bajo cualquier árbol puede desgranarse la metralla, el puñal o la peste del fin del mundo.

Incluso a bordo del hogar, niños y adultos reciben su porción de guerra. Son los videos de la web, ahora dramatizados, que muestran ladrones en moto, pistoleros irrumpiendo en restaurantes, parejas declarándose odio eterno. El aire está infestado de hostilidad, el sueño de cada noche se acorta porque lo visitan fantasmas malencarados.

Sin saber a qué hora, la gente percibe en su interior una alarma. Es la cercanía de la depresión o la insidia del complejo de persecución. Esto está irrespirable, los vapores de las lejanas guerras infestan las horas. Han triunfado quienes se lucran vendiendo instrumentos para hacer la guerra o para librarse de ella.

Los ejércitos grandes se llaman batallones, los pequeños son guerrillas o paramilitares. También hay apodos burocráticos: bandas criminales, organizaciones fuera de la ley. En el fondo todos son guerreros, expertos en armas, sigilosos caminantes de montañas y de campos que expulsan habitantes.

Los pacificadores de Naciones Unidas, Amnistía Internacional y un variado elenco de cortes penales, están acorralados escribiendo estadísticas de muertos, desplazados, fosas comunes. Los paraliza el poder de un solo veto o voto en contra, generalmente de la parte interesada en que la sangre siga fugándose de las venas.

Los más fotografiados de todas las guerras son los niños y las madres dolorosas. Sus lágrimas y miradas sin rumbo son la denuncia contra una realidad que parece no tener camino de regreso. ¿Quién les explicará el desorden de las piedras amontonadas y la rasgadura de sus vestidos, cuando su guerra haga tregua mientras comienza la siguiente?

Cuando la guerra haya llegado al interior de cada guerrero y de cada víctima, no habrá fin para las guerras. Una llama a la siguiente, los muertos entre sudarios blancos son una memoria terca hacia el futuro.

arturoguerreror@gmail.com

QOSHE - Para la guerra, todo - Arturo Guerrero
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Para la guerra, todo

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17.11.2023

Guerra por allá, guerra por aquí. Las guerras no dan tregua en este mundo cundido de odios. Los fabricantes de fusiles, cascos, tanques y misiles andan en feria de ganancias exorbitantes. Otro tanto los que confeccionan uniformes, antes verdes, ahora amarillos-arena.

Todos los soldados son iguales, con sus botas altas y blindadas en cuero, sus pedazos de caras sin identidad. No importa si la guerra es allá o acá, de invasores o invadidos, de masacradores o masacrados. El mundo está uniformado de rencores y todos formulan como excusa una historia de siglos o de milenios, cuando sus antepasados vivían en idilio.

La guerra está instalada en las cabezas y en las vísceras, no solo de los combatientes, sino de la población que dicen representar. Por eso........

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