La corrupción del lenguaje se sembró desde la infancia. La novena de Navidad es elocuente. ¿Qué le puede decir a un niño aquello de: “Oh, Adonái potente” o “Emmanuel preclaro”? ¿Qué concluirá sobre el valor de la vida, cuando escuche cantar: “Nuestra pobre humanidad agobiada y doliente”?

Y ni hablar de los villancicos: “Tutaina tuturumainá”, “A la nanita nana, nanita ea”. A ese niño se le ha sembrado en el inconsciente que el idioma español sirve para repetir y repetir palabras y estribillos que no comunican nada. Que las palabras son soporíferos inventados para mentes subdesarrolladas.

A una sociedad cuya población es 80 % urbana, ¿qué le queda en la cabeza al oír la mención: “Ya la oveja arisca, ya el cordero manso”? Cuando corresponde el rezo del Ave María, que comienza: “Dios te salve, María ... y bendito es el fruto de tu vientre: Jesús”, es frecuente que en la cabeza quede la siguiente resonancia: “Salga María, entre Jesús”.

De tanto repetir desde la infancia: “El señor es contigo”, hay adultos que todavía se preguntan: “¿Quién será ese señor Escontigo?”. Este “apellido” tiene cierta reminiscencia italiana o portuguesa, pero no figura en los diccionarios históricos. En cambio, la expresión aparece en canciones de Julieta Venegas o el Charrito Negro, que no han compuesto oraciones ni himnos de aguinaldos.

El Himno nacional es otra fuente de equívocos y misterios. Al entonar: “El bien germina ya”, mucha gente atropella las palabras y no entiende qué clase de bien se califica con el adjetivo “germinayá”. ¿Qué es un bien germinayá? Ni el propio compositor Rafael Núñez, escritor y varias veces presidente, habría podido contestar.

Lo “inmarcesible” de esta aria operática es otro galimatías difícil de resolver para mentes infantiles, obligadas a aprendérsela de memoria. Podrían haberles facilitado la vida cambiando la palabreja por inmarchitable o inmortal. Pero no, el idioma debe tener una sustancia solemne, sin importar que la gente la comprenda. Así se forjó no solo el habla de nuestra gente, sino el enredo mental patente en: “La virgen sus cabellos arranca en su agonía”.

Como si esta siembra centenaria no hubiera sido suficiente para acartonar la lengua y las costumbres, se decretó que el himno se escuchara en todas las emisoras de radio varias veces al día. Y los abuelos se encargaron de que antes de los tamales y buñuelos se rezara cada fin de año, como rito, la novena navideña.

De esta forma se consolidó una mentalidad conservadora y pacata, que luego de dos siglos sigue imperando con eficacia inmarcesible. En este país de leyes y de incisos todo trámite ha de someterse a la letra y el tono inculcados desde la cuna entre la ciudadanía. Hay una fórmula y hay una repetición ritual de la misma.

Por eso aquí los dirigentes se ufanan de tener la democracia más antigua del continente. Lo importante es que sea antigua y que se mantenga inmutable por los siglos de los siglos, amén.

arturoguerreror@gmail.com

QOSHE - El señor Escontigo y el bien germinayá - Arturo Guerrero
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El señor Escontigo y el bien germinayá

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22.12.2023

La corrupción del lenguaje se sembró desde la infancia. La novena de Navidad es elocuente. ¿Qué le puede decir a un niño aquello de: “Oh, Adonái potente” o “Emmanuel preclaro”? ¿Qué concluirá sobre el valor de la vida, cuando escuche cantar: “Nuestra pobre humanidad agobiada y doliente”?

Y ni hablar de los villancicos: “Tutaina tuturumainá”, “A la nanita nana, nanita ea”. A ese niño se le ha sembrado en el inconsciente que el idioma español sirve para repetir y repetir palabras y estribillos que no comunican nada. Que las palabras son soporíferos inventados para mentes subdesarrolladas.

A una sociedad cuya población es 80 % urbana, ¿qué le queda en la cabeza al oír la mención: “Ya la oveja arisca, ya el cordero manso”?........

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