Guillermo Bilancio es consultor de Alta Dirección

La democracia es un traje de confección (no “a medida”) que cada gobernante viste al ser elegido por los ciudadanos que, con la esperanza de cumplir con sus deseos de vivir mejor, le ponen un voto de ilusión a las promesas o simplemente para alentar el relato partidario.

Seguramente, en la toma efectiva de posesión del cargo, resulta lógico que, a ese traje de confección, sea necesario hacerle algunos ajustes lógicos: Acortar o alargar el pantalón, ajustar las mangas, ampliar o achicar la cintura de acuerdo con el tamaño del cuerpo de quien lo va a usar. Pero vale aclarar que son simples “retoques” como los que le hacen a la famosa chaqueta verde que se lleva el golfista que gana el título en Augusta. Esa chaqueta tiene un estilo preestablecido: Es verde, es de dos botones y recta, manteniendo su esencia, su estilo y su propuesta

De la misma manera, la democracia tiene su esencia en las elecciones libres, en tomar como base a la constitución y a las leyes, en asegurar espacios de libertad y, especialmente, en respetar la independencia de poderes, lo que hace de este sistema la forma más razonable de representación ciudadana para gobernar un país. Es un traje de confección. Unico.

Pero los tiempos urgentes y crispados como los que vivimos en la región, hacen que ciertos gobiernos y sus representantes, no solo se conforman con ajustar lo desajustado a su cuerpo, sino que el estilo del traje lo incomoda y entonces, lo transforma. Si es recto lo intenta reformar para que sea cruzado, le quiere modificar el ancho de las solapas y hasta cambiar el diseño del pantalón. También es un traje, pero no es el modelo original previsto.

Sucede lo mismo con quienes buscan adaptar la democracia a su gusto, pretendiendo que la voluntad popular alentada por un momento exitoso del gobernante le permita justificar las reformas al modelo con la excusa de plantear “lo que el pueblo reclama”.

En tal sentido, es injustificable el concepto de democracia que plantea Maduro obstaculizando elecciones libres y ejerciendo presión y represión hacia sus propios compatriotas, igual que la pseudo democracia inventada hace décadas en Cuba hablando de la “representatividad popular”, o la que agita Nicaragua con una revolución que declama como democrática y que en la realidad es una dictadura esclavista.
Es que la “mala izquierda” latinoamericana propone la falsa democracia disfrazada de progresismo y calor popular, pero que tristemente se tradujo en represión, pobreza y retraso.

Pero del otro lado de las ideas, la “mala derecha” que se supone justiciera, cae también en la misma tentación.

En El Salvador, el presidente Bukele desafía al modelo sostenido en el éxito de cumplir, con dudosas herramientas, la promesa de seguridad encarcelando a las bandas criminales. A partir de ese logro, y de sostenerse por encuestas que le otorgan más de un 80 por ciento de imagen positiva, Bukele se permitió desafiar a la constitución para proclamarse reelecto como presidente, en un hecho que esquiva las buenas prácticas democráticas.

Por el mismo camino transita el presidente Noboa en Ecuador, que después de soportar un intento de narco-golpe y haber podido sofocarlo, fortaleció su poder a punto tal de ir por el objetivo de atacar la corrupción, otro de los puntos críticos que la sociedad ecuatoriana espera que algún gobierno resuelva. Tal fue su convencimiento que, quebrando todo orden institucional y poniendo en jaque el equilibrio político de la región, “invadió” la embajada de México para atrapar a un exvicepresidente opositor. Obviamente, los presidentes de la región reaccionaron a semejante falta de tacto político. Es posible que hayan sido arrebatos adolescentes. De todas formas, su imagen positiva supera también el 80 por ciento.
Habrá que ver, en todo caso, la rigurosidad de las encuestas…

En otro ejemplo de democracia a medida en los últimos años, La Argentina no se queda atrás. Claro que, con diferentes tonos ideológicos, la idea de “ir por todo” también es una postura de transformación arbitraria del modelo democrático.

