Más que los ataques de la derecha, la más perversa oposición a la izquierda la ejercen los militantes puntillosos de la misma izquierda. “No hay cuña que más apriete que la del mismo palo”: ni más ni menos. En este punto hay una radical diferencia entre los dos extremos de la balanza política.

La derecha pocas veces muestra sus disensos internos. O porque tiene jefes de talante imperial o porque sus miembros están indefectiblemente unidos en pos de un objetivo histórico clarísimo. Ha mantenido el manejo del poder durante siglos y gracias a ello ha repartido beneficios interminables entre sus huestes.

La izquierda, en cambio, raras veces ha conquistado el poder. A lo sumo ha logrado el manejo del gobierno, que es otra cosa. Por eso, los partidarios de esta tendencia se pelean entre ellos por entelequias, por la ruta acertada para arreglar íntegros los problemas de la humanidad.

Poco a poco, la izquierda ha acumulado una doctrina y unos usos que casi nunca afrontan la crítica definitiva de la realidad. De ahí que las disputas internas se basen sobre ideas, proposiciones generales, supuestos acerca de cómo conquistar y mantener la victoria.

Así se forjan verdades idealistas en torno de las cuales se aglutinan seguidores incondicionales, que fungen más bien como adoradores de los líderes o como devotos de una religión mesiánica. Aparte de una irrestricta fidelidad a esta doctrina, no les queda a esos militantes nada qué repartir.

En cambio, los sostenedores de la derecha tienen y han tenido siempre unos privilegios y unas riquezas que alcanzan para distribuir con generosidad entre ellos. Con tal de conservarlos, no se molestan en discusiones ideológicas ni en defensas de comportamientos que tienen introyectados desde que el mundo es mundo.

Esta diferencia sustancial determina que las reyertas adentro de las toldas izquierdistas se zanjen invariablemente con expulsiones del redil, ante la mínima desviación de lo que se considera línea correcta. Amistades de toda vida, colaboraciones de largo plazo, carreras profesionales ilustres, lazos familiares estrechos, toda clase de vínculos afectivos e intelectuales suelen romperse y mandarse al traste con la facilidad de un estornudo. No se admiten ni preguntas ni dudas sobre un punto del programa o de la vida del líder.

De ahí que los peores enemigos de un gobernante de izquierda terminen siendo sus militantes fanatizados. Estos lo van encerrando en un círculo cada vez más estrecho, lo arrinconan al lado de sus colaboradores más incondicionales. Lo endiosan convirtiéndolo en intocable. Arrojan alrededor de su persona un aura de antipatía que alarma a los ciudadanos críticos y pensantes.

El síndrome del pensamiento único se puede originar en el carácter obsesivo y desapacible del líder. También en la muralla de ceguera reforzada alrededor por sus acólitos intemperantes. Estos seguidores miopes anulan el aura inicial con la que la izquierda consiguió alguna victoria.

arturoguerreror@gmail.com

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Los incondicionales o la cuña que más aprieta

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10.11.2023

Más que los ataques de la derecha, la más perversa oposición a la izquierda la ejercen los militantes puntillosos de la misma izquierda. “No hay cuña que más apriete que la del mismo palo”: ni más ni menos. En este punto hay una radical diferencia entre los dos extremos de la balanza política.

La derecha pocas veces muestra sus disensos internos. O porque tiene jefes de talante imperial o porque sus miembros están indefectiblemente unidos en pos de un objetivo histórico clarísimo. Ha mantenido el manejo del poder durante siglos y gracias a ello ha repartido beneficios interminables entre sus huestes.

La izquierda, en cambio, raras veces ha conquistado el poder. A lo sumo ha logrado el manejo del gobierno, que es otra cosa. Por eso, los........

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