Pilita Clark

El otro día tuve una conversación con una mujer que dijo que iba a abandonar una clase nocturna que solía disfrutar por una razón deprimente. Se había unido a la clase una mujer que nunca se callaba. Hablaba sin cesar, generalmente sobre sí misma, sin importar el tema, el momento o el esfuerzo cortés ocasional por detener su parloteo despiadado. Convirtió a la clase en un desastre agotador.

“¿Por qué no la calla el instructor?”, pregunté.

“No puede”, fue la respuesta. “No parece tener idea de cómo hacerlo”.

“La habilidad de saber cómo interrumpir a los habladores interminables que roban el tiempo es un talento muy subestimado. Claro que todo es más difícil si el líder de la reunión es el problema”.

Al escuchar esta historia, lo primero que pensé fue que el instructor no debería estar a cargo de organizar reuniones de ningún tipo. Pero también fue un recordatorio de que la capacidad de interrumpir a los parlanchines que convierten las reuniones de trabajo en una miseria es una habilidad profundamente subestimada.

Si crees que se trata de un problema intrascendente, estás equivocado.

Los investigadores estiman que los trabajadores asistieron a cerca de 55 millones de reuniones por día sólo en EEUU en 2015 y a más de 80 millones en el año de confinamiento de 2020. En 2022, se estima que hubo al menos 62 millones.

Es difícil calcular con precisión cuántas reuniones fueron arruinadas por habladores agotadores, porque la forma en que calificamos las reuniones depende de si las convocamos o no. Como ha escrito el experto en reuniones estadounidense, el profesor Steven Rogelberg, los líderes de las reuniones consistentemente califican sus reuniones más alto que los participantes. Y si hablas mucho en una reunión (como suelen hacer los líderes) es más probable que pienses que todo salió bien.

Aun así, los estudios de Rogelberg han demostrado que el 15% de los trabajadores en general considera que sus reuniones son “malas o muy malas”.

Hay muchos factores perjudiciales en las reuniones que podrían explicar estos resultados: los colegas que llegan tarde constantemente, los mudos pasivos, los críticos que aplastan las ideas y, lo que es más tedioso, las reuniones de rutina que nunca fueron necesarias en primer lugar.

Pero incluso si sólo una fracción de ese 15% sostiene esta opinión porque sus reuniones están abrumadas por personas que hablan demasiado, eso todavía se traduce en muchos miles de reuniones saboteadas por tonterías innecesarias. Esto probablemente ayude a explicar por qué sigue multiplicándose el número de libros sobre cómo celebrar una reunión.

Amazon ofrece títulos que incluyen “Cómo presidir una reunión eficaz”, “Celebrar reuniones exitosas” y “Muerte por reunión”. El libro comprehensivo de Rogelberg, “La sorprendente ciencia de las reuniones”, llegó en 2019 y este año ha seguido con una guía para las reuniones personales llamada “Glad We Met” (Me alegro de habernos conocido).

Estos libros siempre me recuerdan la buena suerte que tengo de trabajar en un periódico, donde los plazos ajustados generalmente hacen que las reuniones sean breves y dificultan la vida de los potenciales parlanchines. Además, a menudo se pide a los periodistas que moderen paneles de discusión, donde se perfeccionan las habilidades de interrupción con tacto.

A uno de mis colegas le gusta subir al escenario y anunciar que tiene una alarma telefónica ruidosa y desagradable que se activará tan pronto como cualquier panelista exceda su tiempo asignado, una estrategia que, según él, funciona notablemente bien.

Otros simplemente se disculpan de antemano con los oradores por el hecho de que serán brutalmente interrumpidos si se prolongan demasiado, aburren a la audiencia y roban tiempo al resto del panel.

De vuelta en la oficina, se requieren métodos más sutiles.

Los mejores líderes de reuniones hacen algo que muchos evitan: fijar un tiempo límite firme para que finalice la reunión y determinar si los oradores dominantes están impidiendo que otros contribuyan. Esto hace que sea más fácil interrumpir a los culpables recordándoles que el tiempo corre y luego diciendo algo como: “Ése es un gran punto, pero me gustaría escuchar lo que piensa Alex”.

Algunos líderes prefieren la llamada “regla de las medusas”, según la cual cualquiera en una reunión puede interrumpir si siente que la discusión se está descarrilando o va a la deriva, como las medusas, simplemente diciendo “¡Medusas!”. Supuestamente esto es divertido y efectivo, pero me recuerda a una escena de The Office y claramente no es para todos.

Aun así, abundan otras estrategias de interrupción, incluso para los que no son líderes. Pueden intervenir cortésmente y preguntar: “Lo siento, pero ¿déjame ver si entendí que lo dijiste?”, o “¿Puedo agregar algo sobre eso?”.

Todo esto es claramente más difícil si el líder de la reunión es también el hablador interminable. Aquí se requiere cierta astucia. Los asistentes deben dejar claro con antelación que tendrán que estar en otro lugar en breve. Esto les permite consultar su reloj, suspirar y pronunciar esas maravillosas palabras: “Ah, mira la hora, ¿hay algo más que debemos cubrir?”

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Los parlanchines abruman las reuniones

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18.03.2024

Pilita Clark

El otro día tuve una conversación con una mujer que dijo que iba a abandonar una clase nocturna que solía disfrutar por una razón deprimente. Se había unido a la clase una mujer que nunca se callaba. Hablaba sin cesar, generalmente sobre sí misma, sin importar el tema, el momento o el esfuerzo cortés ocasional por detener su parloteo despiadado. Convirtió a la clase en un desastre agotador.

“¿Por qué no la calla el instructor?”, pregunté.

“No puede”, fue la respuesta. “No parece tener idea de cómo hacerlo”.

“La habilidad de saber cómo interrumpir a los habladores interminables que roban el tiempo es un talento muy subestimado. Claro que todo es más difícil si el líder de la reunión es el problema”.

Al escuchar esta historia, lo primero que pensé fue que el instructor no debería estar a cargo de organizar reuniones de ningún tipo. Pero también fue un recordatorio de que la capacidad de interrumpir a los parlanchines que convierten las reuniones de trabajo en una miseria es una habilidad profundamente subestimada.

Si crees que se trata de un problema intrascendente, estás equivocado.

Los investigadores estiman que los trabajadores asistieron a cerca de 55 millones de reuniones por día sólo en EEUU en 2015 y a más de 80 millones en el año de........

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