Invierno en el jardín
No hay muchas personas que amen el invierno. Frío, privado de luz y angustiado por ese recogimiento que produce en todo lo que crece o quiere crecer, este periodo de año suele escamar a una parte importante de la sociedad. Quitando a mi amigo Ricardo Ramos, amante de los largos y extenuantes fríos crepusculares, la mayoría andamos encaramados al calor y la luz que hace brillar todo color que mayo luce y junio deleita. Pesados los pasos del pasto, raídas las cortezas por el congelador relente que baja de la sierra, el Paraíso enmudece en un silencio roto tan solo por las briznas de nieve que golpean su gélido filo contra los débiles cristales de nuestras ateridas ventanas. Puede que alguna mañana de invernizo cierzo venga con un sol brillante y entumecido, de modo que se pueda uno aventurar al paseo matutino entre pinos tiesos y castaños desnudos, mientras el cortante airecillo serrano acaricia la cara descubierta despellejando pómulos y labios como cuchilla de afeitar.
Es en esos días de febrero cainita que me dejo llevar por las calles del Jardín del Rey, arrastrando mi pesado sentir con el crujido cómplice de la poca hojarasca aún no recogida por los operarios distraídos en silenciosa soledad. Subiendo por la calle angosta que se pega a la cerca que habita más allá del Colmenar, ando despistado entre robles retorcidos y triunfantes con algún que otro cedro perdido entre los restos de algún gamoncillo tieso como el garrote del viejo Isaac. Esquivando el lazo que me echan los carpes........
© El Adelantado
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