Navalparaíso
Dice Antonio Palomo que la gente cambia el nombre de las cosas. Preocupados por el presente, por la inmediatez, parece que nadie quiere saber de la memoria que todo lo guarda. Ese recuerdo del pasado, de lo vivido, escondido en un adjetivo extraño, un verbo a medio conjugar o un sustantivo fuera de lugar tienen tanto dicho que hasta cuesta olvidarlo por muy poco que te importe lo ya concluido. Ciclistas preocupados por el esfuerzo a entregar, caminantes a quienes distrae un pino tenido, una vereda desconcertante, un arroyuelo rebelde que invade el paso; trabajadores demasiado concentrados en cumplir con una obligación mal pagada y apresurada; funcionarios sometidos a un sistema que apisona toda voluntad de perseverancia con lo debido; docentes esclavizados por currículos impuestos desde políticas inciertas con el futuro y cainitas para el pretérito; políticos infames comprometidos con un mañana imaginado en su composición lamentable del presente; todos ellos y muchos más pervierten una y otra vez ese legado inscrito en cada topónimo arraigado en el bosque y el roquedal, en la majada y el descansadero, llevando el esfuerzo de Antonio y Eusebio, Tomasele, Rufino y tantos otros, otras, a la nada; pues en nada queda toda esa memoria plantada en sus mentes tras días eternos dedicados a un denuedo que, al parecer, no ha servido más que para quebrar los costillares una y otra vez, acarreando la penúltima carga de leña en la majada Pascual, pastoreando vacas y caballos, ovejas y cabras por Navalesquilar.
Sentado........
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