Al otro lado del mar
Al otro lado del mar, había días en los que el ruido de los autobuses me despertaba de madrugada. Durante largos minutos, oía ronronear los viejos motores en la calle de al lado, hasta que un progresivo apagado de su estruendo, verificaba con el silencio que, finalmente, habían llegado a su destino. Entre dormido y despierto, imaginaba que, como tantas otras veces, aquellos viejos y ruidosos colectivos estarían estacionados en doble fila, frente a la sede local del partido y junto al viejo módulo de policía. Algo que solía confirmar durante la más temprana de mis salidas que era justo al amanecer y coincidía con los primeros movimientos de los pasajeros. El trasiego consistía en repartir las pancartas y las bolsas de comida que otros iban recogiendo después de desperezar sus miembros entumecidos, apelando con sus gestos a los que, todavía, desde el interior de los autobuses, se acurrucaban entre sus mantas, con las caras pegadas en las ventanillas.
‘Los acarreados' -así se les decían-, eran movilizados desde diferentes estados de la República hasta el centro capitalino de la........
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