Así como el kirschnerismo, haciendo uso de un alto voltaje de prepotencia y de aprovechar su transitoria supremacía para generar presiones de todo tipo, intentó hacerse cargo de criticar y provocar a los medios, de socavar el poder judicial y sostener la devoción popular con un relato cuasi religioso que adormece las capacidades cognitivas del colectivo social, en el otro extremo del arco ideológico, el presidente Javier Milei ha adoptado un estilo similar, aunque aún no sostenido en logros concretos, pero tal vez como postura adoptada frente a opositores para poder alcanzarlos.

El libertario, para cumplir exitosamente con los objetivos que lo obsesionan, requiere allanar la pista, y para eso está apuntando contra la prensa, combatiendo contra todos aquellos que se declaran opositores a sus ideas, y hasta enfrentándose a referentes sensibles de la sociedad, como lo son los representantes del arte y la ciencia.

Hoy, Milei está sostenido en demostrar la catástrofe de los gobiernos anteriores (algo cierto especialmente en el gobierno de Alberto Fernández), además de demostrar que hasta hoy no se ha apartado de su promesa de campaña, lo que plantea la esperanza de mitigar y salir de la crisis económico-social eterna de las últimas décadas. De lograr su objetivo, habrá que estar atento si el “vamos por todo” se repite.

Esperemos que estos sólo sean ejemplos aislados en la región, donde la madurez y la moderación de la socialdemocracia o de la democracia liberal, parecen quedar a un costado del camino frente a reclamos urgentes en este mundo de inmediatez. Y ese furor por lo inmediato, esa insatisfacción por frustración es la que lleva a los extremos peligrosos.

El riesgo que generan las actitudes de la mala izquierda y de la mala derecha, está basado en su pretensión de restaurar lo que suponen es el orden social y para eso creerse eternos e invencibles. De más está decir que ese rol, el de sostener el orden institucional para la convivencia social, sólo lo tienen las leyes, y por ende la democracia.

Es posible que las intenciones de falsear la democracia tengan a políticos, empresarios, intelectuales y hasta a la sociedad como culpables. Desde falsas promesas, ineficiencia en el manejo del Estado, voracidad por el poder y la riqueza, individualismo y cansancio social, son un cóctel explosivo que se lleva por delante a la democracia como forma de representatividad y convivencia. Y eso es un grave error que ya lo hemos pagado muy caro.

El siglo XXI no necesita restauradores ni falsos profetas que hacen de la ideología política una religión. Populistas de izquierda o de derecha, son hemipléjicos con los que no se puede conversar abiertamente y en libertad.

El siglo XXI, necesita de políticos cuya capacidad de diálogo y de acuerdos, ayuden a integrar a los actores que promueven el desarrollo de nuestros países.

Pensemos.

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La Democracia en el desván

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22.04.2024

Guillermo Bilancio es consultor de Alta Dirección

La democracia es un traje de confección (no “a medida”) que cada gobernante viste al ser elegido por los ciudadanos que, con la esperanza de cumplir con sus deseos de vivir mejor, le ponen un voto de ilusión a las promesas o simplemente para alentar el relato partidario.

Seguramente, en la toma efectiva de posesión del cargo, resulta lógico que, a ese traje de confección, sea necesario hacerle algunos ajustes lógicos: Acortar o alargar el pantalón, ajustar las mangas, ampliar o achicar la cintura de acuerdo con el tamaño del cuerpo de quien lo va a usar. Pero vale aclarar que son simples “retoques” como los que le hacen a la famosa chaqueta verde que se lleva el golfista que gana el título en Augusta. Esa chaqueta tiene un estilo preestablecido: Es verde, es de dos botones y recta, manteniendo su esencia, su estilo y su propuesta

De la misma manera, la democracia tiene su esencia en las elecciones libres, en tomar como base a la constitución y a las leyes, en asegurar espacios de libertad y, especialmente, en respetar la independencia de poderes, lo que hace de este sistema la forma más razonable de representación ciudadana para gobernar un país. Es un traje de confección. Unico.

Pero los tiempos urgentes y crispados como los que vivimos en la región, hacen que ciertos gobiernos y sus representantes, no solo se conforman con ajustar lo desajustado a su cuerpo, sino que el estilo del traje lo incomoda y entonces, lo transforma. Si es recto lo intenta reformar para que sea cruzado, le quiere modificar el ancho de las solapas y hasta cambiar el diseño del pantalón. También es un traje, pero no es el modelo original previsto.

Sucede lo mismo con quienes buscan........

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