Canarias es una tierra de promisión y de olvido, sobre ella pesan los tópicos típicos de territorios tan especiales, pues es difícil hallar tal complejidad marina en torno (o al revés) a islas que, vistas desde lo más alto, son islotes, barcos grandes o chicos, a la deriva o centrados, arraigados como navíos o barquichuelas, donde da la vuelta el mar... Un territorio fragmentado y emocionante que ha dado de sí, y da de sí, seres singulares, extraordinarios, cuyos nombres propios resaltan entre todos por su generosidad inolvidable o por su pasión en torno a la raíz de lo que aman: el alma que cultivaron para hacer mejor la vida de los otros.

Entre estos últimos personajes hay uno muy sobresaliente, Jerónimo Saavedra, que acaba de morir a los 86 años y que fue muchas veces servidor de las islas y del país al que pertenecen su obra y su persona. Esa generosidad suya era transitiva, los demás aprendimos de ella, y muchos, vivos o ya en la historia como él, hicieron de su trabajo y de su talento maneras de impedir que nuestro egocentrismo común impidiera que se pararan las maquinarias del conocimiento, de la política y de la cultura…

En su caso, hizo mejores los estudios universitarios, el ejercicio civil de la política, donde brilló como ser rabiosamente humano y no tan solo como alguien que ejercitó su deber para ponerle brillo a su persona, y la pasión por la tierra en la que nació varias veces, o en distintos lugares, pues fue sobre todo de dos islas, La Palma y Gran Canaria, pero de todas fue, a todas les dedicó su tiempo y su energía… Halló en sus tareas la solidaridad multitudinaria que lo acompañó hasta el último suspiro, ocurrido cuando aún tenía arrestos para seguir influyendo en la política de su país, de su tierra y de su cultura, en la ciudad (y en el barrio) que parecían hechos para su sentido del humor, para su modo de vivir y para el ejercicio de su manera de la alegría.

Con esos elementos, que jamás lo llevaron a la banalidad de la pedantería, hizo de la cultura (de su amor por ella) un modo de prestigiar sus mandatos, cuando fue alcalde, cuando fue presidente autonómico, cuando fue ministro. Él dotó a la música, y no tan solo, de una manera inédita en las islas, pero también se ocupó de que las artes plásticas, así como la convivencia literaria, tuvieran el aire europeo, radicalmente abierto, que quiso para la sociedad en la que vivió.

Jerónimo hizo tan distinto el tiempo de la posguerra, hasta en los momentos más tristes de esa época mezquina, que llevo a colegios mayores y a las aulas la sensación de que con él, con otros, era posible una libertad que se negaba nada más salir del campus.

Todo eso que hizo, o que ayudó a hacer, justificó aquella frase, una palabra, que se le escuchó decir tantas veces, por ejemplo, a Manuel Padorno: Jerónimamente. Como Guillermo García Alcalde, al que ya despedimos también, o como otros grandes benefactores del bien cultural que hemos de recrear todavía, aquel Padorno o estos dos próceres, con tantos otros, han hecho más habitable el porvenir isleño, en relación con las culturas de las que también somos deudores o beneficiarios.

Las realizaciones que Jerónimo fue capaz de poner en marcha fueron denostadas, como suele ser natural, entre nosotros, por la envidia o el despecho con el que se suelen tratar las iniciativas que se celebran por primera vez. Pero el arraigo de éstas, en distintas épocas, fue su respuesta a la época oscura de la que venía este Archipiélago que tuvo la mala suerte de ser elegido por Franco para hacer peor la convivencia española.

La vida democrática que siguió a aquella dictadura contó con gente como este amigo que ha muerto. Ese gentío de demócratas isleños lo tiene al frente, a él se le deben los elogios que siguen a su partida. Era ya un hombre mayor, naturalmente; seguía siendo consejero de unos y de otros, llamaba cuando era preciso sugerir o corregir, tenía a disposición de todos la experiencia que adquirió como opositor al régimen anterior y como arquitecto del futuro que seguimos viviendo.

Sólo se puede vivir su ausencia si la sociedad a la que sirvió, entre nosotros, los canarios, se apresta a recordar la eficacia de sus iniciativas, así como la capacidad de inventiva con la que luchó contra nuestra tentación al ensimismamiento.

Ha habido otras muertes, habrá otras; todas las que vengan a nuestra memoria habrán dejado vacíos que, con suerte y ahínco, habrán sido sucedidas por la generosidad de otras personalidades o trabajos. Ahora toca despedir a este gran hombre que siempre estuvo disponible, hasta el último instante, para ayudar a hacer que el futuro se pareciera cada vez más a la inventiva de que él dotó la esperanza de una tierra, de un territorio, mejor, más unido, más hecho a la realidad de este tiempo.

Jerónimamente.

Tener cerca su experiencia, su modo de ser, su manera de ayudar, su personalidad y su ejemplo civil, es disponer de una lección a la que se debe volver cuando regresen, que regresan siempre, los rasgos de ruindad u olvido con el que tantas veces se acometen los destrozos que solo con generosidad (y cultura) es posible ahuyentar como palomas violentas e indeseadas.

Parece mentira que se haya muerto porque es cierto que deja una siembra llena de vida.

QOSHE - Jerónimamente - Juan Cruz Ruiz
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Jerónimamente

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26.11.2023

Canarias es una tierra de promisión y de olvido, sobre ella pesan los tópicos típicos de territorios tan especiales, pues es difícil hallar tal complejidad marina en torno (o al revés) a islas que, vistas desde lo más alto, son islotes, barcos grandes o chicos, a la deriva o centrados, arraigados como navíos o barquichuelas, donde da la vuelta el mar... Un territorio fragmentado y emocionante que ha dado de sí, y da de sí, seres singulares, extraordinarios, cuyos nombres propios resaltan entre todos por su generosidad inolvidable o por su pasión en torno a la raíz de lo que aman: el alma que cultivaron para hacer mejor la vida de los otros.

Entre estos últimos personajes hay uno muy sobresaliente, Jerónimo Saavedra, que acaba de morir a los 86 años y que fue muchas veces servidor de las islas y del país al que pertenecen su obra y su persona. Esa generosidad suya era transitiva, los demás aprendimos de ella, y muchos, vivos o ya en la historia como él, hicieron de su trabajo y de su talento maneras de impedir que nuestro egocentrismo común impidiera que se pararan las maquinarias del conocimiento, de la política y de la cultura…

En su caso, hizo mejores los estudios universitarios, el ejercicio civil de la política, donde brilló como ser rabiosamente humano y no tan solo como alguien que........

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