ESTAMPAS DEL PESEBRE DE LA TRUJILLANIDAD | Por: Alí Medina Machado
En este diciembre se agrega comunitariamente a Trujillo el Pesebre de la Trujillanidad, ya concreto y esplendente en la propia naturaleza accidentada de una porción del Parque de los Ilustres, frente al NURR-Carmona. El conjunto mayúsculo se riega por las pequeñas hondonadas y caminos y allá, al final, el hermoso Nacimiento como una revelación de la fe de este pueblo creyente.
El Pesebre de la Trujillanidad proviene básicamente de la Universidad, del Núcleo Universitario Rafael Rangel.
“Y Aunque queramos evitar decir nombres para no pecar por momentáneos olvidos, no podemos dejar de mencionar la excelente labor emprendida por los promotores de este proyecto: Rosario “Charito´” Benítez de Daboín, Alfonso Rodríguez, Carmen Araujo y Fernando Araujo; los artistas plásticos Pedro Ávila, Elio Montero, Norman D´Santiago y Carlos Torres; y los vecinos Adalberto Torres, Begoña de Zuleta, Pedro Castro y otros, quienes lograron captar la atención de representantes de varios institutos educativos, así como de más de 28 empresarios, las fuerzas armadas, el Cuerpo de Bomberos, el Rotary Club, Cedamptru, la Cámara de Comercio, la Alcaldía de Trujillo y, por supuesto, el respaldo de las autoridades de la ULA en Mérida´”.
(Ymarú Pachano).
La presencia de personajes de la cotidianidad local es una de las características que fundamentan el Pesebre de los trujillanos. La incorporación de imágenes un tanto profanas, le da mucha autenticidad y vistosidad a la obra, que nace para el enriquecimiento patrimonial popular de las fiestas pascuales en nuestra ciudad.
Es bueno que sepamos que fue un ángel quien anunció la venida del Enmanuel del mundo, por lo que siempre son puros los ángeles, y es la razón por lo que transparentan su significado celestial cuando se visten de colores muy claros, que van desde el blanco hasta el claro azul de las nubes que le sirven de fondo. Los ángeles y los pastores se confunden en un solo coro que entona himnos al Señor, en aquel momento en que se anunció el Nacimiento del Hijo de Dios.
Y el cielo y la tierra también se confundieron en un solo escenario en el momento del advenimiento del Niño Jesús, que significa ´´Salvador´´, pues fue el mismo Ángel de la Anunciación quien le dijo a San José: ´´Aquel lugar escondido para el nacimiento se convirtió en un solo concierto de ángeles celestes que cantaban diciendo:
Gloria a Dios en el cielo, /
Y en la tierra paz a los hombres
Que ama el Señor´´.
Los ángeles de la Navidad aparecen con las manitas entrelazadas siempre. Parecieran bendecir a todo lo que los rodea. Tiene sus ojitos redondos que destellan como el brillo de sus propios trajes y los pies descalzos, como si las alfombres por las que van a caminar fuesen nubes blancas muy grandes y espumosas que no se pueden pisar una vez que uno aparece calzado con cualquier tipo de zapatos o zapatillas.
Pero lo que mayormente distingue a los ángeles del Pesebre o del cuadro navideño, son las alas que les permiten varias cosas luego de identificarlos como tales ángeles. Son alas brillantes como los demás componentes del vestuario, que no se usan para volar sino para inspirar amor celestial y fidelidad al Rey de los Cielos que ha venido. Dichas alas aparecen extendidas sobre las espaldas, como si al abrirlas fuesen a saludar a todos sin auxilio de las manos que, como hemos dicho, las mantienen permanentemente pegadas una con la otra para solicitar la bendición al Niño Dios, su divino protector, que ellos se encargan de custodiar durante todo el tiempo vivo de esta hermosa y querida tradición pascual.
Hay uno de ellos, esplendente y brillante como un sol, encargado de anunciar la venida del Niño Dios, en el Ángel de la Anunciación, el divino emblema que da la nueva buena en la noche buena del alumbramiento
En el fondo, un delgado muro de piedras hace el entorno al cuadro de esta adoración filial navideña. Fabulosas alfombras son las nubes blancas del horizonte que resaltan el pudor de los niños adoradores. El poder del Niño los impulsa a manifestar sus sentimientos de fe, y entonces, cantan risueños himnos pletóricos de alabanzas al Rey que ha nacido, acompañando a su entrega la candidez de una serie de animalitos caseros y tiernos como ellos mismos, que parecieran entender la majestad del momento y por eso la viven. Provoca pintar aquel cuadro que nada tiene de artificioso, sino más bien es un manifiesto de alabanza, un ritual de querencias por aquel que, recién nacido, pareciera aplacar las maldades del mundo y sustituir los viejos tiempos por estos de la esperanza de tantos niños que concurren para el misterio de la adoración infantil.
