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Camineros (I)

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17.08.2024

Arranca, le dice el capataz a Felipe. Solo faltaba Hilario, que ahora guarda la moto. Felipe pone en marcha el motor del camión amarillo de Obras Públicas, espera a que suba el señor Hilario, luego el capataz y arranca.

Si se lo dice el capataz Felipe no se altera. Si se lo decimos alguno de los demás puede que siga la broma o puede que empiece la pelotera. Porque Felipe es nieto del tío Arranca y se malicia que se lo decimos con retintín.

En la cabina del camión cabemos perfectamente. Felipe, el conductor, el señor Felipe, el capataz, de copiloto. Detrás el señor Hilario, el Señor Daniel, Cucú para los amigos, el señor Herminio y el señor Flores. Los camineros. Yo soy la mierda del chico. Echo el verano de pinche para que mi madre no me aporree con lo de estar en casa sin hacer nada. Voy en sitio preferente, a falta de conducir el camión, como a mí me gustaría: sobre el capó, entre las dos plazas delanteras.

El tránsito al tajo puede ocuparse con una conversación o dormitando. Al bajar todo el mundo dispone los utensilios en silencio: cambio de ropa, carretillas, palas, cepillos, carrito del bidón, el caldero con escoba de tomillo, para echar el betún. Yo he colocado los indicadores, el de obras, el de limitación de velocidad, reservándonos el trecho donde nos creemos impunes a los peligros de la circulación. Al poco de llegar ya estamos apañando baches y orillas: barrer, regar (con betún), gravillón o gravilla, apisonar si fuera muy hondo, más líquido, gravillín, carretilla de lo uno, carretilla de lo otro, cambio de bidón.

Uno de los mejores ratos de la jornada laboral es el bocadillo. Mi madre ha preparado una tortilla francesa gigantesca; mi padre trae el vino en una botella de anís arropada con un saco que moja y cuida de que no se seque. Para mí es la lección de la mañana: un día con otro me voy enterando de la vida y obras de cada caminero, de conceptos básicos de supervivencia, en la guerra, en la paz, en el campo, en el trabajo. El único moscardón que nos ronda es el capataz, que no hace más que mirar el reloj y dar órdenes para interrumpir la tertulia, para volver al trabajo.

Cuando el sol empieza a apretar es la hora de comer. Volvemos al ritual del orden, de la........

© El Adelantado


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