Me gusta contemplar este cuadro de todos los años en el que veo niños a granel provenientes de todos los lugares, quizás alumbrados por la alta estrella del cielo azul que en este tiempo parece brillar más intensamente y hace resaltar el rubor de los niños que se embelesan contemplando al que está en el Pesebre.
La música brota por doquier. Son los instrumentos peculiares de la Navidad que se juntan para armonizar los villancicos que parecieran anónimos de lo puro bellos que son. Los vestidos de los niños se hacen apropiados para la ocasión. Ellos, vestidos de blancos inmaculados, y ellas, con unas suaves batolas floreadas con las que recorren las calles para pernoctar por momentos en los ranchos de paja que repiten los pesebres en cada casa de la calle. Y el Niño, al final, allá dentro de un improvisado lecho que ha sido construido a la deriva, despojado de lujos y de ornamentos; pero no por ser simple, deja de imprimir una grave solemnidad al rito del alumbramiento santo. Es la adoración infantil de la Navidad, el primer cuadro que encontramos en la caminata de los días decembrinos, que hacemos por estos lares.
Sucede que la historia de la tradición navideña nos cuenta que hubo en aquellos lejanos tiempos la adoración del Niño por parte de tres reyes poderosos que vinieron de Oriente. Aquellos reyes se llamaban Melchor, Gaspar y Baltasar, respectivamente, y simbolizaban las tres razas: blanca, morena y negra…Así hemos escuchado hablar por los siglos de estos tres monarcas que juntos hicieron aquel largo viaje para rendir tributo al Enmanuel del mundo, al que ofrecieron, no sólo el portento de su fe, sino colmaron de regalos de todo tipo, más que todo de esa infusión espiritual representada en la aromática, que perfuma el alma y la transparenta para la pureza, aunque déjenme decirles que el Niño santo era la más digna definición de la purificación.
Tal es el sentido entonces de estos tres caballeros que vemos uno detrás del otro, en dirección al establo donde está la divina familia. Al nomás hacer el pesebre, allá en el fondo, aparecen los reyes montados en sus camellos, aunque muchas familias suelen tenerlos de pie. Lo cierto es que forman como una pequeña caravana que, a medida que van transcurriendo los días, se van acercando cada vez más al Niño, hasta que el 6 de enero están delante del pesebre, en plena adoración.
Los Reyes Magos son la adoración, pero ellos a su vez son adorados por los niños del mundo que creen ciegamente en ellos y les solicitan regalos y presentes, por medio de cartas sencillas colocadas al pie del pesebre, muy cerca del Niño Dios. Otros niños tienen la costumbre de poner sus carticas dentro de un zapato al pie de su cama. Lo cierto es que cada 6 de enero, todos los niños, sin excepción, se despiertan tempranito, casi al amanecer, para ver qué les trajeron los reyes en el transcurso de la noche anterior o en la madrugada de ese mismo día.
¿Cómo concebir este pesebre sin la presencia de las samaritanas? Imposible. La escena bíblica es la constante en esta manifestación de la cultura tradicional trujillana: En los viejos pesebres, que con tanto empeño hacían nuestras abuelas, la figura de la muchacha con su cántaro de agua en la cabeza era infaltable, por lo que la reproducción del cuadro se hace obligatorio, como tiene que ser dada la importancia del encuentro entre el Señor y aquella mujer ganada por la buena vida.
Las dulces samaritanas fueron aquellas mujeres que iban con su cántaro a recoger el agua prístina y salubre de nuestros ríos y quebradas, porque antes, tales afluentes, que escasamente sobreviven, fueron fuentes luminosas de aguas frescas, vivas y transparentes, aptas para el consumo diario. Por es por lo que las tinajas y las ollas de barro ocupaban lugar muy destacado en el equipamiento de la casa. Y por eso esta estampa es colocada en el pesebre de los trujillanos, porque con eso se rememora la alegre y cantarina ocupación usual de aquellas mujeres del pasado ya vieja de años y nostalgias.
El pastor era y sigue siendo un hombre sencillo, del campo, que siempre ha tenido una gran fe en Dios, a quien alaba constantemente. Por eso, en toda estampa reproductiva del pesebre, ocupa un lugar señalado, al lado de las ovejas. El pastor fue aquel obrero al que tocó trabajar muy duro a campo traviesa en el cuido del rebaño. Amante del trabajo, cuidador de los blancos y tiernos animales. ¿Quién más que él con su rebaño para ir a postrarse delante del establo del Niño Dios? Los campos y las laderas de los cerros........





















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